27 Acampando, sus ojos verdes y una interrupcion

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—¡Hannia, está aquí Emilia ! —gritó Mila desde el piso de abajo.

Cogí la mochila que había dejado sobre la cama, me la colgué del hombro y le eché un último vistazo a mi reflejo. Me había planchado el pelo hasta dejarlo como una tabla y había maquillado mis ojos bastante menos que de costumbre. Una cosa era no ir recargada y otra ir hecha un asco, por mucho que quisiera pasar de Sven.

Resoplé.

—Vamos.

Al bajar las escaleras, mis pulsaciones se multiplicaron considerablemente. Empezábamos bien. Mila y Mats estaban en la puerta de la cocina, sonriéndome como si fuera una niña de seis años que estaba a punto de irse de excursión. Me dio bastante vergüenza.

—Les he preparado unos sándwiches —me dijo Mats mientras me entregaba una bolsa de tela—. El tuyo con doble de mayonesa. Por cierto, estás preciosa sin el carbón.

—¿Qué carbón...? Ah. —Le miré con rencor por volver a meterse con mi maquillaje, pero acepté la bolsa—. Gracias, papá.

—No soy tan mayor, pero lo tomaré como un cumplido.

No era tan mayor como mi padre, pero biológicamente hablando, yo podría haber sido su hija perfectamente.

Sonreí a mi cuñada mientras le ponía una mano en el vientre y bajaba la cabeza.

—Pórtate bien en mi ausencia, bollito —le susurré a su ombligo.

Ella se rio y me dio un beso en la mejilla.

—Aprovecha el tiempo, Hannia. Una escapadita breve puede dar para mucho, te lo digo yo.

Me dedicó una sonrisita misteriosa y yo volví a desear saber cada detalle de la historia de esa chica. De inmediato, arrastró a Mats hasta el salón, seguramente para que no nos espiara por la ventana.

En cuanto abrí la puerta, me encontré a una Emilia impaciente que caminaba de un lado para otro. Se había decantado por unos shorts blancos y una camiseta naranja que hacía juego con su pelo ondulado. Cuando me vio, se paró en seco.

—¡Por fin!

Levanté la vista y descubrí la camioneta cochambrosa de Jann al principio del camino de entrada. El chico pitó como saludo y para que nos diéramos prisa, supuse. En el asiento del copiloto, un Sven muy serio se removió incómodo.

Emilia me tiró de la manga de la camiseta y me arrastró con ella.

—Venga, es para hoy —insistía.

—Esta me la pagas —la amenacé yo entre dientes, sin dejar de mirar la camioneta—. Y muy cara.

—Sonríe —dijo ella mientras estiraba los labios de forma exagerada y saludaba con la mano a los chicos. ¿Para qué? Si había venido con ellos.

—No puedo. Tendrás que conformarte con que vaya a esta tontería, pero no me pidas más.

—Me la debías, Hannia —dijo, esta vez mirándome a los ojos—. Por todo lo que me has hecho sufrir estos años. Cuatro, para ser exactos. ¿Y qué te pido a cambio? Una acampada de un día y una noche.

Mierda. Tenía razón.

—Pero entonces, si hago esto, ¿estaremos en paz?

—Solo si sonríes de vez en cuando.

Inspiré y expiré para armarme de paciencia.

—Está bien. Pero esto es chantaje emocional, que lo sepas.

—Llámalo como quieras, pero hazlo —me exigió.

No me soltó hasta que llegamos a la camioneta, tal vez por miedo a que saliera corriendo. Hizo bien.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora