26 Invtacion para acampar. Cita Doble

128 10 0
                                    




—¿Estás segura? Podemos ir a otro sitio.

Miré la puerta del bar y asentí antes de estirarme los vaqueros de color negro hasta que los agujeros quedaron a la altura de las rodillas.

—No voy a esconderme de ningún idiota más. Ya me he hartado, Em.

Mi amiga levantó la barbilla con orgullo y enganchó su brazo al mío para entrar. Cuando me había propuesto salir a tomar algo por ahí las dos solas, como en los viejos tiempos, lo primero en lo que había pensado era en que no quería encontrarme a los gemelos ni a Félix. Pero, tras meditarlo con tranquilidad, había decidido que ellos no iban a influir en nuestra elección del local. Y ese era nuestro bar, siempre lo había sido; ahora que había vuelto no iba a dejar de pisarlo por culpa de unos idiotas. Ya estaba cansada de huir. Aunque, para ser sincera, no pude evitar un pinchazo en el estómago en cuanto traspasé el umbral.

A pesar de que todavía no era tarde, el sitio estaba bastante lleno. La música nos recibió a todo volumen y, casi de inmediato, el buen rollo de la gente se nos fue contagiando. Reían, bailaban, charlaban entre ellos. Pedimos un par de bebidas y nos sentamos en una de las mesitas.

—Así que con tus padres la cosa va mejor, ¿no? —me preguntó Emilia.

—Mucho mejor. Ya no tengo ganas de salir corriendo cada vez que piso esa casa.

Mi amiga sonrió y dio otro sorbo. Parecía de lo más sofisticada con ese vestido negro que contrastaba tanto con su piel pálida. Unas ondas pronunciadas le caían hacia un lado de la cara y le tapaban casi por completo el ojo.

—Todo es cuestión de tiempo, Hannia. Solo necesitabas acostumbrarte.

—Supongo que sí —admití y esta vez fui yo la que dio un trago largo.

—¿Y con tu hermano qué tal?

Dejé de beber de inmediato.

—Yo qué sé —resoplé—. Ni mal ni bien. Pasa de mí y yo de él. Es más fácil así.

—Fácil... Ya...

Saqué un boli del bolso y empecé a dibujar en una servilleta para evitar mirar a Emilia a la cara. Me intimidaba con esos enormes ojos azules de policía enterada.

—No tengo la culpa de que sea tan rencoroso —me quejé.

Ella enarcó una ceja. Me fijé en sus pelitos pelirrojos, anaranjados ahora por culpa de la luz que teníamos encima.

—¿Solo él es el rencoroso?

Me removí, incómoda, y seguí marcando el papel con la punta del boli. Se rasgó un poco, pero me dio igual.

—Oye, ¿podemos dejar de hablar de Leon ? Creía que habíamos salido para divertirnos.

—Vale, nada de dramas esta noche. Hablemos de lo famosa que te vas a hacer.

—¿Famosa? —me reí—. No digas bobadas.

—Sí, sí, bobadas, pero mira la que has liado con una servilleta. ¿Eso es una oveja?

Asentí.

—Chocolatina le informé—

—Trae aquí.

Ella me arrebató el papel de la mano y lo giró para observarlo bien.

—Fírmamelo —dijo al extendérmelo de nuevo.

—¿Por qué?

—Por si acaso.

Me eché a reír. Al final, le firmé la servilleta y observé con una sonrisa en los labios cómo mi amiga se la guardaba en su bolso. Estaba loca.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora