× l i b e r a r×

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Emeth estaba en su cuarto. Sabía que Derek se había llevado a su hermano, por lo que la casa estaba sola. Recostado en su cuarto, fumando un porro, sin querer que alguien lo molestara. Le importaba poco la escuela, le importaba poco su familia. Todo le importaba poco —Por mí, que todos se muera— Masculló, mientras veía el humo volar sobre él y como la droga hacía su magia.

El coche de Wilson Walters se estacionó frente a su casa, dejando que el hombre soltara un suspiro. Estaba cansado de todo. Emma, su novia, exigía mucha energía; pero ¿Qué podía esperar? Era una mujer joven, de unos veinticinco años —Te pareces tanto a mi Caroline— Suspiró, amargo.

Bajó del coche y entró a la casa, buscando a Delilah para pedirle que hiciera la cena; algo muy impropio de él porque por lo regular él llegaba cuando la cena y a estaba hecha y fría. Se dirigía a la cocina cuando pasó por las escaleras de los cuartos de sus hijos, oliendo algo que podría ser cabello quemado. Asqueado, se dirigió a la parte de arriba, con pasos seguros. Tan seguros que podían tumbar los escalones. Pasó por la habitación de Daniel, que no desprendía otro olor más que el de canela por los tallos que él siempre guardaba en su cajón de ropa interior. Pero el cuarto de Emeth, esa habitación apestaba a morir. Wilson estaba molesto, sabía que Emeth era algo pirómano desde que era pequeño, pero siempre había odiado que quemara cosas dentro de la casa —¡Emeth! ¡Te he dicho un millón de veces que no quemes porquerías en la casa! — Gritó el hombre, abriendo la puerta.

El chico castaño pudo jurar que su corazón se pasó a su garganta un minuto entero.

Su padre estaba frente a él, que estaba sosteniendo un porro de marihuana en el medio de su habitación —¿¡Qué mierda estás haciendo con eso!? — Las rodillas del muchacho estaban temblando cuando vio al hombre acercarse a él. Molesto. Podía ver esa ira en sus ojos —Papá... yo— Solo sintió una bofetada en la mejilla, seguida de un manotazo para que soltara el apestoso cigarro, que cayó al suelo para que Wilson lo pisara —¡Fumas esta puta mierda en mi casa! ¡No la respetas! ¿¡Crees que me la paso trabajando para llegar a mi casa y toparme con que mi hijo es un maldito drogadicto!? —El hombre lo tenía agarrado fuertemente de las muñecas, sacudiéndolo violentamente —¿Trabajar? ¿¡Acaso crees que soy estúpido!? Si desde que nos mudamos acá sé que tienes otra mujer, una zorra que te mantiene ocupado por las noches para que no te acerques a saber cómo estamos ¡Se podría incendiar la casa y a ti te importa un comino! — Emeth se zafó del agarre de su padre, gritando, histérico y pateando, mientras su padre lo veía furioso. Un puñetazo le calló la boca, dejándolo con el labio sangrando —No creas que con tus palabritas de revolución te vas a zafar de esto— Dijo él, dejándolo de lado para buscar qué otras cosas guardaba ese crío en su cuarto. Palpó los muebles y vació los cajones, mirando los ojos horrorizados de su hijo menor al acercarse a un cajón de su mesa de noche. En la que había guardado al bolsa de polvillo blanco que le había dado Derek la noche anterior —Wilson... yo— Trató de excusarse cuando lo vio sacarla, pero los ojos de su padre lo atravesaron antes que él pudiera decir algo —Durante estos últimos años he respetado tu luto hacia tu madre y no te he puesto un alto, pero es hora que aprendas a respetar y acatar reglas— La voz del hombre se tornó seria, seca y sin amortiguaciones —Ahora mismo te vas a vivir con tu abuela, para que el semestre que viene te lleve al colegio militar— Wilson lo miraba fijamente, pero no era esa mirada que siempre le daba. Eran ojos de decepción tremenda. Un nudo se formó en la garganta de Emeth —Te iré a llevar a la estación de autobuses ahora mismo. Empaca tus cosas. No quiero tenerte un solo minuto más en esta casa— Dijo, murmurando, como cuando no quieres que escuchen que te lastimaron.

Emeth siempre fue el hijo favorito de Wilson. Siempre, y siempre se notó. Los juguetes en navidad, los paseos, los juegos en equipos padre e hijo. Siempre se notó que lo quería más; pero Daniel lo respetó hasta el último momento. Sabía que él era el favorito de su madre. Hasta que ella murió fue cuando empezó a calarle un poco más. Pero a Emeth no le importaba; seguía siendo el favorito de papá. Wilson seguía tratándolo mejor y haciendo a su hermano sentir una mierda.

Pero en ese momento, a Wilson se le cayó la manta de los ojos que le impedía ver que su hijo menor estaba cayendo en un vórtice de perdición del que la mayoría de las personas no regresaba. Se había dado cuenta que ya no tenía ocho años.

El hombre se sentó en la mesa del comedor, bebiendo su coñac, sin prestar atención a Delilah, que estaba en la cocina, fregando los platos —¿Desde cuándo? — Para ser sinceros, él no quería entablar una conversación, pero mover su boca lo hacían sentirse un poco menos alcohólico —¿Desde cuando qué? —

—Él es drogadicto—

—Desde hace unos meses... incluso creo que desde antes de que se mudaran para acá— Dijo ella, poniendo la taza seca en el mueble de los vasos —Crecieron muy rápido— Masculló Wilson, mirando su vaso de coñac vacío —Y sin un padre. A veces me duele saber que yo los conozco más que usted— Delilah se acercó al comedor, apagando la luz de la cocina y dejando que la oscuridad la carcomiera por la parte de atrás. Su hija estaba en su cuarto de servicio, recostada porque estaba algo cansada después de su lección diaria. Pero estaba ahí, sabiendo que su madre la amaba y que le importaba —Todo fuera tan diferente si ella no se hubiera ido...— El hombre se levantó de su silla, acercándose a Delilah, que estaba un poco extrañada por sus ojos vidriosos. Se acercó a ella sin una pizca de intimidación, solo como te acercas a un viejo amigo. La abrazó, dejándose quebrar. No estaba tan ebrio, pero si lo suficiente para que no le importara llorar enfrente de una mujer —He sido malo contigo... y... he sido malo— La mujer de cabello rubio no supo cómo reaccionar, solo pudo acertar en acariciar el cabello canoso del hombre que estaba llorando en su hombro —Puedes irte cuando quieras... ve con tu esposo a Kansas y cuida del resto de tus hijos... ellos te necesitan— La mujer se asombró con eso, no podía creer lo que había dicho

—¿Papá...?— Emeth estaba parado en el marco del comedor, mirándolos —Ve y súbete al coche. Yo te voy a llevar hasta la casa de tu abuela a Nueva York— Los ojos de Emeth se le clavaron encima con una expresión interrogante —Nos tomara dos días llegar, papá. O sea, prácticamente es recorrer todo el maldito país en coche—

—Pediste que te diera tiempo ¿No? Te voy a dar tiempo— El hombre se dirigió a su hijo, dándose la vuelta y comenzando a caminar a la salida de la casa. Emeth estaba molesto, pero sabía que no debía decir nada, ni protestar ni enojarse. Él era el que había metido la pata. Eran las cinco de la tarde cuando ellos se habían ido, por lo que solo se sentó en el asiento del copiloto, dejando su maleta en la parte de atrás, mirando como su padre encendía el coche y comenzaba a conducir.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora