Pov's Deneb.
Dormí como si me hubieran desconectado el cerebro. Me desperté tarde y con el cuello jodido, pero aún con la sensación cálida de haber estado ahí, con ella. No sabía cómo lo hacía Abbi, pero el silencio con ella no pesaba. No me quemaba, no me empujaba a hablar por nervios. Me dejaba estar.
La mañana fue un puto caos. Juli estaba afanada con no llegar tarde, Sitka me babeó media camiseta y mi mamá ya estaba con la cara tensa desde temprano, porque sí, porque la vida se le fue volviendo eso. No dije mucho en el desayuno, solo metí un par de mordiscos sin hambre y medio café frío. Me daba vueltas la cabeza, y no por la fiesta, sino por todo lo demás: Abbi, mi papá, el puto Thomas. Todo.
El colegio nos recibió con su cara de siempre: filas, uniformes mal planchados, gente arrastrando las mochilas como si les pesara el alma. Llegué al salón y traté de actuar como si fuera un lunes cualquiera, pero en mi cabeza todavía estaba ese cuarto, esa conversación de madrugada, esa puta pulsera que por fin le di.
Qué mierda de lunes.
Y no lo digo porque odiara los lunes, que sí, claramente los odiaba. Lo digo porque ese día traía pegado el peso del fin de semana como si me hubiera tirado con ropa a una piscina de concreto. Dormí como tres horas, si acaso, y ni siquiera pude tener pesadillas decentes. Solo vueltas y vueltas pensando en lo que había pasado. En Abbi. En Rebeca entrando al cuarto el jueves, como si fuera un episodio de Caso Cerrado. En la puta pulsera. En todo.
A la hora del almuerzo, las cosas parecían... tranquilas. José me saludó con su clásico "¿Qué más, bro? ¿Ya no estás triste o quieres llorar en grupo?". Le tiré una servilleta y le seguí el juego.
Solté un suspiro, agarrándome la mochila con una mano y pasando de largo. No tenía cabeza para tonterías en realidad. Quería ver a Abbi, no sabía por qué, pero lo necesitaba. Quería saber si ella también sentía ese algo extraño flotando entre los dos. Esa noche en su cuarto me había dejado el cerebro hecho papilla y el corazón como si le hubieran metido un gancho al hígado. Pero no podía hablarlo con nadie en estos momentos, así que ahí estaba yo, tragándome todo, como siempre.
Jared estaba callado, pero presente. Desde esa conversación después del juego, sentía que algo entre nosotros se había limpiado. No éramos perfectos, ni pretendíamos serlo, pero por fin sentía que lo que nos unía no se estaba rompiendo del todo. Rebeca llegó también, pero apenas me saludó con la mirada, probablemente todavía pensando en el "¿qué carajos hace Deneb aquí?" de la madrugada del viernes.
Isa y Dani estaban pegados como siempre. Martha llegó tarde, riéndose con Tyler de algo que seguro solo ellos entendían agarrados de la mano como si fueran a casarse mañana. Y Juli traía cara de estar más pendiente de mí que de su comida.
Abbi llegó a lo último. Se sentó al lado mío sin decir mucho, pero nuestras piernas se rozaron por accidente (O eso quise creer). Mi cerebro se apagó un segundo, y ya ni supe qué carajo estaban hablando los demás. Estaba intentando disimular que no la estaba mirando a ella. Con su cara tranquila, su risa suave, su mirada que cuando se cruzaba con la mía me sacaba el aire.
Todo iba bien. Hasta que Sabrina apareció.
Se sentó. Así, sin más. Como si no hubiese desaparecido en medio de todo el caos de las últimas semanas. Como si no hubiera dejado mierda regada entre José y Juli, y como si no supiéramos que siempre, siempre, traía intenciones disfrazadas de sonrisas.
—Vaya, ¿todos de nuevo juntos? Qué nostálgico —dijo, y nadie respondió.
Me tensé. Lo sentí. La incomodidad se esparció como veneno. Abbi la miró con esa expresión que solo ella tiene, entre confusión y ganas de desaparecer.

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El viaje.
RomanceAbbi es una chica de 17 años. Amante de la lectura, las pinturas y el dibujo. No es muy sociable o trata de no serlo, vive con sus padres y su hermana. Tiene un gran amigo y un día uno de los chicos con los que se sienta decide hacer un viaje, lleva...