×c o n f i a n z a×

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La casa estaba en cierta armonía, y Dalia estaba subiendo las escaleras junto a su madre, que planeaba sacarle la ropa sucia de las habitaciones al par de hermanos —Veré a Daniel, mamá— Mencionó la rubia, con una mano en la perilla de la puerta de la habitación del muchacho, mirando cómo su madre asentía y se adentraba en la habitación de Emeth, que estaba sorpresivamente vacía y con un impregnado olor a cigarrillo y otro olor desagradable que ella prefería no reconocer.

Dalia abrió la puerta suavemente, solo para apreciar una escena adorable en cualquier sentido. Daniel y Damon se habían quedado dormidos, abrazados sobre la cama de Daniel, como un par de niños chiquitos, acurrucados juntos —Mami— La llamó, con un ademan y voz cándida para que ella se acercara, mirando con ternura al par de chicos —Cierra la puerta, no queremos despertarlos— Le mencionó Delilah, con una mano en el hombro de su hija, que cerró lentamente la puerta, regresando a la habitación del otro hermano Walters, que aparentemente solo había salido al patio de la casa, porque se veía desde la ventana, sentado en una banca de la parte trasera. Delilah lo miró unos segundos, preguntándose en qué pensaba ese chiquillo de cabello cobrizo. Ese muchacho que había guardado tanto odio en su corazón de una manera tan fuerte, que le costaba creer que alguna vez fue feliz —Vayamos abajo, mami. Ya junté toda la ropa— Dijo Dalia, desconcentrándola un poco y guiándola a caminar fuera de la habitación, que tenía ese aroma a vida truncada.

Emeth permanecía afuera, sentado en una banca en la parte trasera de la casa, fumando un cigarrillo, tratando de reacomodar los pensamientos que surgían en su cabeza, tratando de comprender todo lo que estaba pasando en su vida en ese momento. La fiesta de hace unas noches lo había tratado mal, no podía digerir todo lo que había hecho. Sus amigos lo hacían también, así que era normal ¿No? Tenía recuerdos fugaces de lo que había hecho. Recordaba unas botellas de cervezas, un par de tragos de vodka, un porro de marihuana y un par de líneas. Pero, la verdad, él nunca esperó llegar tan lejos. Nunca pensó que cruzaría la raya entre un porro ocasional a tener cierta dependencia. Derek le había dicho que era normal. Derek.

Tampoco se podía tragar lo que Derek le había dicho ese día en el pasillo de la escuela "Él lloraba mucho, pero en el fondo sabía que le gustaba. Es una vaca gorda, debería agradecerme que me fijé en él" Pero lo que más le sorprendía era haberse visto a sí mismo riéndose de eso, asintiendo y tomándolo como algo gracioso y normal. Quizás Daniel tenía razón. Pero ¿Qué razón podría tener su hermano? Era un estúpido niño deprimido que siempre lograba hacerse la victima de todo, siempre queriendo llamar la atención. No era más que él. Era un niño asustado. Igual que Emeth.

El coche de su padre se estacionó afuera de la casa —Maldita costumbre que tienen los estúpidos vecinos de estacionarse en mi lugar— Se quejó el hombre, dejando ese olor a hollín de combustible, que camuflaba el olor de su cigarrillo, que Emeth apagó inmediatamente, quitándose la sudadera y ocultándola para que no pudiera percibir el aroma a tabaco. Se esperó a que Wilson entrara a casa, siguiéndolo para que él no le hiciera preguntas raras y poder evadirlo hasta que los llamara a cenar.

El hombre se sentó en la mesa, a la cabeza, soltando un suspiro y esperando a que Delilah se le acercara con el plato de la comida. Era como si ella tuviera que leerle el pensamiento, porque a él le castraba dar instrucciones —Buenas noches, señor. Permítame traerle la cena— Se le acercó ella, hablándole con tono sumiso y tranquilo; disimulando el odio que le tenía a ese hombre. Ella se dirigió a la cocina, cuando escuchó la voz de Wilson hablarle —Llama a mis hijos a la mesa— Le ordenó, sin despegar la vista del periódico que esa mañana no había podido leer. Delilah asintió, mirándolo de reojo mientras caminaba en dirección a la cocina, donde Dalia estaba sirviéndole en el plato al señor Walters, cuando ella vio entrar a su madre, ambas compartieron una mirada consternada —Mamá, pero Daniel está dormido... y si ese hombre ve a un chico en su cuarto, va a moler a golpes a Danny— Dijo ella, en un secreto y en un tono de temor que solo ese hombre podía sacarles —Tú ve y llama a Emeth, yo me encargo de lo demás— Le pidió, quitándole el plato de la mano para que ella pudiera ir escaleras arriba a llamar al castaño, que se había vuelto a encerrar en su habitación.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora