×t e r n u r a×

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Harold Heathens se encontraba de camino a casa, preguntándose qué habría estado haciendo su hijo durante toda la tarde.

La verdad, era que Derek no había sido un niño fácil de educar y criar, teniendo en consideración que no era su hijo biológico. Cuando Harold Heathens, sacerdote de la iglesia católica en Salem, era un hombre joven había visto su corazón ablandado por la carismática sonrisa de un niño en un orfanato, un bellísimo niño de ojos azules. Sus padres lo habían abandonado porque había nacido en una familia extremadamente pobre y si lo dejaban era probable que muriera de hambre, como sus demás hermanos después. Hizo hasta lo imposible para poder adoptarlo, rogó y lloró demasiado para que ese infante lo llamara "papá" sin tener que perder su puesto en la parroquia. Cuando vieron que nadie adoptaba al chiquillo, y que su amor por el sacerdote crecía, decidieron finalmente entregárselo. Ese fue el momento más dichoso en la vida de Harold, el hombre que ese niño llamaba "papi sacerdote".

Los primeros años fueron preciosos. El hombre le sembró la semilla del bien en su corazón, lo cultivó de conocimientos y un fuerte amor a la iglesia; rezaban juntos, comían juntos y a él le encantaba ser el monaguillo en las misas de su padre. La gente se escandalizaba, pero eso no era impedimento para que ellos fueran felices.

Pero, cuando el niño tenía unos doce años, enfermó gravemente y eso acongojaba el corazón del sacerdote cada vez más, fuertemente rezaba, rezaba y rezaba. No comía para poderle dar de comer a su hijo, no dormía para poder cantarle hasta que él durmiera, no salía. No vivía y su hijo tampoco. Todos lo veían batallar, pero nadie le daba la mano, solo rezaban, y una que otra vez los escuchaba decir —Ojalá que Dios lo ayude— Pero escucharlos solo amargaba más el corazón del padre Harold. Hasta que encontró a un hombre que le ofreció ayuda.

La tarde era lluviosa y el sacerdote Harold había dejado al niño dormido en su pequeña casa junto a la capilla en la que daba misa. Sostenía fuertemente el paraguas, sin intenciones de soltarlo porque no quería mojarse y enfermarse.

La Catedral del Silencio estaba demasiado al fondo del bosque, y él comenzaba a aterrarse de que se le hiciera tarde y tuviera que atravesar el bosque solo y a oscuras. No quería dejar a su hijo enfermo solo, porque había perdido la fe en la gente.

Tocó quedamente la puerta de la iglesia, que era demasiado parecida a las iglesias católicas enormes que a él le gustaba visitar de vez en cuando, aunque desde que su pequeño había enfermado no había podido ir mucho a ellas. Tocó otra vez, esperando que las puertas se abrieran, y lo hicieron después que él intentara por quinta vez. La Catedral era hermosa por dentro, con las velas que tenuemente iluminaban de un color rojizo las bancas que se encontraban vacías. Caminó por el pasillo con las piernas temblorosas. El hombre de cabello castaño y rizado estaba ligeramente temeroso, porque había una esencia rara en el aire de ese lugar... un olor a muerte.

—Me alegra mucho que hayas venido, Harold HeathensUna voz se escuchó al final del pasillo, grave y profunda, casi inaudible por la bajeza de su tono Mucho gusto, buen hombre... Vine aquí porque dijeron que podían ayudarmeDijo él, con la voz temblorosa y sacudiéndose las manos que traía algo empapadas. Escuchaba movimientos, pero no alcanzaba a ver debido a la precaria iluminación del lugar. Solo sentía que algo se movía en la oscuridad, provocándole una sensación de desagradoEs usted el hombre con el pequeño enfermo ¿No es así?preguntó, acercándose lentamente al desesperado hombre, que estaba algo aterrado Contestó Harold, tomando un poco de fuerza en su voz e irguiéndose para poder encarar la silueta que se le acercaba. Un hombre emergió de la oscuridad, un hombre con lentes oscuros y una bufanda que le cubría hasta la nariz. Era un aspecto tétrico, pero estaba desesperado por ayuda Por favor... dígame qué debo hacer para que mi hijo se cureDe los labios ocultos del hombre oscuro salió una amigable sonrisa, que se desvaneció en un instante Sé que eres un sacerdote...Murmuró con cierto placer en las ácidas palabras que estaba a punto de decir Pero también sé que tu Dios no ha hecho nada para salvar a tu hijoLa mirada de Harold descendió al suelo, algo apenado y con la garganta hecha añicos Dijo, con cierta inseguridad en su boca, mirando al hombre que ahora tenía a unos pasos El mío quiere ayudarte... y te necesito entregado en cuerpo y alma a élEl enmascarado extendió su mano al sacerdote, cuya fe estaba tan débil que un suspiro podía destrozarla. Y ese, para ser precisos, era un tremendo soplo.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora