Estoy perdiendo la fe en el mundo

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Estoy acostumbrada a un círculo determinado, a unas personas que siempre han estado conmigo, algunas desde antes que otras. Estoy acostumbrada a la empatía de esas personas, a estar con ellos segura, como entre algodones. 

Así que cuando conozco a gente nueva, me cuesta mucho confiar y equivale a salir de mi zona de confort, donde estoy a gusto con la gente que me conoce de toda la vida, esos amigos que me acompañan desde mi adolescencia y que seguirán conmigo, espero, para toda la vida. Ellos me han visto reír y llorar, han visto cómo era yo en mis épocas más locas y en las más tristes, me han visto cometer errores y caer, así como levantarme y celebrar mis triunfos. Y los quiero, aunque no se los diga, los quiero a todos ellos. Aunque a veces tenga alguna diferencia con alguno, siempre los querré. 

El problema viene cuando el resto de la gente que conozco me muestra el otro lado de la moneda: el lado cruel, apático y más egoísta y narcisista del mundo. En ocasiones, ese tipo de personas llevan un disfraz, pero otros directamente muestran el lado oscuro del ser humano. Suena dramático, lo sé. Pero es que así es como lo siento. 

Me estoy refiriendo a las personas a las que no les importan los sentimientos de los demás con tal de conseguir un objetivo, ya sea sexo, un favor o cualquier cosa que podáis imaginar.  Son personas persuasivas, que no aceptan un no por respuesta y que, cuando no obtienen lo que quieren, se van sin dar explicaciones a buscar aquello que querían en otra persona. 

Un ejemplo muy simple y actual de ello son ciertas personas de Tinder. Si tenéis esta red social, os daréis cuenta de que algunos solo buscan lo que buscan, y no les importa cómo te sientas, lo que tú quieras, tus sueños, aspiraciones. Nada. Ni siquiera quieren conocerte, no se interesan por nada que tenga que ver contigo, solo por cuándo y dónde quedaréis (y no precisamente para jugar al parchís). Para ellos, es como intercambiar cromos o tazos en un patio de colegio, con niños que no son ni de tu grupo de amigos ni de tu clase. Algo sin importancia, para satisfacer un capricho. 

Y ahí es dónde yo me pregunto que cómo hemos llegado a este punto, un punto donde la empatía está infravalorada, donde los sentimientos no importan, donde no existe el amor para siempre que nuestros abuelos y bisabuelos han demostrado, donde las relaciones carnales tienen más importancia que las verdaderas conexiones entre dos personas. Y mucha gente lo ve así, no les importan las relaciones sin amor, sin complicidad, sin ninguna clase de sentimiento. No les importa despertar con gente desconocida, en camas ajenas, sin sentir un solo cosquilleo, sin sentir nada. Como autómatas. 

El mundo ha involucionado y mi fe está rompiéndose en mil pedazos. Hay tanta tecnología para conectarnos como distancia entre todos nuestros corazones. Nos desconectamos en un mundo conectado, dejamos de sentir conexión con las personas porque el mundo está volviéndose apático, y dejamos de mirarnos a los ojos porque cada uno está muy ocupado mirando su propio ombligo. Estamos en caída libre y los paracaídas están defectuosos. 


El rincón de mis desastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora