Los extraterrestres no bailan

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Llegamos a la aldea sólo veinte minutos después que los demás, según nos dijeron

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Llegamos a la aldea sólo veinte minutos después que los demás, según nos dijeron.

Nos bajamos del jeep. Las carpas ya estaban hechas. Caminamos hasta el campamento con todos los suministros que cargábamos. Dejamos todo en la carpa correspondiente y luego decidimos caminar hasta el poblado. Al parecer sus habitantes nos apreciaban mucho más que en los demás sitios porque las carpas estaban prácticamente pegadas a las casas.

En la plaza nos encontramos con que los demás nos estaban esperando. Al parecer también nos tocaba vacunar a todos allí. Se aproximaba una ardua tarea, en ese caso.

Emma me miró unos segundos antes de dirigirse a la fila de los niños con los dos nidos en su bolso. Los sacó y todos se congregaron a su alrededor.

Ella sonreía a todos con bondad. Sonreí también y me acerqué a los adultos.

La rutina comenzó otra vez. Pedía las libretas de vacunación, revisaba los faltantes y los ponía. No tuve casi ningún inconveniente al hacerlo, sólo con algunas libretas borroneadas por el agua o el sol.

Cuando por fin acabamos, hacía muchísimo calor.

Christina comenzó a distribuir los suministros de agua y comida.

Los pobladores se reunían alrededor de Richard, que estaba contando una historia en el idioma nativo.

Emma se me acercó y se colgó de mi brazo.

-Vamos a escuchar.-Dijo entusiasmada.

-No entiendo una palabra...

-Yo traduzco.

Nos acercamos cuando Richard acababa de terminar. Todos aplaudieron y pidieron otra. Él carraspeó y comenzó su relato. Era un narrador muy teatral, hacía pausas al final de cada frase para darle suspenso al relato (y para darle tiempo a Emma de traducir).

Yo sólo entendía lo que ella me decía.

-Érase una vez... Cuando estos maravillosos parajes estaban llenos de ríos y lagos gigantescos... Cuando cada animal que ven ahora existía por miles... Cuando el hombre no había llegado aún a colonizar estas maravillosas tierras... Érase una vez... Una diosa. La diosa se llamaba Auradhi. Auradhi habitaba estas superficies completamente sola. No tenía más compañía que la de los animales y el sol, que brillaba siempre sobre el cielo. Todo el mundo la adoraba. Excepto otra diosa. Curepto. Curepto estaba celosa de la maravillosa belleza de Auradhi y no se daba cuenta de su propio encanto. Un día, incapaz de seguir viéndola poblando la tierra, creó un incendio con el propósito de matarla mientras dormía. No era un fuego cualquiera. Era fuego mágico, divino, que mataba a todo a su paso. Incluso el agua, que se evaporaba sin dejar rastro. Sólo los árboles y animales más resistentes al calor lograron sobrevivir por la simpatía de los demás dioses. Los demás murieron. Mientras el fuego maldito se acercaba a Auradhi, Curepto observó todo el destrozo que su incendio había causado y se sintió orgullosa. Descendió a la tierra para contemplar su obra destructiva y, al hacerlo, su poder desplazó al sol y en su lugar apareció la luna, que jamás había estado aquí antes. La luna observó el inminente desastre y, furiosa, decidió ponerle fin. Bajó a la tierra mientras Auradhi, ya despierta y decidida a defender sus tierras, y Curepto, con sed de venganza, luchaban encarnizadamente. Sus poderes iluminaban cada rincón de la noche y le daban cierto encanto al incendio. La luna se ocupó de apagarlo, pero donde había estado el fuego, nada creció otra vez. Y luego se interpuso entre las dos contrincantes. Dijo que, ya que a ambas les gustaba iluminar el cielo con sus peleas tontas, las dos podrían hacerlo por el resto de sus días. Auradhi sería el amanecer, la aurora, que traía la luz y alegría al mundo. Y Curepto sería el crepúsculo, encargado de tomar esa luz y dejarla descansar durante la noche para que regresara al mundo el día siguiente. Por eso esta zona del país es tan desértica y, sin embargo, tenemos una selva amplia y frondosa a pocos miles de kilómetros de distancia.

Tropical [Grintson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora