El traje gris

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Ernesto se despertó cuando sonó el despertador a las siete en punto. Remoloneó quince minutos en la cama, hasta que consiguió sacar fuerzas para levantarse e ir a prepararse para ir a la oficina.

Fue hacia la cocina, le dio los buenos días a su mujer como todas las mañanas y se sirvió un café. Lo bebió de pie y mirando constantemente el reloj de pared, tenía prisa. Su trabajo estaba lejos y su jefe estaba muy encima de él, pendiente de cualquier posible metedura de pata. Además, nada más llegar tendría detrás a su secretaria, informándole de todo lo que tenía pendiente para ese día y quizá para los próximos.

Salió de casa, enfundado en un traje gris que consideraba horrendo, con un maletín en la mano. Se subió a su lujoso coche y condujo hacia el edificio donde trabajaba como economista.

Efectivamente, nada más entrar al despacho, su secretaria ya le estaba abordando con una pila enorme de papeleo, le estaba informando de las veinte llamadas que había recibido desde la apertura de la oficina solo una hora atrás y le estaba recordando las reuniones que tenía solo en esa semana.

Ernesto se sintió abrumado, cada día era una repetición del anterior. Estaba sumido en una rutina de la que le era imposible salir y, sin ser consciente de ello, se estaba convirtiendo en una de las personas grises a las que se hartaba de ver por la calle cuando solo era un joven lleno de sueños y planes. Se estaba transformando en una de esas personas que juró que jamás sería, esas que están esclavizadas a un horario, a una rutina, a ver la vida desde los ventanales estrechos de un despacho a través de un montón de papeles.

Por la noche, llegó agotado a su casa. Cenó y tuvo una conversación banal, en la que apenas miró a su mujer. Ninguno de los dos quería darse cuenta de que ya no había nada que decir.

Ambos se marcharon a la cama. Ella se quedó dormida, dándole la espalda y él... Él se dedicó a cerrar los ojos y a dejar volar su imaginación.

¿Qué pasaría si hubiese hecho caso a su corazón en vez de a su cabeza y a sus padres? ¿Qué pasaría si se hubiese dedicado a la música, tal y como siempre quiso?

Se vio a sí mismo, un crío de diecisiete años pegado al piano día y noche, componiendo. Sus padres no paraban de repetirle lo bien que tocaba, pero que debía elegir algo con más futuro, algo seguro que pagase las facturas. Pero él no los escuchaba. De hecho, mandó una solicitud para estudiar música y no para estudiar Economía o Derecho, como le habían pedido encarecidamente que hiciera.

Finalmente, lo aceptaron. Allí hizo muchos amigos, incluso conoció a una chica con sus mismos intereses, aunque en lugar del piano, lo suyo era el arpa y el violín.

Con mucho esfuerzo, consiguió el trabajo que deseaba, tras servir muchas mesas para subsistir mientras esperaba para hacer lo que le apasionaba realmente.

Él era feliz y tenía a su lado a la chica indicada. Iban a casarse y ya habían comprado una casa gracias a sus ahorros. Además, tenía éxito en su trabajo. Lo llamaban para componer bandas sonoras de películas o canciones para anuncios. Y él lo hacía gustosamente.

Por más que pasaran los años, no le costaba trabajo despertarse y, cada mañana, le daba un beso a su mujer y tomaba tranquilamente el desayuno sentado con ella y sus dos hijos. No se sentía envuelto en una rutina y todo era perfecto. Ernesto se sentía realizado como persona, vivía plenamente.

Y, entonces, el despertador volvió a sonar.

El rincón de mis desastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora