Capítulo 9

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Era otro día más, un nuevo día marcado por aquel insignificante rencuentro entre Min YoonGi y yo; no era como si en realidad me hubiese importado demasiado, lo que de verdad empezaba a llamarme la atención era el hecho de que después de su regreso, mi vida se había vuelto tan caótica como cuando decidió irse a Londres lejos de mi.

Dejándome ante las burlas interminables de aquellos malditos niños.

-¡Min YoonGi te dejó, Jennie! - Se burlaban al compás - ¡El te ha cambiado por otra chica! -

Aquella pequeña yo, la cual miraba de reojo a esos niños que empezaban a direccionar sus burlas hacia mi, era la misma que era ahora... Desde ese momento fue donde perdí mi humanidad, todo debido a Min YoonGi y a su abandono.

Porque si él no se hubiese ido a Londres, tal vez mis padres hubiesen seguido su matrimonio tal como lo llevaban. Pero no, nada fue así debido a ese maldito y tonto chico que decidió intercambiarme por un boleto de avión.

-¡Estoy harta de tí! ¡¿Esa zorra es con la que te has acostado todos estos malditos años, cierto?! - Gritaba a todo pulmón mi madre desde su habitación.

Era una de las tantas discusiones que tenia con mi padre cada vez que llegaba en medio de las horas de la madrugada. Ella insistía en el mismo bendito tema, la infidelidad de mi padre hacia ella.

Por lo que luego de los tantos gritos que iban por aquí y para allá entre las paredes de toda la casa, colándose incluso entre las paredes de los vecinos; llegaba la hora del show de llanto por parte de mi madre mientras mi padre le golpeaba desesperado, debido a su pérdida de paciencia con aquella que llamaba la mujer que amaba.

Y mientras ellos parecían entretenidos en su pan de cada día, a mi solo me quedaba acurrucarme bajo las sábanas de mi cama, tomar aquel peluche que la abuela me había enviado como regalo de cumpleaños para después empezar a asfixiarlo rodeando su cuello con mis pequeñas manos. Algunas veces imaginaba que era mi padre, ya que me atormentaba la manera en la que algunas veces gritaba.

Fueron así, cientos de noches y cientos de peluches que terminaron sin cabeza; tanto fue que hubo un tiempo en el que no encontré a quien estrangular con mis propias manos.

Todos mis peluches y muñecas barbies habían terminado en la basura; por lo que no tuve otra opción que tomar como víctima al pequeño manchitas. Ese asqueroso gato que mi padre me había regalado hace unos meses.

-¡Tu hija es una maldita diabólica! - Le gritó mi padre a mi madre luego de haber descubierto el cadáver del gato.

-¡Todo esto es tu maldita culpa! ¡Si no fuese por ti, Jennie no estaría pasando por esto! - Gritaba de vuelta mi madre con lágrimas en los ojos.

-¡A la mierda con tigo y con tu hija! ¡Me largare de este infierno! ¡Esa niña en cualquier momento podría asesinarme! -

-No lo escuches, preciosa... Él sólo sabe decir tonterías - Me susurraba mi madre al oído.

-Podrían no ser tonterías... Lo odio tanto que sería capaz de asesinarle de la misma manera como lo hice con su estúpido regalo - Sentencié con la voz ronca y entrecortada mientras miraba fijamente a mi madre.

-¡Jennie! ¡No digas esas cosas! - Me regañó mamá.

En ese momento, la mirada de mi madre se había llenado de miedo al escuchar las palabras que habían abandonado la boca de su pequeña hija. Ese mismo miedo, fue aquel que protegió mi extraño comportamiento de los tantos psicólogos a los que fui remitida por la escuela.

Con el tiempo pasé de ser el objeto de burla de un montón de niños, a ser el mismísimo demonio para ellos. Nadie, ninguno de ellos quería tomar el asiento a mi lado en el pupitre, por lo que pasaron años en los que mi asiento habitual pasó a estar en las últimas filas traseras; tan solitaria que podía escuchar mis extraños pensamientos.

Pero no fue hasta que el día de la mascota llegó cuando todos empezaron a temerme, cada uno de los alumnos tenia que llevar a su mascota a la escuela. Y como ya deben de saber, yo era la única sin una mascota, ya que él pobre manchitas había muerto asfixiado.

Obligandote a Amarme  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora