Daniel se había regresado a su casa a paso lento, un poco desconcertado y sintiendo el frío recorrer su piel al ir contra la corriente de aire. Sus pasos erraban cada tanto y sentía que iba morirse por el frío que se colaba por su piel. El sol comenzaba a caer lentamente tras de él y sentía que cuando llegara a casa iba a estar demasiado oscuro. Sus nervios se comenzaron a alterarse al ver deformaciones en los árboles que acechaban la oscuridad. Su respiración se aceleró de a poco, sintiéndose seguido por una sombra. Se giró para corroborar si no estaba nadie tras de él. Pero solo había oscuridad y nada más. Se giró de nuevo, presionando su cámara contra su pecho como si se tratara de un crucifijo. Su aliento se aceleraba y quería empezar a correr por esa sensación de constante paranoia en la que se veía inmerso en cada segundo que estaba en la oscuridad del vortéx de emociones empicada en el que estaba envuelto. Uno, dos, tres pasos que escuchaba tras de él. Su corazón saliéndose de su pecho y su ansiedad aumentada al cien por cien. Volteó de nuevo, queriendo ver algo para poder morir del susto de una buena vez. Solo alcanzaba a ver la neblina que descendía del cielo lentamente al suelo. Se quedó parado un rato, en la autopista, deseando poder ver algo a través de sus empañados lentes. Silencio inmutado y su corazón agitado era lo único que podía escuchar. Suspiró, intentando seguir su camino sin sentirse perturbado. Pero aún con la misma presencia detrás de él, queriendo acercarse, acechando en la terrible oscuridad.
Damon Enfer estaba encerrado en su cuarto, escuchando dancé macabre, mientras escribía en la libreta que el sacerdote le había entregado, escribía todo lo que había alcanzado a entender de Daniel Walters. Conocía su número de casillero, su apellido y a su hermano. Era algo, pero no lo suficiente para presentarlo al Buitre Pagano que tenía por patriarca. Le frustraba no hacer bien las cosas, y la verdad es que se le estaba complicando por gusto. Sabía que ese chico no tenía amigos y podía acercarse a él en cualquier momento a entablar conversación. Veía como sus ojos le veían cuando lo tenía enfrente. Podía percibir como esos ojos verdes lo seguían por todo el comedor escolar. Damon dejó de lado la pluma, pensando un segundo en la noche que se había metido a su alcoba mientras él dormía. Sus dibujos. El dibujo que había hecho de él. Se levantó de su escritorio, buscándolo en su cajón, en ese cajón donde guardaba sus libros de poesía para que su hermana no los encontrara porque le daba vergüenza que se diera cuenta que tenía corazón. Sacó la hoja de papel de acuarela, mirándola fijamente. Damon estaba impresionado por el dibujo, era bastante bueno. Pero, más que por el dibujo, estaba impresionado por el hecho de ser él a quien había decidido dibujar.
El sótano de los hermanos Enfer permanecía en silencio mientras Lucille leía su libro rojo, sus dedos rozaron las páginas levemente, para después cerrarlo, dejándolo de lado. Se levantó de su silla de reposo, decorada de terciopelo negro. Miró a su alrededor, sabiendo que su hermano estaba en la parte de arriba, con su tarea o quizás dormido. Se dirigió a las escaleras, subiéndolas a paso lento, cruzándose con los mayordomos y las damas que cuidaban la casa mientras ella no estaba. Nunca los saludaba, no le gustaba desperdiciar palabras valiosas en ellos. Subió a su habitación, cerrando la puerta para poder desnudarse y tomar un baño. Su cuerpo estaba tensado y sabía que esa noche el culto los necesitaba. Querían avances de los nuevos integrantes y si habían logrado convencer a Daniel para unirse. Ella sabía que Daniel era un chico muy peculiar. Podía descifrarlo en sus ojos y mirarlo en su tono de voz. Era un marginado, como hay muchos en la vida que uno se topa. Pero él era diferente, No se explicaba todo su entorno. No entendía varias cosas de él, y para Lucille era tan fácil leer a las personas con un solo ademán. Eran como libros que se sabía de memoria. Clichés repetidos una y otra vez en un orden tan simultaneo y predecible que le hacía aborrecer la naturaleza humana. Pero Walters, era distinto. No hablaba, no miraba a los ojos a las personas y tenía la sonrisa más falsa que había visto, claro, aparte de la suya. Su mirada no proyectaba nada y su olor natural era el miedo. Era un chico raro. Pero era del tipo raro que le gustaría entender. Como un libro nuevo. Como una historia nueva. Como una herramienta nueva —Hola— Su hermano apareció en la puerta de su alcoba, recargándose en la marquesina, viendo como ella estaba recostada en la cama. Inconscientemente se había salido de la tina y puesto la bata para cubrir su desnudez. Se levantó apaciblemente, mirando desconcertada su habitación a oscuras —Sabes que debemos ir al culto hoy ¿Verdad? — Damon se acercó al tocador donde reposaba un espejo de marco de marfil, donde se podía leer el nombre de su hermana en letra manuscrita —Debemos irnos en media hora, Luci. Vístete— La voz tranquila de su hermano desapareció junto a su silueta y ella dio un suspiro. Le era difícil asimilar que había veces que su cuerpo era más de su voluntad que de su propio criterio. Miró por la ventana, como la luz de la luna se colaba. A veces se preguntaba si realmente había algo bueno en ese monstruoso mundo. Ella solo había visto las cosas malas, y por eso le costaba creer que existiera alguien con bondad en el corazón. Por eso le costaba trabajo creer que Colette fuera real. Sacudió la cabeza. Esa chica era su mejor amiga desde siempre. Sus cabellos rubios siempre se ceñían con su cabellera negra cuando hacían pijamadas o tomaban la siesta juntas. Se habían conocido por sus padres, hombres de negocios... y conocedores de las artes oscuras. Ella amaba a Colette con tremenda fuerza, pero siempre supo que ella era diferente a las demás chicas, pero eso quedaba olvidado un poco después al darse cuenta que ella tampoco era igual a las demás. En más de una ocasión se había sorprendido a si misma absorta por la belleza de la figura de su amiga. Colette siempre fue dotada de una vital hermosura. Tenía el cabello rubio y una cara de ángel. Y en eso, Lucille hallaba consuelo, en el hecho que los ángeles no tenían género. Y si Colette era un ángel, entonces no era una chica. Simplemente era ella. Simplemente era arte.
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|[Silencio Profundo]|
Mystery / Thriller×Boy's love ×Contenido adulto (violencia y escenas de sexualidad) ×abuso sexual ×paranormal Daniel tiene 17 años, un padre que lo odia y un hermano que lo cree culpable de la muerte accidental de su madre. Cuando Wilson Walters, su padre, decide qu...