9. Un intrigante misterio

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Agarro la muleta y la apoyo en el suelo, me inclino para levantarme de la cama pero me detengo cuando Kyle se acerca.

—Puedo sola —le aclaro.

—Pero...

—Ya fueron muchos días recostada, atendida por médicos, estoy segura que puedo hacer esto —explico.

—De acuerdo —dice no muy conforme ni convencido.

Ignoro su gesto disconforme y me dispongo a levantarme, apoyando el pie de la muleta nuevamente en el suelo. Me inclino y ya estoy parada. En ningún momento deja de observarme, está serio viendo mis movimientos, pareciera como si me analizará. Camino dando unos pasos y me detengo cuando cruzo por su lado, quedando a mi espalda.

—Quiero aclararte algo —digo sintiendo que está muy cerca, detrás de mí.

—Dime —su voz suena serena pero confirma mi teoría sobre su cercanía.

—No me gustan los controladores —giro mi vista a verlo, tan solo un poco, ya que no puedo mover mucho mi cabeza.

Es tan alto que parezco pequeña al lado de él, no me intimida, he asesinado hombres grandotes, pero por alguna razón siento que tiene algo diferente.

Intrigante misterio.

Se mantiene callado y serio hasta que de pronto sonríe, se ha tardado en contestar.

—No quería hacerte sentir incómoda, mil disculpas.

—¿Por qué has venido a Inglaterra? —cambio el tema mientras vuelvo a caminar, practicando con la muleta y noto que sigue detrás de mí.

Parece como si me acechará.

—Por mi esposa —responde sin titubear a pesar de que me ha coqueteado.

—¿Y a tú esposa no le molesta que estés cuidando de otra mujer?

—Falleció hace unos meses, fue una calamidad.

—Puedo imaginarlo, lo siento mucho.

La verdad no, me sacas un problema de encima, así es más fácil usarte, sin tener competencia.

—No tienes por qué, no lo sabías.

—¿La amabas? —continuo la conversación seriamente, el silencio se siente en el aire con cada pausa.

—Eramos cercanos, pero no a ese punto, aunque me hubiera gustado conocerla un poco más.

Logro girarme con esta estúpida muleta y lo tengo en frente de mí, no se ha apartado ni un instante, continua a pocos centímetros de mí, lo calcula todo, no es un idiota.

—¿De qué murió? —pregunto.

—Una enfermedad terminal, no lo sabía, no me lo dijo, como te conté, no éramos tan cercanos realmente.

—Y viniste a Inglaterra de igual manera. Fue a tratarse aquí y no te enteraste ¿entonces?

—Exactamente —me confirma y sonríe —. Captaste enseguida.

Sonrío también.

—Solo hay que atar los cabos sueltos y lo entiendes todo ¿Pero por qué te has quedado?

—Negocios, teníamos una empresa juntos y yo la sigo gestionando.

—Ya veo —mantengo la mirada ya que él sigue obsevándome y no se cansa al parecer.

El silencio vuelve a estar en la sala hasta que decide hablar y sonreír nuevamente.

—Dasha Collins, es interesante mantener una conversación contigo, quisiera continuar en contacto, ya que aún no he recibido tu número.

Su último marido (R#8)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora