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Al entrar a la institución, me dirijo a Dirección Escolar. Recuerdo los pasillos a la perfección, la escuela está casi igual que hace unos meses, a excepción por una capa nueva de pintura color crema y lo lustrados que lucían los suelos ahora.

Me entregaron mis papeles de inmediato, en donde tenía mi horario de clases, mi número y combinación de casilleros y todos mis maestros y lista de libros. Voy al casillero 566, en donde dejo todos mis libros, a excepción de matemáticas, no podría quejarme, era muy buena en matemáticas, casi siempre conseguía un notable en la materia.

Al entrar al aula 324, el escándalo y las conversaciones animadas comienzan a disminuir hasta acabar en un pequeño murmullo, todas las miradas estaban sobre mí, sentía que se me clavaban como dagas sobre todo el cuerpo, como si no hubiera sido suficiente haber estado calva un par de meses, ahora todos me observaban como si de una rata de laboratorio se tratase.

Lo comprendía, la extraña chica con cáncer después de nueve largos meses de estar hospitalizada regresa y; ¡oh sorpresa! tiene cabello. Adoraba a mi escuela sin duda, amaba a mis amigas y amigos, pero una de las cosas que sin duda consideraba irritante eran los rumores, el mismo día en que me diagnosticaron la racaída mi nombre ya estaba en la boca de todos, odiaba los rumores, sobre todo si se tratan de mí.

No tardó ni un segundo en localizar a Gwen y a Abby, quienes se encuentran hablando con una chicha de cabello tan oscuro como la misma noche y ojos marrones despampanantes. Ambas aun perplejas, se levantan de sus asientos y corren a abrazarme, todos siguen con la boca cerrada, y poco a poco los murmullos comienzan a aumentar. Gwen, mi Gwen, la que conozco desde los once años, la chica volátil y apasionada que tanto quería, se dio la vuelta enfurecida y grito:

-¡Eh! ¡¿Qué miran ustedes malditos perros de agua?!

-¿Perros de agua?¿eso existe?- pregunta Abby, arqueando una ceja

-Fue lo primero que se me ocurrió- se excusa Gwen, encogiéndose de hombros— ¿sonó patético no es cierto?

Ellas me guían hasta un asiento vacío justo frente a ellas, Abby y Gwen se sentaban en parejas, como todos los del aula, mientras que yo me sentaba sola en esa enorme mesa doble.

"Eso pasa cuando no llegas a tiempo" me reprendo a mí misma.

Entonces llega el profesor de álgebra, y justo cuando deja los libros en su escritorio después de dar un cordial saludo, hace una entrada triunfal un chico de cabello brillante, rizado y sedoso, de ojos verdes y enormes hoyuelos, el uniforme típico de los hombres, pantalones de vestir, zapatos negros, camisa blanca formal y chaqueta azul oscuro, el único cambio era que en vez de corbata tenía un moño, acompañado de dos chicas y dos chicos más, el grupo de Harry, Maddie, Anabeth, Nathaniel y Jay.

En el instante en el que los brillantes ojos verdes de Maddie me localizan entre los estudiantes no tarda en darle pellizco sobre el uniforme a Anabeth, quien me mira de igual manera con sus enormes ojos azules abiertos de par en par. Ambas le dan un codazo a Harry, quien, al verme, en lugar de mirarme con descaro; asco, desprecio, o cualquier otra cosa, me sonríe ampliamente, una sonrisa tan grande que le llaga hasta los ojos. Eso no puede significar nada bueno, tiene sed de fastidiar, y por fin a regresado al menú su bebida favorita. Maddie se sienta en una de las primeras filas, haciendo espacio para que Harry se siente a su lado, pero en vez de eso, este se dirige hacia el asiento vacío que hay junto a mí, pone su mochila en el respaldo de la silla y se sienta sin tan siquiera dirigirme la mirada.

-Que tal idiota- "saluda" con su apodo habitual.

-Que tal imbécil

Anabeth no hacía más que mirarme con odio, no era un secreto que ella estaba enamorada perdidamente de Harry, y aunque no me hacía una especial ilusión sentarme junto un engendro del demonio como lo era éste chico, me causaba gracia observar el evidente disgusto de aquella castaña quien, era igual de terrible que su amor platónico.

cáncer | harry stylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora