× s o n r i s a s ×

4.4K 271 57
                                    

El par de hermanos se habían salido por completo de la cafetería, con un rostro serio y tomados de la mano -Ya siento lástima por él, Lucille- Masculló el hermano mayor, mirando a un lado, mientras su hermana buscaba su casillero - No deberías, no es asunto tuyo- Le replicó, mirándolo detenerse a la par de ella -Recuerda que no debemos relacionarnos mucho con la gente, que nadie aquí merece la pena. Que todos son escoria al igual que nosotros, Damon. Recuerda eso- Murmuró ella, apretando su mano fuertemente mientras él solo se limitaba apretar los labios.

El timbre había vuelto a sonar, por lo que el maestro Quill lo había acompañado a la salida del comedor -Ahora tienes diez minutos para dejar tus libretas en el casillero que se te dio, en esa hilera de por allá- Señaló el hombre, sosteniendo su vaso de café a medio terminar -Tengo clase, así que te veo mañana, joven Walters - Puso su mano en el hombro del chico, transmitiendo un poco de calor al tacto y haciendo que el chico se estremeciera por dentro -Adiós, profesor Quill- Se despidió, mirando al suelo al tiempo que el maestro se alejaba, sin ánimos -Oh, y otra cosa- Se detuvo un segundo antes de darle la espalda por completo -Heathens- Chasqueó los labios, calculando sus palabras -Él es muy molesto a veces, pero no le hagas mucho caso. Ha tenido una vida difícil- Le estiró una sonrisa, que fue correspondida a duras penas por el chico.

"-La vida es muy difícil para todos, maestro. Solo que algunos decidimos no ser imbéciles-"

El maestro lo dejó atrás en un segundo, a solas con sus pensamientos. No entendía por qué siempre que llegaba a un lugar nuevo estaba destinado a ser el raro. Podía asegurar que era el único ateo en toda la escuela, claro, junto con su hermano.

Tenía diez estupendos minutos para poder hacer lo que quisiera en esa escuela. Quizás robar algo de la sacristía o beberse el vino de consagrar. Pero no, esas eran travesuras que chicos cool con muchos amigos tenían el placer y el privilegio de hacer; mientras él, bueno, era solo un chico gordo que usaba lentes por su hipermetropía y que era demasiado estúpido como para estar fantaseando con dejar de ser abusado en todas las escuelas en las que se paraba.

Se dirigió al baño, a poca prisa y sin intenciones de llegar a tiempo a su próxima clase. Le sorprendió ver que estaba vacío y limpio. Algo que no se veía muy seguido en las escuelas públicas. Pero, claro, esa era una escuela privada. Miró cada uno de los cubículos, que en total eran dos y tres orinales. Se metió en uno, sentándose en el retrete, echando un suspiro, saboreando ese sentimiento de estar derrotado a los diecisiete años. Se hurgó los bolsillos del pantalón, donde guardaba una navajita de los sacapuntas. La tomó entre sus dedos sin uñas, mirándola como siempre lo hacía. Se alzó las mangas, contando las marcas que ya tenía -Veintidós- Mumuró. Miró su piel blanca, era tan pálido que se daba asco, acercó la navaja a su muñeca, presionando fuertemente.

"-Cerdo-" veintitrés.

"-Gordo-" veinticuatro.

"-Qué asco da-" veinticinco.

Caminó a la hilera de casilleros, mirándose los pies y sin deseos de encontrarse con Derek Heathens. Y es que, mierda, ese tipo era una bestia total y desconsiderada. Vulgar, grosero y atroz. Asaltando sus inseguridades para atacar al débil, aprovechándose de su fuerza física. Pero, lo triste es que era verdad lo que había dicho, como suele pasar cuando algo te lastima. Daniel había querido llorar cuando el tipo finalmente había salido del salón, sus palabras lo habían lastimado demasiado y apenas llevaba un día ahí. Iba a ser un infierno y él lo sabía.

Pero no era nada a lo que no estuviera acostumbrado.

Su clasificador era el de número 109, si mal no recordada con el papel que le habían dado en la dirección cuando fue a inscribirse. La hilera era larga y todos lo miraban como un bicho raro. Realmente no entendía si específicamente ese día se había despertado con un letrero que decía ¡Soy el inadaptado, puedes molestarme! Pegado en la frente con luces de neón y flechas que lo estaban señalando a él en todo su extraño esplendor -107...108... ¡109! - Vitoreó al ver su pequeño rinconcito de la escuela, con las puertas cerradas y pintado de negro. Era bastante amplio y olía como nuevo, aunque sabía que estaba usado. Al menos eso era todo para él. Lo abrió y dejó sus cuadernos, tomando su libro de bosquejos y su bolsa de lápices. Lanzó un suspiro. No se había topado con su hermano en el comedor y tampoco lo había visto por los pasillos. Realmente le dolía que Emeth lo evitara tan contundentemente. No le hablaba más que lo necesario, no se contaban chistes ni hacían bromas de hermanos. Si bien, se suponía que eran ellos dos contra el mundo, en ese momento el mundo estaba contra él Incluso su familia. Cerró la puerta del casillero, develando del otro lado a un chico que estaba acomodando sus cosas junto a él. El corazón de Daniel se detuvo unos segundos, sintiendo como esos ojos avellana lo volvían a mirar profundamente, como si esperara alguna pregunta. Sus ojos avellana, su cabello rojizo y sus pómulos con pecas lo hacían parecer un bosquejo salido de la mente del mismísimo Michelangelo. Los labios del nuevo temblaron y sus mejillas se encendieron, apretando su cuaderno al pecho como signo de auto-defensa, pero para su sorpresa el muchacho de los ojos avellana y cabello alborotado no dijo nada, sólo le sonrió mientras lo veía, tomando su libreta negra y cerrando su caseta , Daniel suspiró, más en un reflejo de su nerviosismo que como un alivio, aunque el chico lo miró un segundo más, analizando con la mirada al niño que tenía enfrente. Era obvio que el pelirrojo era mayor que Daniel, su rostro ya no tenía facciones infantiles y su tenue musculatura eran de un joven adulto. Para nada que ver con él, un chico de diecisiete años con cara de niño y exceso de grasa en todo el cuerpo. La chica de cabello negro que lo acompañaba en el comedor se acercó a ellos, tomando del antebrazo a su hermano, llamando la atención de él para que se fuera con ella, cruzó la mirada un segundo con Daniel, perforándolo, pero haciéndolo sentirse extraño. Como si, si ella le pidiera que saltara de un risco, lo haría. Como si lo hubiera flechado

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora