Capítulo 37

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—¿Ya despertó? —quiso saber Sammi.

—Aún no —respondió Kellin mirando su reloj de mano—. Ya es tarde, ella nunca duerme tanto.

—Lina... —llamó Salma.

Lina llevaba durmiendo casi diez horas; desde hacía casi diez horasz

—Esto no me gusta —dijo Sammi—. Llamaré a un médico.

—¡Liiin... —CC entró a la habitación cuando Sammi salió—. ¿Lina? ¿Sigue durmiendo? —frunció el entrecejo.

—Si —respondió Salma con un tono de angustia.

Todo mundo observó como CC se acercó demasiado a Lina. Kellin dio dos pasos adelante.

—Lina... pequeña —dijo CC—. ¡Lina!

Lina giró la cabeza a la derecha y poquito a poco, comenzó a abrir los ojos.

Salma y Kellin se vieron aliviados de inmediato.

—CC —dije soñolienta.

—Ya es hora de levantarse —dijo muy sonriente.

Miré la ventana. Afuera se veía nublado, no podía saber que hora era con este clima.

—Son casi las dos —me informó Salma.

—¡¿Qué?! —me senté de golpe y de inmediato me recargué en la cabecera.
La cabeza me dio vueltas y sentí una migraña terrible.

—Vendrá dentro de poco —informó Sammi entrando nuevamente a la habitación—. Lina —sonrió sorprendida—. Estás despierta.

—¿Quién vendrá? —quise saber.

—El médico —la cama se hundió a mi lado, Sammi acababa de tomar asiento—. No despertabas y comenzamos a preocuparnos.

—Chicos —dije incrédula—. Relájense...

—Te movimos —respondió Salma—. Te hablamos muy fuerte y no respondías —el tono de angustia en su voz me hizo fruncir el entrecejo.

—Linda... —Kellin me dio un beso en la sien—. Anoche... ¿bebiste algo más que no fuera el jugo?

—¿Qué? —respondí extrañada—. No... desde luego que no.

—Lo que ocurre es que...

Un teléfono empezó a sonar en mi mesita de noche, Kellin lo tomó; lo observó con un gesto serio y luego me sonrió.

—Ahora vuelvo —besó mi frente y lo vi salir de la habitación.

—Me duele la cabeza —puse dos dedos sobre la sien.

—CC —habló Sammi—, tráele un té a Lina.

—¿Qué? —respondió CC mirándonos a las tres—. Yo no... yo no sé hacer esa cosa...

Las tres lo observamos en silencio y luego nos miramos entre nosotras.
Comenzamos a reír.

—Te enseñaré —dijo Sammi—. Vamos...

—Pero...

—Anda —los vi salir de la habitación.

—¿Por qué tanta preocupación por mis horas de sueño?

—Lina... —Salma seguía teniendo ese tono de angustia, y además, había empezado a modular la voz—. ¿Recuerdas... uhm... lo que hicimos anoche?

—¿Qué? —¿qué clase de pregunta era esa?—. Por supuesto —respondí enseguida—. Fuimos a ese club..., a bailar.

—¿Qué más recuerdas?

Un amor inesperado [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora