× f o t o g r a f í a s×

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Lo que siguió de la tarde estuvo lloviendo, cosa que no sorprendió a nadie porque las nubes del cielo amenazaban con llorar en cualquier momento. Pero ese día chillaban diferente, aunque otros días, en estaciones pasadas en donde se oscurecía el cielo más seguido y grueso, las nubes llovían más, esa tarde lloraban con dolor y con angustia. Como cuando la naturaleza se compadece del humano y sólo puede llorar amargamente.

El chofer había pasado una vez más en ese lindo Benz negro, recogiendo a los chicos de la escuela —Hola, señor Lance— Saludó amablemente el hermano mayor, entrando en el coche mientras dejaba su mochila en el asiento de en medio —Hola, Joven Walters—  Dijo de vuelta el chófer que tenía el cabello pintado por el tiempo y unos anteojos ligeramente gruesos —¿Cómo le fue en su primer día de escuela?- La pregunta cayó como un ladrillo en el de melena negra, haciéndolo recordar todo lo mal que le había ido gracias al imbécil mastodonte que tenía por compañero escolar —Bien— Se limitó a decir con un aire pesado y dejando de lado la conversación para ponerse los audífonos. Realmente no quería hablar de eso en aquel momento. Ni nunca.

Emeth se tardó unos minutos más en salir, obviamente como él sí tenía amigos que lo entretuvieran en charlas vacías, era de los últimos en salir de la escuela, topándose con que su chofer había llegado hace una media hora —Hasta luego, Emeth. Nos vemos mañana— Se despidió Evan Holland y su grupito de chicos malos mientras veían como el rubio caminaba desinteresado hacia el bonito coche negro —Sí, adiós— Dijo mientras sacaba su game boy para poder ignorar a Daniel y al señor Lance mientras iban a casa. 

Simplemente le irritaba la presencia de su hermano mayor. Sus ojos eran como los de su madre, sus manos y había veces que incluso la manera en la que hablaba se parecía a la de su mamá. Le molestaba. Le recordaba todo lo que había perdido. Aún podía sentir su mano fría sobre la suya cuando cerraba los ojos. Aún escuchaba su voz cuando todos dormían. Aún podía sentirla entre ellos cuando estaba a solas.

 El claxon del Benz'07 lo sacudió como una ráfaga de viento helado golpeándole en la cara. Con gesto malhumorado, volvió a recuperar la velocidad de sus pasos, apresurado por el motor del auto que ya estaba encendido. Daniel permanecía viendo por la ventana del coche, un tanto distraído y sin prestar atención a lo que pasaba alrededor suyo mientras escuchaba un poco de su cinta de auto-ayuda, que según él le ayudaba más de lo que las pastillas o el psiquiatra habían podido —Estás bien y todo es perfecto Escuchaba para calmar sus nervios. Pero sus ojos se vieron arrebatados cuando observó al montón de chicos con el que había salido su hermano menor. Un rubio de mechas rojas y una mochila repleta de parches de Thrash Metal, Edmond Jones, por lo que había escuchado entre los cuchicheos de la clase de ciencias. Un azabache y una pelirroja que permanecían tomados de la mano, aparentemente mellizos, aunque no muy parecidos. Coldwater. Los mellizos Coldwater. Y entre ellos, un chico alto y esbelto, de profundos ojos azules. De sonrisa con perlas blancas y un recién puesto piercing en el labio inferior. Heathens. Derek Heathens "Mierda" Pensó al verlo caminar tan campante por la salida del colegio. Se hizo pequeño en su asiento, ocultándose de la ventana y tratando de esconderse. Su hermano era amigo de su verdugo —Ya estoy aquí, deja de tocar ese puto claxon y llévame a casa— Renegó el menor mientras lanzaba la mochila al interior del auto. Lance Meyers torció la boca, con todas las intenciones de contestarle a ese niño mimado, pero sin ganas de perder su empleo, así que sólo se dedicó a conducir. Daniel seguía temblando en el asiento, con los ojos como platos y deseando desaparecer. Pero a su hermano no le importó, de todos modos, estaba acostumbrado a los ataques de pánico de Daniel, no era nada fuera de lo común, o , mejor dicho, no era algo que le importara.

Las gotas de lluvia habían caído la mitad de la tarde y se detuvieron a eso de las cuatro. Permanecía nublado y las chispas amenazantes, pero por el momento, todo estaba seco. Daniel terminó de dibujar un par de aves en su cuaderno de acuarela y lo guardó cautelosamente bajo su cama. Si su padre lo encontraba seguramente lo rompería y despreciaría el trabajo de su hijo. A los Walters, el arte no era algo que les interesaba, pero en especial a su padre. Su esposa pintaba frecuentemente en una habitación de la casa de Phoenix, un lindo cuarto donde ella dejaba todas sus pinturas y pinceles, lienzos y muchísimas pinturas y cuadros que ella había hecho. El señor Walters siempre le decía que ella era todo lo sensible que él nunca podría ser. Cuando ella falleció, quemó todo, porque era demasiado doloroso. Y a él no le gustaba el dolor. No le gustaba recordarse que podía sentir algo que le hiciera daño.

|[Silencio Profundo]|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora