× o j o s a v e l l a n a ×

11.1K 420 121
                                    

La mañana era lluviosa y oscura, para nada como uno se imaginaría una mañana de verano. El Benz '07 andaba camino a la nueva escuela de los hermanos Walters, iba a ser un aburrido colegio católico a lo poco que el mayor había escuchado

"—De verdad... qué asco, padre-"

En la ventanilla pegaban las gotas de lluvia, manteniendo despierto a Daniel, el hermano mayor, mientras Emeth se entretenía jugando en su game boy. Apenas llevaban en Oregón una semana y ya sentía en su piel extrañar el calor de Phoenix. Se habían tenido que mudar por el trabajo de su padre, y desde que su madre había muerto, ninguno de los dos hermanos tenía voz ni voto en las decisiones. 

Era un sí de su padre y punto.

El chófer miraba hacia el frente, sin hablar con los niños, mientras ellos solamente trataban de distraerse por los nervios de estar en una escuela nueva, en nuevo año escolar y en una ciudad nueva. Aunque sus conclusiones no daban para mucho. Todo apestaba.
—Aquí es, niños— El coche se había detenido y ambos pudieron observar un enorme edificio, que los hacía pensar en las películas de terror con fantasmas y sacerdotes asesinos —Gracias, señor Lance. Nos vemos— Daniel se despidió, viendo como su hermano se bajaba del auto de mala gana, sin despegar la mirada del jodido aparato en el que se la había pasado desde que llegaron a esa estúpida ciudad en la que siempre estaba lloviendo. 

Entraron a la escuela y Emeth habló por primera vez en una vida —Éste lugar es demasiado tétrico- Dijo, más para él que para el otro, sintiendo como su hermano de cabello negro asentía. Caminaron entre los pasillos, percibiendo como todas las miradas estaban sobre ellos, cortándolos como navajas hirientes, analizándolos y susurrando cosas imperceptibles a sus oídos. A Daniel le molestaba ese lugar, le molestaba esa sensación de siempre estar siendo juzgado. Pero lo único que podía hacer era apretar sus libros al pecho e intentar ignorarlos —Mi clase está de ese lado— Lo vio hacer una pausa, guardando el aparato en su bolsillo — Nos vemos en la salida— Escuchó la voz de Emeth a unos cuantos metros de él, sin prestarle mucha atención a su hermano —Está bien...— Dijo Daniel con desaire mientas veía a su hermano irse en el largo pasillo, en dirección contraria a la que él iba. Siguió andando al frente, con la mirada a los pies, observando sus zapatos negros que se conjugaban con los pantalones grises y el saco azul marino. Odiaba usar uniforme. Extrañaba sus camisetas holgadas que ocultaban su obesidad, sus pantalones menos apretados y tenis. Odiaba tener que verse decente. Odiaba estar en un lugar que no le recordaba a su madre.

Los ojos lo veían andar por el pasillo sin misericordia, destrozándolo con críticas y cuchicheos que las lenguas criminales decían al conspirar contra el inadaptado. Trataba que el camino no le fuera pesado, pero había veces que los chicos hablaban muy fuerte 

"Parece niña" , "Es un maldito obeso, qué asco", " No creo que dure mucho tiempo si la pandilla de Derek lo ve así " 

Pasó saliva, al parecer, Derek sería su nuevo verdugo. Sus pensamientos lo mantenían absorto del resto del mundo, teniéndolo preso en un umbral de ansiedad y nervios, cuando un par de pesados ojos irrumpieron su tormento mental. Alzó la mirada, encontrándose con un chico recargado en una columna del pasillo, mirándolo fijamente, sin pronunciar una palabra, sólo viéndolo pasar. Sus ojos avellana le perforaban el alma, siendo observado con mirada gélida y un rostro inexpresivo.Pero había un mensaje en esos ojos. Era la mirada de quién ve algo diferente, de quién quiere saber. Aunque Daniel odiara que lo vieran tan fijamente y por tanto tiempo, haciendo que por su cuerpo le recorriera un escalofrío, intentando seguir su camino antes de llegar a la clase. Todo en ese lugar le daba miedo y le parecía tétrico.

Llegó al salón, estaba completamente vacío y el maestro estaba escribiendo la lección del día. Era la primera clase del semestre y él realmente no esperaba que alguien llegara temprano. Se veía que el chico era nuevo, porque a esa hora todos estaban en la capilla en misa de bienvenida. No era un colegio católico sólo de palabra, o eso era lo que simulaba a simple vista  —Buenos días— Murmuró el chico pelinegro con un hilo de voz, dejando su libreta en el último asiento de la última fila  — Buenos días—  El maestro le extendió una enorme sonrisa, ajustándose los lentes —Eres el nuevo ¿No es así?— La voz del maestro era gruesa y profunda, demasiado madura para un hombre de aparentemente mediana edad. Pero era extraño, le parecía dar confianza a Daniel. Quizás era la mezcla entre la firmeza de su voz o la calidez de su sonrisa, pero reconfortaba algo en el pecho del chiquillo pelinegro —Sí, el nuevo— Hizo énfasis en la última frase, que sabía que ese iba a ser su apodo durante los próximos meses. Esperando que ese fuera el único.  El hombre soltó una risita, mirando como el chico sonreía levemente. El timbre sonó, anunciando la clase y dejando que un bonche de adolescentes entrara al salón, rompiendo la quietud. Entre ellos, uno en especial captó la atención de Daniel. Era un chico alto, de facciones alargadas y de tremendos ojos azules que tenía cara de pocos amigos. La mirada del tipo lo atravesó —Buenos días, clase. Permítanme presentarme, yo soy el maestro Robert Quill y les impartiré la clase de historia— Dijo el hombre, mientras con un plumón escribía su nombre en la pizarra —Y bueno, creo que es hora de tomar la asistencia— Se dirigió a su escritorio, sosteniendo una hoja de control de asistencia. Daniel lo revisó de pies a cabeza. Su traje negro con corbata que hacía juego, sus zapatos discretos y su cabello desaliñado, junto a ese par de ojos cafés que parecían poder desnudar su espíritu en una mirada. Tenía finta de ser una persona agradable —Allan—

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora