47. Decisiones difíciles

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Horas más tarde siempre en la misma noche Susan había retornado a casa, bastante ebria y con sus ropas rotas, Kara despertó y a pesar de que la velita que daba luz a la casa aún tenía poca cera podía verse en medio de las penumbras a su hermana y aunque estaba somnolienta, sólo la notó llegar y cerró nuevamente los ojos y pudo dormir.

A la mañana siguiente, muy temprano despertó Kara a buscar pan y leche para desayunar, solo tenia tres dólares pero era suficiente al menos para media botella de leche.
Al buscar su bolso para cargar los comprados, los ojos de Kara se tornan rojos y lágrimas brotan de coraje.

Ahí estaba, en el piso, el vestido negro de lentejuelas, el mismo que Lex terminó obsequiándole después de la fiesta de su hermana Lena y aunque estaba guardado en una caja en la cocina ahí estaba en el piso, todo roto y con olor a cerveza.
Kara lentamente coge el vestido, llorando de pura impotencia y veía a su hermana tirada en el colchón durmiendo plácidamente.
La miró enojada, muy enojada pero nada podría hacer con reclamarle a una desvelada y ebria, con la suficiente desventaja de que Evangelina una vez la justificase por el acto, por muy grave o tonto que lo fuera.

Ese vestido, tan bonito y tan preciado, ese vestido que solo pudo usarlo aquella noche en el St. Regís sin siquiera proponérselo y fue la única vez que se notó bonita en su vida.
Ese vestido negro de lentejuelas representaba algo especial y ahora estaba destrozado y con olor a cerveza y quien sabe que más Susan habrá hecho con el vestido mientras lo tuvo puesto pero ya no era ese vestido negro de lentejuelas tan especial.

La joven ahora debía ver con quien podría remendarlo y de una vez hacerlo se promete a volverlo a guardar y esta vez debía esconderlo bien de su abusadora hermana.

Pero antes de pensar siquiera en encontrar en una buena costurera, debía reunir algo de dinero porque no cualquiera trabajaría con una tela fina ni con esos detalles sin cobrar una buena cantidad.

Con lágrimas, Kara salió de la casa a buscar el pan y al regresar encuentra que ni Evangelina ni Susan se habían levantado.
Entonces, pensó en salir y no despertarlas así que preparó unos huevos hervidos en agua y una cazuela de frijoles.
Dejó todo ordenado y salió de Brooklyn.

Sólo había un lugar al que debía ir con urgencia.
A las oficinas de Lex en la Quinta Avenida.

Salió caminando muy temprano del barrio, apenas habían personas transitando por las calles.
Kara veía a varios seres como ella, sin oportunidades, sin dinero en la bolsa y quizá con peores tratos como el de ella debido a la situación económica que trataba a todos como esclavos sin goce de necesidades básicas y mucho menos privilegios como los ricos.

Para salir de Brooklyn y llegar hasta Manhattan caminó lento, pensativa y además que no habría prisa por llegar a las oficinas del señor Luthor ya que éste debía estar disponible cerca de las 10 de la mañana y apenas eran las 7.

Llegando a Central Park y con muchísimo tiempo de sobra Kara coge un banquillo cerca del lago y ahí, observa a muchas personas, la mayoría gente pudiente sacando a caminar a sus perros, comiendo patés de caviar y elegantemente vestidos con trajes sport.
Un contraste muy diferente a la vida en Brooklyn.

- ¡Me casaré con su hija! - resonaba en sus pensamientos la voz de Lex.
- La señorita Danvers ya es una muchacha con independencia, sabe el porqué está en New York, tiene talento, tiene un con qué para defenderse en la vida y usted ya no tiene el porqué reclamarle nada, usted es muy absorbente señora Danvers, demasiado. -

- ¿Y una muchacha humilde como yo, qué haría casada sin amor con un hombre rico?

Se preguntaba ella.
La noche anterior, no pudo dormir.

La Heredera Y La Cantante LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora