No vivo en un maldito infierno

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¿Cómo hace uno para vestirse cuando afuera hace cincuenta grados con noventa y seis por ciento de humedad, para asistir a una cena en la casa de una doctora sexy a la que acaba de conocer?

Pues no lo sé.

Tomé la ropa de verano más arreglada que tenía (había llevado algo de gala pero iba a morirme de calor si me lo ponía) y me dirigí al bungalow de Emma.

Toqué la puerta. Ella me abrió. Estaba hablando por teléfono inalámbrico.

Me hizo una seña para que entrara y cerrara la puerta.

-Ya entendí que la odias.

Suspiró.

-Ya lo sé, papá. Sí, sí. Pero le corresponde... Sí. Sí, y lo sabes.

Me sentía mal por estar escuchando.

-Ya basta, no me grites. Estoy con invitados... No, sabes que no me interesa. Me da igual que a ti te parezca un buen chico, es un idiota. Sí, estoy segura. Dile que se vaya al demonio.

Emma escuchó unos minutos. Sus manos se iban apretando cada vez más, con rabia, hasta que sus nudillos se volvieron blancos.

-No.-Dijo con firmeza.-Y no me importa.

Cerró los ojos.

Acababa de notar que usaba lentes. No los llevaba cuando la vi temprano ese día.

-¿No me oyes? ¡No!

Su tono brusco fue terminante. Contó hasta tres en silencio y golpeó la pared.

-¡No vivo en un maldito infierno! ¡El único infierno del que salí fue el hogar que tú y mamá me dieron! ¡¡NO VOY A DEJAR QUE INSULTES MI EMPLEO!!

Me acerqué a ella y tomé sus hombros para tranquilizarla.

-No puedo seguir hablando, papá. Arréglatelas solo. Y dile a Darren que se consiga a otra. Adiós.

Emma colgó con brusquedad y dejó el teléfono sobre la mesa con violencia.

Cerró los ojos y suspiró profundamente, dejando escapar un sollozo.

-Hey. ¿Estás bien?-Pregunté con tacto.

Ella abrió los ojos y me miró. Sollozó con fuerza mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

Nunca me había gustado ver llorar a una mujer, pero ver a Emma fue desesperanzador. Siempre parecía tan fuerte frente a los demás que era extraño verla débil.

-No llores...-Pedí.

La rodeé con mis brazos y enterró su rostro en mi pecho.

-Pero... Los... Los odio...

-Tranquila.

Acaricié su cabello. Comprendí que la situación era delicada así que decidí no decir mucho.

Le quité los lentes para secar sus lágrimas y le di una suave palmada en la espalda.

-Todo va a estar bien. No llores.

-¿De verdad crees eso?

Asentí. Ella suspiró, tratando de detener el torrente de lágrimas. Saqué un pañuelo de mi bolsillo y se lo tendí. Siempre llevaba uno.

Sonó su nariz y me abrazó.

-Gracias.

-No hay de qué.

Trató de devolverme el pañuelo.

-No, quédatelo. Definitivamente te hace más falta que a mí.

Tropical [Grintson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora