× s a n g r e ×

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La casa de Daniel estaba tan solitaria como era de costumbre. Sin ruido alguno más que el score counter del videojuego de su hermano y sus pisadas por los pasillos. El muchacho de los ojos tristes estaba viendo a su techo y escuchando un vinil que tenía de The cure. Se había dicho a sí mismo que las cosas podían mejorar y que no todo en su vida sería miserable por siempre. Pero, vamos, ¿Quién cree una mentira mucho tiempo? Nadie, a menos que sea estúpido o estuviera enamorado. Y Daniel no era ni uno ni lo otro. Bueno, eso quería pensar. 

Se levantó de su colchón, desnudo por completo porque había decidido tirar las cobijas y sabanas empapadas de sangre. Esa sangre que ensuciaba tristemente todo lo que tocaba. Desde su uniforme, hasta su cama. Que agobiante era saber que sólo servía para ensuciar las cosas. Se dirigió a su baño, mirándose al espejo y volviéndose al lavabo. Seguía salpicado y el espejo reflejaba su severa enfermedad. No quería entender lo cerca que estuvo de la muerte ese día. Lo cerca que estuvo de lograr dejar de estorbar, porque tenía miedo de enamorarse de esa sensación de estar desfalleciendo. De esa sensación que nada más importaba. Esa sensación de estar muerto. Soltó un enorme suspiro mientras dejaba los lentes en la orilla del lavamanos, para tallarse los ojos y hacer que su cabeza dejara de dar vueltas con todo el desorden que era su vida en ese preciso instante. Volvió a suspirar, mirando el reflejo que yacía frente a él. Sabía que no podía quedarse más tiempo en su casa o iba a volverse loco. Más de lo que ya estaba, si es que la depresión y el intento de suicidio eran locura. Así que tomó su cámara polaroid y se abrió camino a la calle, sin que su hermano se diera cuenta. No tenía planeado llegar a la cena esa noche. Demonios. No tenía planeado ni siquiera llegar a dormir. Pero debía hacerlo porque no tenía un buen amigo que usar de excusa. Ni siquiera tenía un amigo. Sólo eran él y su cámara contra el mundo. Así que sacó a pasear a su chica Poly, como le gustaba llamarla. Aunque, siendo sinceros, salía a sacar fotos para tratar de sentirse mejor, porque realmente no encontraba la misma pasión que sentía hace unos cuantos meses. Lo hacía por compromiso a si mismo.

Caminó milla y media, tomando fotos de las flores marchitas que se encontraba en el camino. También fotografiaba algunas aves, como cuervos y buitres que veía por ahí, volando, presagiando la muerte violenta de criaturas inocentes que merodeaban por ahí, moribundas. Miró a los lados, no había nada más, hasta que llegó a una arboleda, que daba entrada al bosque. Sintió un golpe en la cabeza, recordando su experiencia del día anterior. No entres. Se dijo. No entres. Se repitió, aunque, de verdad no entendía por qué tendría que hacerse caso a sí mismo. Estaba loco, zafado, le hacía falta un tornillo y todos lo sabían y por eso no se acercaban a él, así que, quizás si quería que los demás se le acercaran un poco, tendría que empezar a alejarse de él mismo. Tomó un respiro profundo, viendo alrededor de él. No había mucha neblina y el sol aún daba luz por otras dos o tres horas. No era tan peligroso si sólo se metía y volvía a salir rápidamente. ¿Verdad?. Se armó de valor y se introdujo al espeso bosque, caminando en dirección a su escondite que había encontrado la última vez que había estado ahí. Miró alrededor, sin ver alguna cosa extraña, macho cabrío o demonio por ahí, así que se sentía medianamente seguro. Su camino era alumbrado por los tenues rayos de sol que se metían entre la espesa neblina, que iba descendiendo poco a poco entre los arboles de troncos gruesos. Entonces, decidió seguir en línea recta, guiándose por la luz resplandeciente del lago que corría tranquilamente frente a él, en el medio del bosque. Suspiro de alivio cuando vio ese calmado cuerpo de agua, por alguna razón lo hacía sentir seguro. Se acercó, lo suficiente para poder escuchar el agua fluir plácidamente, pero detuvo su paso en un instante, al escuchar a alguien más ahí. Le daba la espalda, traía una camiseta de franela a cuadros roja y negra, como esas que se les ven a los leñadores, y traía un gorro negro puesto, que se conjugaba con sus jeans holgados. Daniel sintió temblar las piernas cuando lo vio detenidamente. Traía un bate de béisbol metálico, manchado de sangre. Ahogó un grito en su garganta, teniendo el peor presagio, armando una historia de fantasía criminal de proporciones inimaginables. Un asesino. Un psicópata. Un loco. Pero todo pensamiento maquilado por su cabeza se detuvo cuando la cabeza del tipo se giró a él. Parecía que debió hacerse caso así mismo cuando debió, porque el sujeto se estaba acercando a él. También traía un pasamontañas, por lo que sólo alcanzaba a ver sus ojos. Unos ojos avellana. El tipo se paró justo frente a él, dejando la vista de su espalda libre, mostrando porqué su bate estaba lleno de sangre. Un animal yacía muerto en el suelo, con la cabeza destrozada. Un gato, al parecer. Daniel volvió sus ojos al chico que tenía frente a él, sintiendo las piernas temblar —Hola—Dijo, muy tenuemente, sin esperar alguna respuesta. Aunque esta vez la consiguió —Hola— Le contestó, quitándose el cubre bocas que traía puesto. Sabía que había escuchado su voz antes, pero había estado demasiado aturdido como para prestarle atención. Pero, ahora lo podía escuchar con claridad. Su voz sonaba exactamente como lo había pensado. Grave, gruesa, varonil y segura —¿Qué haces aquí?- Mientras que la suya era la de un niño. Tenue, suave y gentil. Ahora entendía porque su padre lo creía un marica de mierda —Es un bosque. Propiedad pública. Tengo tanto derecho de estar aquí como tú- Dijo el chico del gorro negro de manera brusca mientras le daba la espalda de nuevo para recoger al gato muerto —Lo siento— Daniel agachó la cabeza, sintiéndose como un imbécil. Damon se giró a él, viendo como sostenía la polaroid contra su pecho. Como si estuviera acostumbrado al maltrato, Chasqueó los labios, no era su intención ser descortés, pero estaba tan desacostumbrado al trato con otras personas —Oye...— Volvió a escuchar su suave voz, al tiempo que alzaba la mirada —¿Me dejas tomarle una foto?— El chico de lentes le regaló una sonrisa medianamente rota a Damon. Una sonrisa en la que él pudo sentir su alma reflejada. Una sonrisa que develaba su batalla incesable de querer ser feliz. El corazón del pelirrojo dio un estrujo —Si no te da asco, adelante— Lo retó con una sonrisa, sentándose en el suelo cubierto de hojas, mirando como el agua se escurría entre la tierra, corriendo libremente, como sangre en una escena del crimen. Daniel se inclinó en sus cuclillas, poniendo la cámara delante suyo, presionando el botón para sacar la instantánea —Esto es muy interesante— Se dijo así mismo mientras veía el cuerpo del gato yacer en el suelo. Damon le volvió la mirada, mientras Daniel sólo se sentaba en el suelo, mirando como el agua recorría un camino enmarcado por el tiempo —Por cierto...Gracias. Ya sabes, por lo del otro día — Dijo el chiquillo de lentes, tensándose un poco, temiendo que él también resultara ser un agresor. Otro depredador en la cadena alimenticia donde él era el último. Pero Damon sólo le sonrió, como estirando una mano amiga a aquel que se había tropezado –No juegues, simplemente vi que no te podías defender tu solo— La voz del chico pelirrojo se volvió fría en un instante, contrastando con sus ojos de fuego, que atosigaban al pobre muchacho de lentes –¿O acaso ibas a hacerlo?— Su mirada lo fulminó, haciendo que las piernas de Daniel temblaran un poco. No entendía si estaba siendo agresivo o simplemente le disgustaba a todo el mundo —No... bueno... no lo sé—  La voz del chico de cabello negro era tímida y tartamudeaba al sentir esos fuertes ojos sobre él, observándolo como si quisiera tener su alma servida en un plato para poder devorarla —No me agradezcas por algo que para mí no fue nada porque, dime ¿Qué caso tiene que me te haya defendido si vas a seguir dejando que te pisoteen?— Dijo Damon, mirándolo fijamente, sintiendo como se retorcía al sentirse desnudado, al presenciar como un completo extraño podía ver lo patético que era —Sólo... sólo quería ser amable...— Daniel susurró para sí mismo, acariciando al gato muerto que tenía a un lado —Me iré, si te incomoda mi presencia— Dijo, dándose por vencido en poder sentirse menos estúpido —No voy a pedirte que te quedes- Contestó el de cabello rojo, al tiempo que Daniel se levantaba del suelo y se limpiaba las hojas de los muslos —No esperaba que lo hicieras- La voz del muchacho de lentes presentaba una ligera fractura, una pequeña fisura, por la que se drenaba su tristeza. Se alejó de Damon, a paso lento mientras escuchaba el crujir de las hojas debajo de sus pies. El pelirrojo lo miró marcharse, dejando un rastro de lagrimillas tras de él. Instantáneamente, Damon no pudo evitar sentirse un poco mal por el chico, a veces se le pasaba la mano siendo indiferente, y llegaba a ser tan patán como Derek —Oye, niño—Lo llamó, con la esperanza que se dignara a hablarle, esperando que se diera la vuelta. Y lo hizo. Daniel escuchó de nuevo esa voz tan estremecedora llamarlo, no quiso voltear, pero lo había hecho por mero instinto. Metió las manos a su bolsillo del pantalón negro que traía puesto, que se conjugaba con un suéter de rayas negras y azul marino que tanto le gustaba —¿Qué sucede?— A pesar que su tono se escuchaba un poco más seguro,estaba temblando por dentro,  no podía sostenerle la pesada mirada a ese joven de cabello de fuego que se estaba acercando a él, mantenía los ojos verdes pegados al piso, sin querer que se mezclaran con los avellana que se aproximaban. Damon chasqueó los labios, haciendo una mueca de disgusto y de entero desagrado al recordar a Derek Heathens. Esa escoria con la que había tenido que lidiar desde secundaria —Derek es un abusivo. Defiéndete o dale un poco de pelea — Damon se había plantado justo frente a él y manteniendo las manos manchadas de sangre sosteniendo el bate religiosamente, Daniel tenía que mirarlo hacia arriba debido a su altura, su exagerada altura. Walters no era alto, medía alrededor de 1.68 o unos escasos 1.70, mientras que su hermano menor medía 1.80, no cabía duda para preguntarse por qué la gente siempre pensaba que él era el mayor. Pero el chico que tenía frente a él otro tema. Damon Enfer medía 1.90 metros de altura, con un cuerpo atlético y unos ojos que te podían matar si los veías tan cerca como los tenía Daniel en ese momento —Gracias por el consejo— Aparentemente había recobrado la voz y la autoridad sobre su cuerpo, porque ya no estaba temblando ni se sentía nervioso, sólo un poco raro al darse cuenta que llevaba el gato muerto en una mano y en otra la cámara polaroid. Lo soltó, al instante, asqueado, pero impresionado al mismo tiempo, porque sólo lo había dejado unos minutos en el suelo, y ya parecía tener repugnantes gusanos —Creo que te llevas a mi gato— Damon extendió la mano para poder tomar el cadáver mutilado de su mascota —Lo siento— Se disculpó, entregándolo y limpiándose la mano en el suéter —Por cierto ¿Para qué llevas eso?— El chiquillo de cabello negro lo miró detenidamente mientras se acomodaba para llegarse al pellejo de animal —A mi hermana le encanta la taxidermia, y por eso le llevo esto. No me gustaría que se desgastara— El de cabello rojo tomó al gato de las manos de Daniel que, limpiando la sangre, salpicaba en su lindo jersey azul dejando sucias manchas marrones —No creo que le sirva mucho con los gusanos que tiene en la cabeza— 

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora