Capítulo 1

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Jueves por la mañana.
El despertador con su tictac me hizo abrir los ojos. No debí desvelarme viendo por milésima vez El cisne negro.
Los párpados me pesaban y los ojos ardían.
Después de luchar con mi consciencia que me insistía dormir cinco minutos más, salí de mi habitación directo a tomar el desayuno. Moría de hambre.

—¿Sucede algo?
Pregunté al mirar a mis padres quienes parecían un par de adolescentes intentando encubrir alguna fechoría.
—¿Ocurre algo? —insistí.

—Lina. —habló mi madre, Anna Benson.

Anna era una mujer de aspecto exigente, llevaba el cabello corto, tenía labios finos y vestía siempre muy elegante.

—Esa soy yo. —sonreí forzadamente.

—Nos iremos de Chicago, a vivir a otra ciudad.
Atajo Anna de un solo golpe, como si hubiese anunciado que iría de compras al supermercado.

—¿Qué? —paré de servir el jugo fresco que recién había tomado de la nevera— ¿Qué tiene de malo
Chicago?

No es que me rehusara a mudarme o que amara Chicago pero ¿otra vez nos vamos a mudar? Llevábamos poco más de tres años viviendo en Chicago, la estancia más larga que podía recordar al menos en los últimos siete años.
Mis padres, Anna y Carlo, viajaban constantemente gracias a su trabajo. Poseían una corporación de construcción la cual se extendía cada vez más. Eran personas de negocios, por lo que, la mayor parte de mi infancia y adolescencia la había vivido sola y además, había vivido al menos en diez diferentes estados.

—Lo hemos pensado detenidamente. En California tenemos mejores oportunidades actualmente. Ir y venir cada quince días ya no es rentable. —anunció Carlo.

Eso era verdad.

Mi padre, Carlo Benson, era un hombre de carácter duro y estricto, nunca aceptaba nada que no fuera lo que el consideraba perfecto.
Aún recordaba cuando tenía quince años y descubrió al llegar de su viaje de negocios por Europa que me había perforado el labio. Me exigió quitarme la argolla y sufrí graves consecuencias. Siempre creí que fue muy injusto, quise avisar que lo haría pero nunca contestó mis llamadas, ni los mensajes de texto. A Carlo, el tiempo se le dividía en: noventa por ciento su profesión, y el diez por ciento restante lo dedicaba a su familia... a veces.

—¿California? —miré a Carlo.

—Sí —ahora habló mi madre, cielos. Su voz era entusiasta— A esta familia no le caería mal un poco de calor.

—Un momento. —la sonrisa que dibujaba mis labios era inusitada— ¿regresaremos a California? ¿a Los Angeles? —Carlo asintió mientras revisaba su teléfono celular.

Fue entonces cuando caí en cuenta que regresaríamos a la ciudad que me vio crecer, en la que tenía mis mas bellos recuerdos de la infancia.
Recordaba el calor y las palmeras; las constantes visitas a Malibú con Verónica, mi niñera favorita, quien siempre vi como una hermana mayor hasta que se fue de mi lado años después para reanudar sus estudios universitarios. Y por supuesto que la mejor parte de Los Angeles era Salma.

Salma se había convertido en mi mejor amiga desde el momento que nos conocimos en el salón de clases. Era mi primer día y estaba aterrada, era la niña nueva a mitad del ciclo escolar y por alguna razón mis nuevos compañeros no me agradaban en lo absoluto y al parecer a ella tampoco le agradaban mucho.

Un amor inesperado [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora