La Heredera Y La Cantante LIBRO 1

46. ¡Porque yo me casaré con su hija!

- ¡Kara! , ¡Kara!... ¡Kara! - gritaba Evangelina desde la comodidad de una cama en el pequeño dormitorio de la casa.
-

Te estás tardando en servir la cena hija. El gas apenas lo compraste ayer, no lo gastes en una sola noche.

Atendiendo con urgencia el llamado de su madre, la joven terminaba de cocinar la cena luego de un largo día de trabajo. Una cazuela de guisos y pan que se repartieron en tres porciones.

- Susan llegará más tarde mamá. Dijo que no la esperáramos. Dijo también de que a lo mejor hoy consigue un trabajo de medio turno.

- ¡Y por qué dejaste que tu hermana saliera de noche a buscar trabajo! . ¿Acaso de noche hay algo digno y honrado para que una señorita hermosa y decente como tu hermana pueda decir que va a trabajar y no a irse de parranda? - reclamó muy molesta Evangelina.
Y en parte tenía razón. Susan a los 21 años es ya una muchacha mayor de edad, con la edad requerida para buscar y tener un empleo decente, pero de noche, no era una opción viable.

- Ya sé mamá. Ya sé que no te gusta que mi hermana salga de noche pero ella nos ha asegurado de que un empleo nocturno puede ser bien pagado que como tal, no es mucha la gente que puede aceptar turnos en horas de dormir. - aclaró la joven que consumía sus alimentos, luego de un largo día laboral.

Después de todas las actividades festivas de fin y comienzo de año, las Danvers instaladas en Brooklyn han tenido que adaptarse al ritmo de la ciudad.

Kara ya tenía dos años residiendo sola y había logrado mantenerse sin depender más que solo su esfuerzo para tener el dinero de la renta a tiempo y sus comidas entre otros gastos como la luz y el gas.

Pero ahora, con tener que compartir con su madre Evangelina y su hermana la antipática Susan, las cosas no eran de lo más agradable posible.

En primera, antes de la fiesta de los Luthor, Kara había quedado desempleada y lo único que ha podido lograr, es lavar y planchar ropa ajena de ciudadanos pudientes en el distrito de Queens.
Cada mañana, Kara abordaba un ferry que le cobraba 25 centavos por viaje e iba de casa en casa a tocar puertas y con algo de suerte, conseguía algo con qué trabajar.

En cambio, Evangelina y Susan, aprovechando las celebraciones navideñas, visitaban cuanto pudieran la ciudad de New York.
Parques, calles, iglesias, tiendas, incluso mercados de pulgas y paseos turísticos como navegar el Río Hudson y subirse a la Estatua de La Libertad, gastándose así los viáticos y lamentablemente, sin invitar a Kara en la mayoría de paseos.

Pero acabado el tiempo festivo y confirmando el interés de residir de forma semi permanente en la ciudad, se había acordado de que comenzarían a trabajar para apoyar los gastos de la familia, pero no se contaba con que la arrendaria de la casa de Kara no quería a muchas personas ocupando espacio en la pequeña casa y tampoco que sería sencillo ser nuevo residente en la ciudad y buscar trabajo aún cuando la Gran Depresión aún seguía vigente con la economía al suelo y servicios básicos limitados.
Eso sí, afortunadamente a las Danvers no les faltaba un tiempo o dos de comida, la mayoría de las veces, subsistida por los esfuerzos de Kara.

En cambio, Susan era precisamente no la mejor compañía con la que podía ser agradecida o contarse con su apoyo para hacer un favor.
Con 21 años cumplidos, ella aún era hija de dominio, es decir, que dependía de lo que los adultos le pudieran ofrecer o bien, de lo que sus hermanos mayores podían aportar para solamente vivir a sus anchas de sus esfuerzos.

Kara sabía muy bien que las salidas nocturnas de su hermana no eran más que irse de parranda con muchachos del barrio, y trataba de suavizar la situación al justificar las acciones en mentiras piadosas a su madre para no alterarla pues, sabría que se enojaría y entrar en discusiones acaloradas era algo que a toda costa debía de evitarse, para no molestar a los vecinos del barrio.
Además, aquellas salidas nocturnas a veces si aportaban algo de centavos a la pequeña familia.