Sabía que sería la última vez que vería el mar. Era consciente de que era la última vez que contemplaba el hipnótico ir y venir de las olas y la última vez que sus pies acariciaban la suave arena, fría por la época del año en la que estaban.
Desde su silla de ruedas, observó a su hija de seis años haciendo la voltereta, imitando a su madre. Ambas reían y, con el sonido de su risa, el dolor de su corazón no hizo más que acrecentarse. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se obligó a sonreír. No quería que la pequeña recordara a su padre llorando, desde su silla de ruedas, mientras veía la inocente felicidad de la niña como si contemplara los toros desde la barrera.
Por un momento, cerró los ojos. Se imaginó que podía caminar, imaginó que le quedaba más tiempo, que ni siquiera tenía los días contados. Se vio a sí mismo yendo hacia las dos mujeres de su vida, jugando con su hija, haciéndola reír. Se imaginó un día de verano, haciendo castillos en la arena. Casi podía tocar la felicidad. Casi, porque sabía que no era verdad, sino una mera ensoñación.
Hoy en día, la gente desea muchas cosas. Desear ascender en un trabajo, comprarse una casa más grande, un coche más lujoso y poder viajar a muchos lugares. Él solo deseaba ver a su pequeña crecer, tener más hijos, amanecer todos los días con su mujer, hacerla reír como cuando se conocieron, envejecer junto a ella y conocer a sus nietos. Sus deseos eran sencillos, tan básicos que la mayoría de las personas no sabían lo afortunadas que eran por tener algo así, pero eran poderosos y sumamente valiosos. Su deseo dependía del tiempo que tuviera, y era consciente de que no disponía de mucho.
Se iba. Sentía que la vida se le escapaba con cada inspiración y exhalación y, a su pesar, cuanto más próxima estaba la muerte, más quería quedarse y vivir. No importaba el precio, y menos cuando la recompensa podía ser tan grande. Pero sabía que hay deseos que no pueden cumplirse, por eso había querido abandonar el hospital, donde ya nada podían hacer por él, e ir al mar. A él le encantaba, sobre todo porque veía la felicidad dibujada en el rostro de la niña y estaba escuchando a su mujer reírse a carcajadas después de meses.
Cuando le detectaron el cáncer cerebral todo se desmoronó: sus sueños, sus planes de futuro y su vida entera. Era un estadio IV, el peor de todos. Rechazaron realizarle una cirugía y, con ello, todas las posibilidades de curación quedaron descartadas. Todo comenzó con un simple mareo y un dolor de cabeza que creyó que podría ser debido al estrés, pero la realidad había resultado ser terrible, demoledora. Después, cuando le diagnosticaron, le dijeron sus limitadas opciones, que podían reducirse a recibir cuidados paliativos y a tratar de disfrutar de lo que le quedara de vida con sus seres queridos.
Él entró en negación. Pidió una segunda opinión, luego una tercera, hasta que se dio por vencido con la cuarta. Después llegó la ira y luego la resignación. Sin embargo, la aceptación todavía no le había tocado. No creía que pudiera aceptar morir, sobre todo por las dos personas que más quería en el mundo, a las que dejaría solas cuando se marchara.
Su hija se acercó a él, con una caracola en la mano. Se la enseñó y luego se la dejó en el regazo y se dio la vuelta corriendo, en dirección al mar. Su madre comenzó a gritar a la pequeña, el agua estaba muy fría y no quería que ella se acercara tanto, por miedo de que pudiera hacerse daño y de que el océano se la llevara mar adentro.
Pero la niña reía, sin acercarse demasiado, corriendo mientras miraba al suelo en busca de más caracolas que llevarle a su padre, que la observaba sonriendo desde la silla.
Cuando ella volvió con la sensación de haber cumplido su misión, su padre aún mantenía la sonrisa en el rostro. Pero no respondió cuando lo llamó. No alargó la mano para recoger las caracolas. No oyó el grito de su mujer, al darse cuenta de lo que había sucedido, al percatarse de que el inexorable final había llegado y de que, a partir de ese momento, estaban solas.
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El rincón de mis desastres
RandomEste es mi espacio personal, como un blog. No es una novela ni tiene solamente una clase de contenido. Aquí podréis encontrar relatos, poemas, reseñas, etc. Como bien dice el nombre, es el rincón de mis desastres, mi sitio donde expresarme librement...