Estamos en un mundo que te empuja hacia adelante, que no te deja pararte en mitad de la calle porque entorpeces el paso al resto de los transeúntes. Vivimos inmersos en un mundo frenético, donde todo el mundo va con prisa de acá para allá, donde parar es de vagos y donde la tarea de hacerse preguntas que no necesariamente encuentran una respuesta se la dejamos a los filósofos.
Y yo me pregunto: ¿qué sentido tiene esa existencia? ¿Qué sentido tiene ir deprisa a un punto A a un punto B sin disfrutar del camino? ¿Qué sentido tiene caminar en un mundo socializado globalmente si somos incapaces de mirarnos a los ojos e incluso de tolerarnos? Todos sabemos la respuesta, pero no queremos admitirlo.
La vida es corta. El día tiene veinticuatro horas y una hora tiene sesenta minutos. El tiempo es oro y nosotros lo gastamos muy mal. No aprendemos a valorar las pequeñas cosas, pero tampoco hacemos lo suficiente para conseguir nuestros sueños, los verdaderos, no los que nos dicen que son nuestros y que en verdad no nos pertenecen. No aprendemos a vivir como queremos, aprendemos a vivir como nos imponen que vivamos, siguiendo unas reglas ajenas a nosotros y forzándonos a creer que somos felices con ello y, si no, que deberíamos serlo. Nos engañamos a nosotros mismos, creamos una burbuja a nuestro alrededor y nos tapamos los ojos para no ver la realidad.
¿De dónde vienen si no todas las personas que sufren ansiedad o depresión? ¿De dónde vienen las personas a las que se les mira raro porque escogen otro camino que no es el que han elegido para ellos? Son personas que no aguantan lo establecido, que no soportan ese ritmo de vida. Son personas que demandan cambios que están al alcance de nuestra mano.
Los niveles de estrés en la población global no hacen más que subir. Muchos trabajadores sufren el burnout porque no están satisfechos con la profesión que han escogido, porque no están satisfechos con las condiciones pésimas que se les impone y porque empiezan a ser conscientes de que se están convirtiendo en unas personas grises. Y, por desgracia, el mundo está lleno de gente gris.
Hay que cambiar el mundo. Hay que disfrutar del camino, ir más despacio. Dejar de vivir en un mundo frenético, pero no por ello vivir con el freno de mano puesto. Debemos plantearnos la vida de otra manera, yo la primera. Pararnos de vez en cuando a tomar aire sin por ello sentirnos culpables o sentirnos unos inútiles. Debemos vivir en un mundo a todo color en vez de en un mundo aburrido, rutinario y teñido por una escala de grises.
Dejemos de vivir deprisa, porque así es imposible disfrutar de la vida. Considerémosla como nuestro helado favorito y vamos a saborearla despacio y gustosamente, aunque sepamos que en algún momento acabará, porque merece la pena. Así, cuando miremos atrás podremos decir que hemos vivido realmente y, lo más importante, que hemos sido felices.
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Tocaba un discurso inconformista. Pero incluso los más inconformistas debemos aprender a aplicarnos nuestros propios valores.
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El rincón de mis desastres
РазноеEste es mi espacio personal, como un blog. No es una novela ni tiene solamente una clase de contenido. Aquí podréis encontrar relatos, poemas, reseñas, etc. Como bien dice el nombre, es el rincón de mis desastres, mi sitio donde expresarme librement...