Capítulo 11

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Hoy (3.06) voy a publicar dos capítulos.

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El capítulo puede contener escenas que no son aptas para los menores de edad.

Capítulo 11

Narra Eduardo

Me siento horrible por la manera en la que reaccioné anoche. Ella se tragó el orgullo y me pidió perdón ¿qué más podría pedir? ¿Cómo pude dejar que siguiera suplicándome en vez de estrecharla en mis brazos y decirle que ya todo estaba bien? Además yo también la herí cuando afirmé que no confiaba en mí, técnicamente fui yo quien empezó. La provoqué.

Me obligo a dejar de dar vueltas por la terraza y opto por sentarme en uno de los escalones que facilitan el acceso al patio trasero. Los mismos recuerdos invaden mi cabeza, como si al reproducir lo que ya ocurrió podría cambiar algo. No. Sólo consiguen molestarme, aumentar el desespero.

—Eduardo... No me dejes. Estás siendo muy drástico... Podemos... Yo... —agarra mis manos— ¡Perdóname! ¡Por favor!

Siempre es lo mismo. Sus disculpas quiebran mis muros, me vuelven amnésico, de modo que todo lo malo desaparece y sólo hay ese inmenso amor que me ayuda superarlo todo, que me anima a darle un millón de oportunidades. Y quedan los recuerdos bonitos de todo lo que somos, una prueba de que esto es muy fuerte y ningún tropiezo puede destrozarlo.

Pero hoy el dolor y el orgullo tienen las fuerzas de luchar contra mis sentimientos. Odio eso pero no puedo evitarlo. Así que me quedo callado y en cuestión de segundos más súplicas acompañan su llanto. Y mientras más escucho la palabra perdóname, menos puedo aguantar todo esto.

—No hagas las cosas más difíciles. —pido incómodo

— ¡Y tú no elijas el camino fácil! —replica, volviendo a mirarme

No sé por qué piensa eso. Aquí no hay camino fácil.

—Por favor...

—Voy a pensarlo pero no te prometo nada.

Ésta es la verdad. Porque para mí el futuro es tan incierto. En este momento, lo único que deseo es estar solo y pensar. Aunque tanto pensar me va a volver loco, pues no hay manera de entender en donde fallé para que lo nuestro empiece a hacerse pedazos.

Echo el aire por la nariz y me enmaraño el pelo con ambas manos. ¿En dónde fallé? En todo y en nada. ¡No sé! Sólo sé que los minutos se me hacen eternos y que estoy ansioso de que Daniela vuelva de su trabajo y podamos remediar esto. Quiero que nos reconciliemos.

Más tarde, la puerta que da a la terraza se abre y la espera termina. Ignoro el impulso de levantarme y correr a abrazarla, en vez de eso me quedo quieto, esperando. Mejor estudio su estado de ánimo y ajusto mis futuras reacciones conforme a ello. Oigo que avanza sin prisa —lo que puede indicar que no está molesta—, luego observo por el rabillo del ojo que decide sentarse a mi lado. Y me entrega una caja blanca, cuyo diseño y marca revelan el contenido. Un teléfono.

—Para ti —su tono es suave—. No es nuevo porque bueno, son cada vez más caros pero... es mejor que nada ¿no?

Agarro la caja y la abro. Mis ojos se encuentran con un celular del mismo color, en perfecto estado. Sonrío agradecido, hasta que una duda cruza por mi mente.

—No es el tuyo ¿verdad?

—Lo es —dice, confirmando mi sospecha—. No te preocupes, voy a usar mi viejo celular, aún lo tengo. Lo guardaba por si a éste iba a pasarle algo.

Llámalo infierno © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora