21 Un momento solitos (Mila y Leon)

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Leon

Me dejé caer sobre la cama, agotado. El trabajo, el viaje de vuelta y luego la feria. Ya no tenía quince años y eso se notaba. Empecé a quitarme los zapatos, pero me detuve al notar que Mila no se había movido de la puerta. Levanté la vista y la vi ahí, con su falda de vuelo, descalza y mirándome con una sonrisa gatuna.

—Vamos, dilo ya —le pedí—. Sea lo que sea.

—Estás muy guapo esta noche.

Levanté las cejas y me puse en pie, calzado solo con un zapato.

—¿Ah, sí?

Se acercó a mí y me rodeó el cuello con sus largos brazos.

—Ya lo creo —siguió. Luego me dio un beso en el cuello que me erizó la piel—. Muy, pero que muy guapo.

La cogí por la cintura y le di un beso en la punta de la nariz.

—Tú estás preciosa, pero no solo esta noche.

Esa sonrisa era la que quería ver.

—Gracias por defendernos a Hannia y a mí con Claudia —dijo entonces y se puso un poco más seria

Le aparté un mechón de la cara.

—No tienes que agradecerme eso,Mila .

Se encogió de hombros y me clavó sus ojos chocolate.

—Y lo de llamarme tu esposa...

Me reí.

—Ya, he sonado muy dramático, ¿no?

Alzó una ceja.

—Pues a mí me ha sonado bien.

—¿Es que no te da miedo comprometerte con un granjero, chica de ciudad? —me burlé.

Me apartó un poco y se tocó el vientre.

—¿Es que acaso no lo estoy ya?

Volví a rodearla con una sonrisa enorme y la besé en los labios despacio, deleitándome con su sabor. Me respondió con ganas mientras con una mano me iba desabrochando los botones de la camisa.

Me separé un momento.

—¿Estás segura?

—¿Es que tú no?

—¿No le haremos daño al bebé, no?

Quise beberme la risa que subió por su garganta como una melodía. Dios, estaba tan guapa cuando se reía así.

—Ten cuidado con no hacerte daño tú —me advirtió mientras colaba sus dedos por dentro de mi camisa, acariciándome el pecho y bajando hasta mi abdomen.

No pude aguantar más y me lancé a su cuello como un animal hambriento. Besé su piel y me esforcé por ir despacio y con cuidado, a pesar de la urgencia que sentía.

—Te quiero, princesa —le susurré cuando llegué a su oído.

—Te quiero, granjero —respondió ella con el aliento entrecortado.

Acaricié sus clavículas con los dedos y bajé hasta llegar a su pecho. El corazón le latía tan deprisa como a mí.

—Parezco una vaca, ¿verdad? —dijo de pronto.

Parpadeé un segundo, confundido, y me aparté para mirarla a la cara.

—¿Qué?

—Mira qué senos.

Me eché a reír mientras ella se los estrujaba. Luego quité sus manos y las sustituí con las mías, pero fui mucho más cuidadoso de lo que lo había sido ella.

—Pues a mí me encantan así.

Joder, me estaba poniendo enfermo de deseo. Cuando subí la mirada a sus ojos, la vi con el ceño fruncido.

—O sea, que antes te gustaban menos.

Dejé las manos quietas. ¿Cómo se había jodido el momento de esa forma?

—No, me gustaban igual —respondí.

Ella puso los brazos cruzados

—No te pueden gustar igual dos cosas diferentes.

—Claro que sí. ¿Acaso tú puedes elegir entre los croissants y el helado?

Entrecerró los ojos.

—Eso es diferente.

—No, no lo es. Y, ¿sabes qué te digo? Que estabas increíble antes y lo estás ahora, que sigues siendo tú, y tú eres la que me gusta. Con todo. Como sea.

Esperé unos segundos agónicos, deseando que aquello la convenciera. Relajó el gesto por fin. Agachó la cabeza, se mordió el labio y me miró con esos ojos de niña buena pero traviesa.

—¿De verdad?

—Tan verdad como que acabaré rompiéndote el vestido si sigues mirándome así.

Se llevó las manos a la espalda y se desabrochó la cremallera para dejar caer la prenda a sus pies.

—Eso no va a ser necesario.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora