× a d i ó s ×

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El vapor inundó la habitación cuando Daniel salió del baño, con un pijama prestado y los pies descalzos. Vio la cama, no la había tocado siquiera, pero sabía que estaba fría. Se paró a un lado de ella, dispuesto a dormir de una buena vez por todas en paz. Pero nada lo dejaba tranquilo. Estaba en una casa ajena, estaba en un cuarto que no era suyo. Estaba dentro de una piel que no sentía suya.

Los recuerdos de los días pasados lo habían invadido. Todo era un asco últimamente y no había nadie que pudiera negárselo. Y, realmente solo quedaba una cosa cuando su mundo se estaba yendo a la mierda.

Necesitaba escribir.

Se levantó de la cama, caminando con sus pies descalzos por el pasillo, hacia la habitación de Damon. Eran las once de la noche. Había tomado un baño largo, con el disco on repeat y ahogándose en una nube de pensamientos borrosos. Sabía que era descortés despertarlo en dado caso que estuviera dormido; pero por alguna razón sabía que ambos estaban compartiendo el mismo insomnio.

Daniel se quedó frente a la puerta unos segundos, hasta que lo escuchó moverse para poner un disco de sinfonías de Chopin. Tocó suavemente, esperando que él contestara, solo se retiró un poco cuando vio que la perilla se movía —¿Te interrumpo? — La voz del chico de cabello negro salió en un atesorado suspiro que apenas y quebranto el aura de paz que había dentro del cuarto de Damon. A diferencia del de él, en el del pelirrojo parecía que los demonios de la casa habían hecho las paces para no pelearse dentro del espacio del chico prodigio —Tú nunca interrumpes, pasa— Damon se alejó de la puerta, haciéndole una seña para que la cerrara con cuidado mientras ponía un pie dentro —Solo quería saber si tenías un cuaderno que me prestaras... necesito escribir— El de cabello rojo lo miró despistadamente mientras terminaba de acomodar sus almohadas para dormir. Él no era un chico adolescente normal. Damon requería de unas seis almohadas alrededor suyo para poder dormir. No era porque se fuera a caer o porque le diera miedo la oscuridad. Era porque estaba aterrado de estar solo, desde que una noche su padre tomó su cuerpo prestado sin que él se diera cuenta; le aterraba estar solo mientras dormía. Aunque aún se preguntaba para qué tomó su cuerpo esa noche —Seguro hay una en mi cajón. — Dijo él, quitándose los calcetines y señalando el buró de a un lado de su cama —¿Por qué te los quitas? — Daniel lo miró mientras aventaba el par de calcetines a la otra orilla de la habitación, donde había un cesto de la ropa sucia —Dormir con calcetines te corta la circulación... y yo quiero tener mis dos piernas hasta viejo— Soltó con un tono algo sarcástico —Si es que llego a viejo—A veces Damon decía cosas muy oscuras, incluso para sí mismo. El pelirrojo bajó la mirada, sintiendo como Daniel se acercaba a sacar el cuaderno del cajón —Damon...— Otro suspiró salió de sus labios, y de sus ojos. Sus ojos habían suspirado su nombre con esa mirada tan cansada que él conocía tan bien. Esa mirada que lo había cautivado y hecho temblar por dentro tantas veces —Dime, Danny— Respondió, tratando de sostener su quebrado ser en una sola frase. Las mejillas de Daniel se pusieron rojas, levemente. Como ese rubor que les pone a las doncellas de cuadros reales del siglo XIV —No quiero dormir solo...— Dijo, apenado mientras agachaba la mirada. No podía entender que su conciencia le permitiera dormir con él después de semejante traición.

—Quitaré las almohadas entonces— Daniel no había terminado de hablar cuando el pelirrojo se había levantado para acomodar las cosas y que cupieran los dos en la cama. Solo dejó dos almohadas en la cama de ropa roja y colcheta color vino con brillitos.

—Tú pide un lado... iré a cepillarme los dientes— Mencionó Damon, dándole una sonrisa mientras se giraba al baño para asearse antes de dormir. Daniel se sentó en la cama. Estaba calentita.

Acurrucó la cabeza en una almohada y hundió su cuerpo en la colcha roja. Rápidamente pudo notar el aroma de Damon. Ese perfume de tabaco y melancolía que siempre se quedaba impregnado en él cuando lo abrazaba. Refundió el cuerpo entero, la cara y se abrigó entre la colcha, el colchón y el aroma. Arrugando la cobija y encogiéndose, en posición fetal. Solo sintiendo el calor de Damon en su cama. Estaba acostado en la cama de Damon tan cómodamente que podía jurar que sentía en casa.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora