9. Y el premio Tony es para...

428 43 3
                                    

Camino durante un par de horas desde el barrio de Stephen hasta mi pequeño loft; al pasar la puerta, me parece mucho más grande que cuando me fui.

Mi móvil, que con todo el jaleo se ha quedado sobre una de las encimeras al lado del papel con la dirección de la que acabo de llegar, tiene una luz blanca encendida. ¿Un mensaje del trabajo, quizás? No tengo ni idea de qué hora es, sólo sé que es de noche, pero seguro que llego tarde o no llego. Tampoco me apetece.

Parece que lo más lógico sería empezar a hacer las maletas.

Lo que sea que esté ocurriendo, pronto estallará y se hará público. Hoy he renunciado a implicarme directamente y prefiero que no me pille ni de refilón.

Me gusta esta ciudad. Me gustan mi trabajo y mi apartamento. Diantres, me gustan hasta las pequeñas macetas de cerámica de colores discordantes con cactus variados que el anterior inquilino dejó abandonados y que crecen y florecen sin darles prácticamente ni agua a cambio.

Y ha tenido que suceder todo esto.

Saco del bolsillo de la sudadera el vial metálico de sangre, que Stephen me ha dado en su casa y que aún no he tocado, y lo dejo sobre la mesita de café. Me sentiré mejor después de beber. He estado mucho tiempo expuesta a la luz del día. A estas alturas tengo mis ritmos circadianos hechos un lío. Tantos años educando al cuerpo para vivir por la noche y un par de días de descontrol lo arruinan. No quiero oír nada de nadie durante unas horas, pero tampoco debería quedarme dormida. Me siento en el sofá para poner en orden mis ideas.

Ahora que estoy más relajada puedo analizar las cosas. Stephen está en un lío. Yo lo sé y él lo sabe. No es del tipo que se involucra, siempre ha sido más como yo, el detective consultor.

Tiene que ser algo más gordo de lo que sé hasta ahora.

Tomo un sorbo de sangre antes de que se estropee del todo. El viaje no le ha sentado muy bien ya que, aunque hace frío fuera, no es suficiente para mantenerla en su óptimo. El sabor se ha degradado y no me reconforta tanto como me gustaría. Con la tontería, esta semana he consumido más sangre que a lo largo del último mes.

Me quito la sudadera. Mi ropa huele a su casa. Yo huelo a él.

Levanto el culo del sofá y, según avanzo hacia el baño para darme una buena ducha, voy quitándome y dejando tiradas las diferentes piezas de ropa.

<< Ya lo recogeré todo luego. >>

Todo el apartamento está frío y se me eriza el vello al pisar sobre las baldosas blancas estilo metro. Pongo una estación de radio musical aleatoria en el teléfono móvil para que me haga compañía y suena una canción lenta de Coldplay que habla de romper, volver y otras ñoñadas semejantes, como si quisiera ser una señal de atención.

El calentador tarda un poco en ponerse en marcha, pero a medida que el aroma de menta de los geles va borrando las huellas del encuentro me siento un poco liberada. Dejo que, en forma de fina lluvia, el agua vaya resbalando por mi cuerpo, como miles de diminutas caricias.

De pronto me viene a la cabeza la imagen del sueño de Stephen.

Empujo la palanca de la ducha para que el agua pare y tanteo el armarito de plástico con aspecto de madera que se encuentra justo a la derecha para buscar alguna toalla limpia. Caigo en la cuenta de que ha sido un error no comprobarlo de antemano ya que está vacío. Salgo del habitáculo y cojo la pequeña toalla de mano que está junto al lavamanos, apenas sirve para tapar mis partes delicadas, pero suficiente; no es que algún vecino pueda verme, pues siempre tengo las persianas bajadas.

Otra vez me veo atormentada por mi problema con él. Cuando estamos cerca, parece que no puedo quitármelo de la cabeza... Me quedo embobada, embelesada. Salto como un muelle adelante y atrás entre el cariño y el cabreo. ¿Qué significa eso para nosotros? No es que haya tenido muchas relaciones personales con las que poder comparar.

Me pongo una camiseta limpia de manga corta de color blanco con una cara de tigre en negro, unos vaqueros claros y me dispongo a calzarme cuando percibo unos pasos de hombre, a juzgar por el sonido, en las escaleras interiores del edificio. Los pasos se abren camino por el pasillo que da, entre otras puertas, a mi loft. Parece vacilar un poco entre los números, quizás es algún vecino borracho. Se paran, extrañamente cerca.

Dos golpes en la puerta, ligeros, educados.

Me acerco con sigilo y ojeo a través de la estrecha mirilla. La cara de la persona que espera impaciente al otro lado, aunque agrandada y desfigurada por el efecto ojo de pez del cristal, es inequívocamente la de Tony Stark.

<< El que faltaba... >> Pero abro.

— Señorita Tips, ¿no es así? — No pasa para nada desapercibido, aunque se haya echado una gorra sobre la cabeza y se haya puesto una vieja chaqueta con coderas.

— Sí. Pero si vende aspiradoras, ya tengo. — Contesto con el nivel de sarcasmo adecuado a su pregunta. Sabe perfectamente quién soy, aunque agradezco el detalle a pesar de que a las cinco de la mañana no creo que ningún vecino pueda oírle.

— ¿Puedo pasar?

Le hago un gesto de invitación y no se hace esperar. Entra en mi salón con sus zancadas de hombre acostumbrado a tenerlo todo y realiza una inspección con la mirada. Se quita la gorra y, tras estrecharla entre sus manos, la deja sobre la encimera de la cocina. Esta visita cada vez me huele más a chamusquina. Me pide un vaso de agua y sin moverme de la puerta le indico la botella que está en frigorífico y el armario en el que guardo los dispares vasos de cristal que he ido reuniendo aquí y allá. Parece tanto o más incómodo que yo de estar aquí. Cierro, parece que la cosa va a ir para largo.

— Creo que podemos prescindir de los rodeos.

<< Por fin. >>

— ¿Sabe dónde está Strange?

Ah, así que ése es el tema.

— No.

— ¿No ha vuelto a verle desde S.H.I.E.L.D.?

— No.

— ¿No se ha puesto en contacto?

— No.

Tras estas preguntas, Stark parece empezar a comprender que no me va a sacar mucho más sin darme nada a cambio. Me concentro e intento ver dentro de su mente.

— No debería hacer eso sin invitación. Strange me ha dado algunas "clases" para mantener mi cabeza a salvo de posibles amenazas. No es una amenaza, ¿verdad? — Pulsa un botón bajo su manga y sobre su brazo comienzan a hacerse visibles el rojo y dorado característicos de su armadura mecánica. Ha venido preparado. Relaja el semblante al ver que no muevo ni un músculo y la armadura se desvanece tal como ha aparecido. — No es mi intención interrumpir su recuperación, señorita Tepes. Le dejo mi número personal. Llame si sabe algo. — Saca una de sus tarjetas profesionales de un bolsillo del pantalón y garabatea un número encima. Se acerca a mí y me la tiende. Intercambiamos una mirada que se alarga unos segundos antes de que estire mi mano para cogerla.

— Lo mismo digo. — Antes de que pueda abrir la puerta, hago una perdida al móvil que me ha dado con el mío y una melodía roquera de los años ochenta llena el espacio.

Stark se marcha. Su actitud me ha devuelto el nerviosismo acerca de aquello en lo que pueda estar metido Stephen. Desde la ventana observo su figura alejarse.

Vuelvo la mirada hacia la elegante tarjeta de papel grueso, de ella al resto del desordenado loft, ropa tirada incluida.

<< Se ha llevado el papel con la dirección de Stephen. >>

Rather Strange (fanfic Doctor Strange)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora