02 Una familia que ya no es la mía

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Me llevé la taza de porcelana a los labios y soplé otra vez. Mi madre y su costumbre de que el té te quemara la lengua, aunque fuera verano.

—Veo que todo sigue igual por aquí —dije al fijarme hasta en el último marco de fotos, con la intención de acabar con el silencio. Aunque solo parecía incomodarme a mí, pues mi madre me miraba con una sonrisa en los labios mientras movía la punta del pie impulsivamente—. ¿Mamá? —insistí al ver que no contestaba.

Ella se llevó las manos a la cara.

—Aún no me creo que estés aquí. ¡Mi pequeña ha vuelto a casa! Y está preciosa.

Su euforia empezaba a inquietarme. Había temido rechazo o indiferencia por su parte, pero en lugar de eso, se había abalanzado sobre mí para comerme a besos a los pocos segundos de verme. Por un lado, sentía alivio, pero por otro... Algo no encajaba. No me había preguntado por... él, no me había sacado el tema para nada. ¿No habría sido más lógico que me pidiera explicaciones? ¿Que me reprendiera por mi comportamiento? ¡Llevaba cuatro años sin verla y sin hablar con ella!

Sentí que me asfixiaba. Estar allí era extraño, irreal, como si uno de los sueños que había tenido durante tanto tiempo se estuviera haciendo realidad.

—Sí, eso parece... —respondí al final y procuré esbozar una sonrisa que no demostrara la decepción que sentía por haber vuelto—. Oye, ¿y papá?

Su sonrisa se tambaleó un poco, fue solo un fogonazo, pero me di cuenta.

—Ha ido al médico. Una revisión.

Pero el alivio que sentí en el pecho era por otra cosa, y eso significaba que era una persona ruin y cobarde. Mi padre estaba gravemente enfermo y yo solo podía pensar en mí y en mi miedo a enfrentarlo.

—¿Cómo... cómo está? —me atreví a preguntar.

—Diferente —respondió ella sin más—. Pero tu padre es fuerte, va aguantando.

Suspiré y dejé la taza sobre la mesita. Había llegado el momento de tragarme un poco más de orgullo.

—Oye, mamá, yo... Lo siento. Siento no haberlos llamado, no haber venido a verlos, no haberme despedido y...

Ella levantó la mano para interrumpirme y me acarició la mejilla.

—Estás aquí, eso es lo que importa.

Sentí la calidez de su mano y, por un segundo, cerré los ojos para evocar un recuerdo muy, muy lejano. Hasta ese momento no había sido consciente de lo mucho que había echado de menos a mi madre.

Me recompuse y me aparté amablemente porque, en el fondo, me dolían esos recuerdos.

—¿Vas a quedarte mucho tiempo? —preguntó con los ojos brillantes, temerosa de mi respuesta.

—Pues... —Suspiré—. No lo sé.

Y no lo sabía, para nada. Lo que realmente me habría gustado habría sido volver a estudiar, pero para eso se necesitaba dinero. Un dinero que no tenía y que no pensaba pedirles a mis padres. De todas formas, aunque lo tuviera, lo necesitaría primero para pagar las facturas. Así que mi prioridad era buscar un trabajo; fuera del pueblo, de ser posible. Me quedaría con mis padres hasta que lo encontrara y luego me volvería a ir. Pero de otra manera, eso desde luego. Nada de largarme a hurtadillas por la noche como una ladrona sin escrúpulos.

Mi madre asintió y desvió la vista hacia la escalera.

—Tu habitación sigue igual, ¿quieres verla?

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora