× c o r r o m p e r ×

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Era tarde, por lo que podía deducir al ver el cielo nocturno. Eran eso de las siete de la tarde. Y Daniel comenzó a preguntarse si su padre se habría dado cuenta de su ausencia. Daniel no era muy bueno con los presentimientos, pero un dolor en el pecho le decía que algo no andaba bien.

Después del camino recorrido en un sublime silencio, Derek aparcó el coche frente a la casa de los Walters. Daniel estaba dispuesto a bajarse, pero necesitaba aclararse algo —Dijiste que se necesitaban cinco corazones de vírgenes... ¿No? — Su voz temblaba, sintiendo como estaba escurriendo en su propio temor —Sí— Respondió Derek, mirando a la nada mientras esperaba que Daniel ya no hablara y simplemente se bajara del auto —Solo había cuatro en el cuarto.... ¿Dónde está la quinta?— Los ojos de Daniel se quedaron clavados en el chico de cabello corto, que no contestó, pero su mirada delataba sus intenciones —No te diré, ahora bájate— Dijo su boca, pero podía ver a dónde iban sus faroles. Esos ojos de muerte que solo causaban daño a lo que vieran. Y en ese momento, estaban viendo a algo que él quería.

Dalia estaba regando las flores que estaban en los arbustos del frente de la casa, sin percibir como los ojos de Derek la miraban a través del vidrio. Tal vez ella no lo notaba, pero Daniel lo había visto. Y sintió el temor apoderarse de él —Y recuerda nuestro trato... si le dices a alguien más, o a la policía, despídete de tu amiga y de tu asquerosa vida— Derek vio como los ojos de Daniel volvían a inyectarse de miedo, mientras tiritaba al tratar de bajar del auto. Lo tomó del brazo, agarrando un bolígrafo que descansaba en la guantera para escribir su número telefónico en la piel del aterrorizado chiquillo—Espero tener tu respuesta mañana antes de la media noche—Dijo, soltándolo. Se bajó del coche, caminando a paso rápido, sin querer preguntar más. Sin querer saber más

—¿Dónde habías estado? — La chica rubia lo detuvo de una mano, haciendo que él se balanceara para no caerse; mirando atrás de él para corroborar que Derek se había ido ya —Dalia... debo hablar contigo, pero primero debo ver a mi hermano— Daniel estaba aterrado, ese dolor en el pecho le daba mala espina y quería asegurarse que su hermano estaba bien antes de cualquier cosa; la niña pudo sentir su inquietud; y eso hizo que se le hiciera más difícil decirle lo que había pasado —Tu hermano no está—

—¿Se fue a otra fiesta? ¿Volvió a salir con sus amigos? — Los ojos de Dalia no presagiaban buenas noticias, y él solo quería saber qué era lo que pasaba —Tu padre lo encontró fumando... y... revisó su habitación— Dalia hacía muchas pausas. Pausas. Malditas pausas. Daniel en ese momento odiaba las pausas —Encontró cocaína en la habitación de tu hermano— Eran demasiadas cosas en ese día. Su hermano era un drogadicto. Su hermano menor era un drogadicto. Su puto hermanito era un drogadicto que aspiraba cocaína y sabrá Dios qué otras cosas. ¿En qué momento Emeth se salió tanto del cabal? ¿Cuándo dejó de ser su hermanito? —Lo llevó con tu abuela. Para llevarlo a una escuela militar...— Dalia terminó de hablar, mirando la cara de hielo de Daniel, que simplemente no podía tragarse todo eso de una —¿Estás bien? — La chiquilla rubia le puso una mano en el hombro, viendo como estaba a punto de desvanecerse —No... no estoy bien— Dijo, agarrándose fuertemente de su mano para no caerse. Se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en la cara. Muy fuerte y repetidas veces —Dalia, necesito que vengas a mi habitación... ahora... necesito hablar contigo—Dijo, tomándola de la mano, recordando lo que el de ojos fríos le dijo en el auto. Estaba asustado, debía protegerla.

Si Derek la quería porque era virgen, solo había una forma de hacer que ya no les fuera útil.

Subieron las escaleras, entrando a la habitación de Daniel, que se veía algo relajado, pero Dalia sabía que había algo mal en él. Cerró la puerta detrás de ella, mirándolo sentar en la cama, con la vista al suelo —¿Qué te pasa? — Dalia se sentó junto a él en la cama, mientras veía la alfombra, tratando de acomodar las ideas que tenía en la cabeza —Dalia...— Su voz salió en un suave suspiro, como si de la tormenta mental que estaba pasando se saliera una ligera brisa de sus labios —¿Creerías que estoy loco... si te digo que para protegerte debemos... debemos? — Sus palabras temblaban a la par de él, tratando de no sonar como un completo imbécil entre todo lo que estaba pasando en ese momento —Debemos...?— Los ojos de Dalia solo reflejaban duda y preocupación —Escúchame... sonará estúpido y loco... quizás sin sentido... pero necesito que me escuches—Daniel le tomó las manos, acariciándolas tiernamente mientras la veía a los ojos, tratando de entender todo el desastre que pasaba  a su alrededor —Hay alguien que quiere hacernos daño... pero me preocupas más tú. Te quiere a ti porque eres virgen... necesito que dejes de serlo— Las palabras del pelinegro se escurrían suavemente por su boca, como si no se tratara de una pedida de auxilio —Daniel...—

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora