|[Silencio Profundo]|

×s e q u í a ×

Los ojos del niño divisaron un enorme edificio entre las inmensas arboledas, bañado por la luz de la luna. Era una hermosa catedral. Pero algo había en ella que era diferente. El aire a su alrededor se sentía más espeso, más duro. Difícil de tragar, que cuando cruzaba tu nariz se atoraba y te hacía asfixiarte.

Era un aire que auguraba muerte.

—Bájate— Ordenó, sin intenciones de mirarlo al descender del coche. Pero Derek no podía resistirse a deslizar los ojos entre esas piernas que eran adornadas por hermoso vestido. Daniel tenía un cuerpo muy lindo, muy suave, muy adorable.

Muy dominable.

Caminaron por el pasillo con pasos aguados, a escondidas. Derek se despegó de él un momento, mirando que nadie los viera, dándole una señal para que siguiera caminando. Llegaron a una habitación. Esa olía peor que todo el recinto. Olía pesado. Como cuando entras a un lugar que no te agrada, como un hospital o un psiquiátrico.

Abrieron la puerta con sigilo, con cuidado que ni un alma se enterara —Entra— Dijo con su voz profunda mientras Daniel se metía a la cámara, dejando que él cerrara la puerta. Unas leves velas iluminaban tiernamente la oscura habitación. El chiquillo de peluca rubia tocó la mesa que estaba frente a ellos, acariciando la madera que se sentía familiar —Una ouija— Jadeó, mirando como Derek tomaba su mano para ponerla en el oráculo —Esta es especial— Dijo el de los ojos azules, que destellaban entre la oscuridad y la maleza de la luz roja que irradiaban las velas —Con el corazón puro nos reunimos—Los labios de Derek se juntaron, diciendo el nombre de su madre tres veces, cerrando los ojos —Di el nombre de tu madre tres veces— Pidió, sin romper su concentración —Deja que salga de ti, como sale el aire que respiras—

—Caroline, Caroline, Caroline— El muchacho de los ojos tristes movió los labios, dejando que la voz se esfumara, que saliera con delicadeza, que su alma saliera.

—Daniel, Daniel, Daniel—

El niño soltó el oráculo.

La voz de su madre se escuchó de una esquina de la habitación. Donde se podía ver a una mujer de vestido floreado... el vestido favorito de su madre —Madre...— Un suspiró salió de Daniel, que mirada asombrado como esa mujer que se había ido tan temprano de su vida, había vuelto de la muerte —Mi niño— La mujer de ojos verdes le extendió los brazos, dejando que se acercara a abrazarla —Mamá— Suspiró él, caminando a ella, estrechándose contra su pecho, llorando —Te extrañe, mamá— Chilló —La vida es un asco aquí, mamá... quiero irme contigo— Gimoteó. Caroline lo tomó por la cara, haciendo que la mirara —No quiero eso— Dijo, con voz fuerte —No quiero eso. Quiero que me traigas de vuelta a la vida— El contacto visual forzado estaba poniendo incomodo a Daniel. Pero no debía ponerse así, era su madre quién lo estaba viendo —Si tan solo pudiera, madre—

—Puedes... ayúdalos. Haz lo que ellos te pidan. Ellos saben qué hacer... ellos saben cómo hacerte más feliz— La voz de su madre temblaba, como la voz de quién está ansioso, de quien tiene miedo a que lo descubran. De quién oculta algo. Pero, quizás, solo era que la vida del otro lado espiritual no era tan buena como decían y eso la había cambiado —Haz todo lo que te pidan... hazlo por mí— La mujer no lo dejaba de ver a los ojos. No bajaba la mirada ni se veía distraída con nada. Solo lo veía a él y nada más —Por ti, madre. Lo que sea— Musitó, dejando que ella le acariciara las mejillas y le acomodara la peluca —Te amo, angelito— Daniel vio como esa mujer desaparecía de nuevo, soltando su rostro mientras se fundía en la oscuridad, en la que Derek permanecía en silencio —Daniel...— Lo llamó, haciendo que se girara. Aún estaba anonadado, sintiendo las manos de su madre muerta en la cara; no podía salir de su asombro —Haré lo que me pidan, Derek. Lo haré— Dijo, sin dudar o esperar algo. El de ojos azules asintió —A la media noche, será tu bautizo. Tu nombre es Angel... ¿Está bien? Tu voz no es mucho problema, solo hazla un poco más aguda— Sugirió, mirándolo de arriba abajo —Tengo una túnica y un antifaz...—