Capítulo 12

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Giré mi cuerpo ciento ochenta grados y la vi nuevamente: la casa más solitaria de la playa, tan hermosa y renovada.

—¡Oh cielos, Andy, mira!
Lo jalé torpemente del brazo, como si la casa que se erguía no fuera la suficientemente grande para admirarla.

—Es tan bonita —hice énfasis—. Oye... ¿puedes dejar ahí tu auto?
Estaba aparcado en uno de los estacionamientos de la casa.
Ahora, yo estaba siendo halada por Andy hacía la bella mansión.

—Venir a la playa no era la única sorpresa.

—¿De qué hablas?
Paramos hasta que nos encontramos en la puerta principal de la casa. Nunca había estado tan cerca de ella, era tan grande que resultaba intimidante.

—Ahora es tuya.
Andy me entregó unas llaves en la palma de la mano. Las vi estupefacta.

—¿Qué? —cuestioné luego de lo que me pareció una eternidad en silencio.

—De nosotros —sonrió.

—Andy, ¿esta es tu manera de pedirme matrimonio?
Nos miramos unos segundos y rompimos en carcajadas.

—Aún faltan algunos papeles por arreglar, pero te prometo que será completamente tuya —besó mi cuello.

—¿Al menos dime cómo sabías que me encantaba esta casa?
Cuando Verónica me traía a este lugar, dejaba que mi mente se adentrara en sus espacios y me prometí que algún día la tendría y ahora, resultaba que Andy, mi novio, la había adquirido para ambos.

—Sé todo de ti.
Me regaló una sonrisa ladeada.

—Salma te dijo, ¿cierto?

—Si —rió.

Salté a sus brazos sin contener mas mi emoción.

—Te amo, te amo... te amo.

—Yo más a ti, preciosa.

Era una de las casas mas bellas en las que me había adentrado; era la combinación perfecta de lo moderno con lo elegante.
Me encantaba.
Exploramos cada rincón de la casa. Yo, como si fuera una niña pequeña, estaba extasiada. No podía creer que Andy estuviera por adquirirla.

Salimos a caminar sobre la orilla del mar, dejando que el agua salada acariciara suavemente nuestros pies descalzos.
Andy era mi hombre perfecto, podía sentirme completamente feliz y cómoda a su lado.

—¡Andy, no!
Luché por zafarme de su abrazo con doble intención.  —¡No quiero estar mojada lo que resta de la tarde! —corrí a toda velocidad lejos de Andy una vez que me pude liberar de el.

—¡Esta vez si traje ropa! –corría atrás de mí, pisándome los talones.

—¿Y cómo es que no la vi?
Mi condición física era terrible, comenzaba a dolerme el pecho.

—La metí al auto mientras te duchabas –me cargó en sus brazos al alcanzarme.

—¡Aaah!.. ¡Andy bájame!

—No señorita, tu eres mía –reía.

—Sí, sí. Toda tuya, pero bájame.

—Está bien amor.

Me bajó, pero no precisamente para dejarme por la paz.
Volvió a tomarme en sus brazos pero esta vez solo para bajarme directamente al agua.
El agua estaba fría y me causó una expresión que al parecer divirtió mucho a Andy. Enseguida se me unió.
Al menos era justo.
Jugueteábamos entre risas y unas cuantas bocanadas de agua salada. Éramos como un par de niños divirtiéndose en la playa.
Pronto me cargó para darme un delicioso beso.
Era como una escena romántica; yo en sus brazos, en la orilla del mar, casi a la puesta del sol.
Salimos del agua, yo aún en sus brazos, cuando una gran ola nos hizo caer.
Moríamos de risa tirados en la arena, me monté en Andy y comencé a besarlo suavemente, era el momento perfecto. ¿Qué más podía desear?

Un amor inesperado [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora