× i n f a n t i l×

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Los cuervos graznaban mientras todo en el bosque oscuro y nocturno era silencio. La cama de Damon estaba tibia por su cuerpo, que descansaba sobre ella como un niño cansado de tanto jugar. Se daba vueltas en ella, esperando despertar, con el cuerpo ansioso por el nuevo día. Aunque, en realidad, no sabía que era lo que le emocionaba tanto. Sus ojos se abrieron, levantándose lentamente mientras miraba a su alrededor, buscando lo que lo había despertado. Su habitación estaba sola, aparte de sí mismo y su corazón agitado –Damon— Escuchó la voz de su hermana, llamando a la puerta delicadamente mientras entraba a su habitación –Debes vestirte... el sacerdote te quiere ver— Mencionó, arrojándole un par de pantalones negros y una camisa que hacía juego —¿Para qué me quiere ver?— Preguntó, sentándose y tomando las prendas que estaban en su regazo –Quiere hablar sobre él—

—Luci...— Damon paró de vestirse, dejándose solo con el pantalón y con la camisa blanca que usaba para dormir, mirando al suelo fijamente –No quiero a Daniel cerca del culto— Dijo, juntando las yemas de sus dedos, alzando los ojos a su hermana, que esperaba una explicación –No quiero que le hagan daño a nadie— Completó, sintiendo la mirada furtiva de Lucille, que estaba aún buscando una chaqueta para que se cubriera del frío —¿No quieres a papá y a mamá de vuelta? ¿No quieres hacerme feliz? ¿No quieres cumplir tu palabra ante los del Culto del Silencio?— La voz de la pelinegra sonaba a reproche, como esperando a que su hermano se sintiera mal y se arrepintiera de lo que estaba diciendo. Pero Damon solamente negó con la cabeza, intentando que ella entendiera su punto –Es demasiado bueno—

—Si no quieres ir, yo iré— Se ofreció, con una voz amable demasiado forzada. El pelirrojo se quedó pensando unos instantes, recapacitando en si era una buena idea o no el darle el gusto a su hermana –Hazlo, pero solo vas a corroborar que le pueden hacer daño— Dijo, finalmente, recostándose de nuevo y escuchando a su hermana al salir. Se cobijó, con el corazón acelerado y la piel eriza. Él no tenía ningún interés en ayudar a ese culto, pero no se podía quedar de brazos cruzados al saber que querían usar a un niño que no tenía nada que ver con ellos. Ya bastante daño les había hecho a todos los que estaban dentro, transformándolos en los monstruos que eran, haciéndolos ir contra sus principios, deformándolos e hiriéndolos de la manera más profunda posible. Le daba miedo saber que, en cualquier momento, cualquiera de las personas que estaban ahí tomara la vida de alguien más como si no fuera nada. Cerró los ojos con fuerza, negándose a los recuerdos atroces que lo tomaban desprevenido y lo hacían perder la calma durante la noche. Se levantó de la cama, mirando por la ventana que unía su habitación con el exterior, a un bosque que daba camino a la ciudad. Si bien, no iba poder dejar de pensar, era mejor que pudiera salir a caminar un rato. Miró a su alrededor, en completa oscuridad, encaminándose a su cajonera, en esa que él ocultaba su lado sensible y apacible, que su padre lo había obligado a ocultar para hacerlo un hombre.

La nieve caía en el bosque de Salem, provocando un frío terrible. La silueta de Stan Enfer se reflejaba en el rio congelado en el que estaba parado, esperando que su hijo lo siguiera –Vamos, Damon. Ven acá— Lo llamaba para que se atreviera a caminar sobre el hielo delgado, pero el pequeño se resistía para ir tras de él –Ven acá, con un carajo— El hombre se desesperó, yendo por él a la tierra firme y arrastrándolo para poder cruzar —¿Cuántas veces te he dicho que no debes de ser tan miedoso, eh, Damon? ¿Qué harás cuando yo ya no esté y tengas que defenderte por ti mismo?—Stan mangoneaba a su hijo violentamente, haciendo que el niño llorara –Pero...—

—Pero nada, debes aprender a ser un hombre— Lo lanzó contra la nieve, dejándolo tirado unos minutos, llorando porque se había lastimado la nariz al chocar contra la dura nieve, mientras su padre se adentraba a lo profundo del bosque, regresando con un conejo en las manos. El pequeño Damon de catorce años se levantó de entre la nieve, con las mejillas rojas y reacomodándose el gorro y la bufanda azul que le había tejido su madre –Ten— Stan le estiró al animal, mirando como los ojitos de su hijo se iluminaban con ternura y emoción al ver al tierno roedor frente a él. Damon lo tomó en sus manos, acariciándolo tiernamente mientras sonreía –Le va a encantar a Luci— Dijo el niño, alzando la mirada a su padre, que trataba de disimular su asco –Sí, va a encantarle— El hombre de cabello negro le mostró una pistola que traía escondida en la chaqueta de cuero que traía para protegerse del frio –Déjalo en el suelo. Yo cuidaré que no se vaya— Prometió el hombre, poniendo el arma en la mano temblorosa de su hijo –Hazlo rápido— Completó, arrebatando al conejo de los brazos de Damon. El pequeño animal era café, parecido a una liebre, pero él sabía que era un conejo. Lo miró en el suelo, inmóvil frente a él mientras el roedor parecía no entender lo que pasaba. Claro que no lo iba a entender, era un maldito conejo. Damon miró fijamente los ojos de ese animal y después vio a su padre, que estaba impaciente porque su estúpido hijo lo hiciera de una vez. El pelirrojo se volvió al conejo, que solo estaba sentado frente a él. Damon comenzó a llorar suavemente, como la brisa que escurre la mañana para anunciar la llegada del nuevo día. Las mejillas del chiquillo pelirrojo estaban húmedas... pero no quería decepcionar a su padre. Así que jaló el gatillo.

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