× n o s t a l g i a × (epílogo pt. 1)

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Cuando llegué a casa ese día y no te encontré, sintiendo ese silencio que tanto intentamos callar cuando estábamos juntos. Con gritos, peleas y regaños.

Cuando vi tu habitación vacía y sin tus dibujos en la pared; supe que te había hecho mucho daño.

Aunque, siendo sincero y sabiendo que sonaré cruel y egoísta, siempre supe que estabas roto. Pero, yo también lo estaba y nunca supe como cargar estas cosas.

Porque yo soy emocionalmente torpe y no sabía que hacer. Tenía dos hijos que dependían de mi y yo en lo único en lo que podía pensar era huir.

Y sé que los decepcioné. A ambos. Pero más a ti porque te deje solo, aún sabiendo que necesitabas mi ayuda.

Nunca conocí a ese Damon con el que Dalia me dijo que te habías ido cuando le llamé por teléfono a su madre, pero creo que me hubiera gustado conocerlo.
Aunque en ese momento, lo más probable es que me enojara y te dijera que no me importaban tus amigos estúpidos.

Y creo que me hubiera enojado más porque sabría que no es solo tu amigo.

Antes que tu madre muriera, tuvimos esa conversación. Le dije que yo no creía que fueras...eso. Pero ella solo me sonrió y me dijo que, si lo fueras, te íbamos a querer igual. Y me hizo prometerlo.

Lo siento mucho.

Ayer, cuando llegué por la tarde y no te vi, prendí el televisor para ver cualquier cosa en lo que llegabas (porque pensé que estabas en la escuela, en algún paseo, o yo qué sé.) Y, cuando paré en un canal local y vi las noticias, me preocupe. Tantos muertos en una sola noche. Incluidos el hijo del director de tu escuela.

Él estaba destrozado. Llorando frente a los reporteros con las rodillas en el suelo y una bolsa negra enfrente.

No me tardé mucho en entender qué pasaba.

Me asusté. Cogí el coche y las llaves para salir a buscarte. Tuve miedo.

Miedo que estuvieras perdido en el bosque.

Que estuvieras en el río.

O, peor aún.

Que estuvieras muerto.

Por primera vez, sentí que me hacías falta y sentí angustia y dolor y tristeza y nostalgia. Y todo al mismo tiempo.

Al llegar y escuchar que no había nadie que se pareciera a ti, me sentí un poco aliviado. Pero seguías perdido.

Regresé a casa para buscar algún indicio de a dónde pudiste haber ido. Y encontré tú nota. Y supe que no ibas a volver. Supe que no estabas en la escuela, que no estabas en casa de un amigo, haciendo un trabajo o paseándote por ahí. Habías huido.

Le llamé a Delilah, porque ella siempre estuvo más presente que yo en tu vida. Y ella me dijo que tenías un amigo muy íntimo.

—Tiene un novio— Dijo Delilah después que el hombre le preguntara si sabía algo de la nota —Daniel tiene un novio, nunca los escuché hablar de huir. Pero, vamos, no es algo que ese chico no quisiera— Completó, pasándole el teléfono a Dalia, quién sabía más sobre ellos.

Dalia me contó que se conocieron en la escuela y que él era tu tutor de clases. Dijo que era un muchacho muy guapo y amable. Le pregunté cómo sabía ella que ustedes eran novios. Ella me dijo que lo sabía porque ustedes estaban destinados a estar juntos. Me pareció estúpido en ese momento. Tú eres hombre y te tienen que gustar las mujeres, o eso fue lo que pensé. Después que ella me platicara ciertas cosas de las que yo nunca me enteré por estar con mi secretaria, me colgó.

—Por favor, no arruine su felicidad. Él es libre ahora, libre como siempre quiso ser–

Luego de eso, simplemente me fui a acostar, hundido en el silencio de la casa. Y me dormí en tu cuarto, admirando las paredes blancas. Recordando las cosas malas que te dije, que te hice.
Y dándome cuenta que al irte te llevaste la vida de esta casa. Porque tu hermano tampoco estaba aquí. Tú tenías tu tocadiscos con las canciones de tu madre, mantenías el sonido de tus pinceladas bajito para que yo no te escuchara (aunque lo hacía de todos modos) , veías películas francesas en la televisión de la sala y a veces hablabas con Dalia por las noches. Tú eras el ruido, la vida y el alma de la casa. Tú la mantenías viva. Y ahora solo es la carcaza.

Igual que yo.

Te extraño, hijo.

Wilson se quedó con la cabeza posada en una mano, mientras unas lágrimas caían en el papel. Ya había pasado una semana desde que ninguno de sus hijos estaba con él. Tenía un permiso en el trabajo, así que se había quedado en la casa todo ese tiempo para volver el día siguiente por la mañana.
Volvió a ver el papel, tomándolo en sus manos para llevarlo con él a la cocina. Llegando ahí se sirvió un vaso de agua y dejó la carta en una de las parrillas de la estufa, prendiéndole fuego y viendo como quedaba en cenizas mientras bebía su agua.

Cuando sonó el teléfono de la casa.
—Aló ¿Quién habla?–
—¿Papá?–
Wilson Walters dejó caer el vaso de agua
—¿Hijo?–
Y parecía que el agua había caído en su rostro.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora