× l o c u r a ×

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Morph Ándras estaba encendiendo las velas de la Iglesia negra, cuidando del tizne sus dedos. Tenía cansadas las manos de haber presionado el cuello y la espalda de ese chiquillo entrometido que se había perdido en el bosque la noche anterior. Permanecía en el recinto mientras el Sacerdote Buitre se encontraba fuera, su deber era cuidar las cosas que permanecían dentro y de velar la santidad de los objetos que se custodiaban dentro, para poder invocar a las deidades que asechaban sus espíritus. Estaba limpiando el estante donde guardaban la sangre coagulada de las vírgenes hermosas, los fetos de bebes abortados por concepciones carnales de Asmedeo con las mujeres del culto y la piel y cabezas cercenadas y disecadas por el Sacerdote Buitre. La taxidermia humana era su mayor pasatiempo. Morph se giró un segundo, a ver con sus ojos repugnantes y ocultos tras una ligera capa de piel quemada, observando una de las esculturas que permanecían ocultas a los ojos de los que merodeaban de vez en cuando en las profundidades de la estructura gótica que estaba en el medio de la nada. La escultura de El verdugo. 

Era un golem, creado por un antiguo miembro con ascendientes judíos. Las manos del golem eran enormes y sostenía una enorme hacha, su rostro se veía cubierto por un velo de color negro y estaba tupido de una enorme musculatura. Era un retrato aterrador, incluso para Ándras que debía verse al espejo todos los días. El Golem, sólo se utilizaba cuando era requerido, para poder matar a aquellas personas que desobedecieran las reglas del culto. Su hacha aún tenía sangre de la última vez que lo usaron. Hace dos años. Con Stan Enfer. El antiguo Sacerdote Buitre. Desobedecido al intentar usar alquimia para traer a su esposa de vuelta del cielo. Había rezado los versos puros del Padre nuestro y había ido a la iglesia limpia. Había hecho todo lo que el anticristo odiaba y no quedaba más remedio para su malestar crónico de agonía ante la pérdida, que la propia muerte, en donde él tenía la esperanza de encontrarse con su bellísima esposa. Pero la decepción lo siguió hasta el infierno al enviarlo a las llamas eternas. Mucho más lejos de su hermosa y divina mujer.

Morph Ándras siguió limpiando alrededor, evitando la mirada del golem, que atravesaba el velo. Contaba la leyenda que ellos cumplían con las tareas que se les pusiera en la boca. Contaba la leyenda que ellos sabían cuándo eran necesarios.

Alrededor de Daniel todo estaba oscuro, permanecía acostado, pero no podía moverse. Sentía como había un pesado cuerpo sobre él, pero no podía ver nada. Sólo sentía. Los rasguños que se propagaban por sus brazos, su voz ahogada en su garganta, sus piernas inmovilizadas y unos ojos sobre él. Una pesada mirada que lo hacía estremecerse mientras las manos del demonio del sueño lo apretaban y herían con fuerza. El demonio tenía garras que Daniel Walters podía sentir. Atravesaban su piel como si él fuera de papel. Sentía los colmillos del antiángel también. Se estaban deslizando por su cuello y perforando fuertemente. Sus manos se intentaban zafar de su amarre, pero le costaba trabajo. Se estaba quedando sin aire y su garganta cerrada era el augurio de su muerte. Dulce final que tanto había esperado. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y sentía el corazón estallar en cualquier momento. Su sangre empezaba a dejar de correr a sus muñecas que el ente sostenía con brutal fuerza. Daniel sentía la vida escaparse por cada poro —¡No vuelvas al bosque jamás!- Escuchó en una carcajada demoníaca que brotó del ser maligno que lo intentaba privar de la vida. Y se esfumó. Despertándolo de aquella pesadilla. Se levantó de golpe, sintiendo las piernas temblar y la garganta sin aliento. Todo había sido uno de sus terribles parálisis del sueño. Una de las más atroces.

Permaneció sentado frente a su ventana, con un rosario en la mano y rezando como su madre le había enseñado. Todos creerían en su lugar que sí era un sueño, y él también quería creerlo, pero había algo que lo evitaba. Había algo que inhibía el pensamiento que todo eso había sido mental y no había pasado. Y eso era que había tenido que tomar un baño y aspirinas para el dolor que mantenía en su botiquín del sanitario. Eso, porque cuando se despertó, sintió todo mojado a su alrededor. La cobija, el colchón y parte de su almohada y su pijama. Estaba empapado en sangre y los terribles rasguños habían deshecho su camisa, y en su pecho había un escrito que aclamaba lo que había escuchado decir al demonio que lo había atacado. No vuelvas al bosque.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora