14: Tocadiscos y Pinturas

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Pasé el fin de semana de descanso en un agradable tour por la villa de Carmel, una región a cercanías de San Diego, siempre en el estado de California, y quizá, es posible sea uno de los pequeños lugares más bellos del mundo.

Desde que supe que vendría a California, siempre quise visitar esa villa, que está al sur de San Francisco y es una cosa absolutamente divina desde el amanecer hasta el atardecer.

Tiendas, galerías de arte, restaurantes, playas de acantilados maravillosos, una cuidad donde no hay anuncios de color neón, no hay edificios altísimos que tapan la luz del sol, por lejos de el bullicio de el tráfico y la comida no está empaquetada en estantes, las papas no están en bolsas congeladas, los camarones son frescos, no saben a cartón.
Estoy enamorada de éste paraíso.
Apenas llevo un mes residiendo en California, realmente, en ese estado es el que llega el sol, acá, la ropa es ligera y cómoda, abundan los zapatos deportivos y blusas muy pequeñas, quizás menos de la talla Small, todo acá es muy distinto si se compara a New York donde los vestidos son de cortes rectos y faldas chics, además de los tacones, las botas y los abrigos para la lluvia y la nieve, acá, los lentes del sol y los paraguas, que no se usan mucho para defenderse del agua lluvia, sino para defenderse de los rayos del sol.

El ambiente bohemio, muy artístico, acá las casas son pequeñas pero de buen gusto, aire playero, una vista al mar, lo tengo que decir una vez más, es impresionante.
Cuando en New York todo es concreto y más concreto aunque la belleza del Río Hudson y el Río Éste no tienen comparación.

- ¡Orden 67! ¡Orden 67, de camarones al ajillo para el cliente Patterson! -
Y estoy ahí, esperando mi almuerzo en un bonito restaurante con la vista al mar, embobada, totalmente con esta maravilla de el planeta, todo dentro de un hotelito íntimo de esos que ofrecen "bed and breakfast" para disfrutar con serenidad la exquisita vida bohemia de el lugar mientras me relajo un poco, olvidando el motivo por el que estoy en Los Ángeles.

Carmel es principalmente una villa de tierra barata que fue bien aprovechada por artistas, principalmente escritores, pintores y no por nada, es un ambiente exquisito para alguien como yo, que pasa horas y horas encerrada en una oficina con la única compañía de la computadora y el escritorio.
Si, muy solitario y vacío.
Tal vez, si extiendo mi tiempo en California, me alquilaré una casita con vista al mar, pero eso va a tardar un tanto así que no descarto la idea de residir aquí.

Tomé el ferry, recorrí la ciudad, me bañé en sus aguas, compré recuerdos, llegué el sábado al mediodía y cuando me di cuenta ya era martes y debí volver a la mansión de la señora Luthor después de que recibiera a sus familiares el fin de semana.

Era miércoles a la mañana y cuando regresé, saludé a Mimi, la perrita de la señora, que jugaba en el patio, también vi muchos pero muchos juguetes esparcidos en el área de la piscina, es como que si los miembros de su servidumbre les hubiese importado poco mantener limpio el lugar, para entonces soy recibida por una de sus señoritas y muy amablemente me hace pasar a la sala, ahí, sentada yo, viendo más juguetes esparcidos en el piso, entre cubiletes de colores y pelotas de tenis, incluso un par de zapatitos, se me hace tierno pero al mismo tiempo bastante confuso
¿Cómo, es posible que una señora permite que su personal no cumpla con las tareas de limpieza?
No es que yo sea una obsesiva con el orden y el aseo, pero se me hace un tanto extraño.

Después de divagar entre mis pensamientos y buscando mi grabador para comenzar a trabajar ahí llega la señora Luthor, con un vestido de colores alegres y su rostro, visiblemente más animado que otros días.

- Buenos días señora - me paro y extiendo mi mano por cortesía

- Buenos días señorita Patterson, ¿que tal su fin de semana?

La Heredera Y La Cantante LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora