× b a i l a c o n m i g o ×

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Le había dado el alba vagando por la calle. Les había preguntado a todas las personas si habían visto a su hermana, fue a la catedral del silencio, con toda la fe puesta en ella. Pero no estaba.

Paró en un restaurante pequeño a tomar café cuando sintió mucho sueño. Le preguntó a la camarera, pero ella le respondió que no había visto a ninguna chica que se pareciera ella, pero que era bonita; él sonrió, desahuciado, pero contento por el cumplido/ Agradeció el café, pagó la cuenta y le dejo propina a la dama, que solo lo vio alejarse con una nube de angustia sobre él. Siguió condiciendo y deteniéndose a preguntar, con una foto de su hermana en la mano y la esperanza en la otra. El sol de mediodía le quemó la cara pecosa y el viento de la tarde noche le refresco con su fría brisa cuando fue a la estación de policía, que solo le dijo que lo más probable fuera que apareciera pronto; que de no ser así que volviera. Damon recordaba no confiar en la policía, pero estaba desesperado.

Se regresó a su casa, resignado y con la cabeza en el aire. Pensando en a donde se había ido su hermana. Pero más importante.

¿Con quién?

Y fue ahí cuando con la luz del sol, que temblorosamente iluminaba entre las nubes del atardecer, iluminó su razonamiento. Volvió a tomar las llaves del coche, y se fue a investigar al único cabo que se había saltado.

A Derek.

Unos puños con ruido metálico golpeaban la puerta detrás del closet. No era la primera vez y, de hecho, se habían escuchado así toda la noche. Desgarrándose las uñas, desangrándose los puños.

—¡Déjame salir! — Gritó, sintiendo la garganta desgarrarse en ese sonido, tosiendo sangre.

Derek estaba en la cocina, preparándose un sándwich y uno para Daniel, sirviendo un par de vasos con jugo de naranja y con la secadora andando. En unos cinco minutos, la ropa de Daniel estaría limpia para volver a usarse y ese bonito vestido de terciopelo quedaría como nuevo con la mezcla de limón, detergente, quitamanchas y bicarbonato que le había enseñado una monja en su último orfanatorio.

Sonó el timbre, pero él no respondió porque no lo escuchó por estar concentrado en una estación de radio donde pasaban baladas de los ochentas —I love my way to you— Canturreaba mientras iba a revisar la secadora para sacar la ropa de su Angel.

Damon estaba enfrente de la puerta, tocando desesperadamente el timbre. O eso hasta que movió la perilla para notar que estaba abierta.

La puerta se abrió, rompiendo la oscuridad en la que estaba Daniel, dañándole los ojos —Te traje comida, cariño. Y también tu ropa— Dijo él, con una cálida sonrisa en sus labios, poniendo la comida en la mesa y encendiendo la luz —Te pedí que me sacarás toda la noche— Murmuró Daniel, molesto y sin intenciones de sentarse a comer junto a ese sociópata —Vamos, amor. Yo no podía dejarte salir... Ibas a escaparte— Los ojos de Derek lo miraron sutilmente —Ya no quiero estar en el culto— Dijo Daniel, con la voz insegura que siempre tenía

—Si tú te sales, te matan a ti, a tu papi, a tu hermano, a Damon y a mi... así que no creo que sea una buena idea— Contestó él, sentándose en la cabecera de la mesa —Come conmigo— Pidió, pero en el rostro del chiquillo solo se pudo reflejar asco.

—No—

Los platos volaron, los vasos cayeron al piso, quebrándose en un tremendo estruendo, haciendo que Daniel se hiciera pequeño, atemorizado—Siento que se te olvida en donde estás y con quién, Angel— Dijo, mordazmente mientras en los ojos de Daniel se pudieron asomar de nuevo las lágrimas de terror —Iré por el trapeador. Quiero que estés vestida para cuando regrese— Fulminó, saliendo de la habitación y volviendo a cerrar la puerta.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora