09 Sentimientos no definidos

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Mats se me quedó mirando fijamente cuando me vio entrar con el uniforme blanco y el gorro a juego. Debía de parecer un maldito merengue.

—¿Qué? —pregunté, incómoda ante su escrutinio.

Acercó su cara a la mía y luego la retiró mientras chasqueaba la lengua.

—Tienes unos ojos muy bonitos, ¿lo sabías? Lástima que no se te vean con tanto maquillaje.

—No es tanto maquillaje —me defendí.

Me dio la espalda y comenzó a coger unas cacerolas.

—Ajá.

Fruncí el ceño. Odiaba que me trataran con condescendencia.

—Solo llevo un poco de delineador y máscara de pestañas.

—¿Un poco? —se giró—. Pareces un panda.

Resoplé.

—Creía que eras cocinero, no consultor de imagen —le espeté.

—Me echaría las manos a la cabeza si viera... eso —dijo y me señaló la cara.

—¿Acaso sabes maquillar? —repuse con fastidio.

Se encogió de hombros.

—¿Y eso qué más da?

Reprimí un gruñido.

—Bueno, ¿hablamos de cocina ya o me vuelvo a recepción?

El hombre puso los ojos en blanco.

—Dios bendito, qué mal genio. Trabajar con mujeres difíciles parece ser la constante de mi vida.

Por fin, se puso a explicarme dónde estaba cada utensilio, cada ingrediente e incluso el orden que le había dado a todas y cada una de las latas de la despensa.

—Por ejemplo, ¿dónde pondrías esto? —me preguntó a la vez que me ofrecía un bote de guisantes.

—Pues... —Eché un vistazo alrededor y empecé a ponerme nerviosa, como me pasaba siempre en los exámenes para los que no había estudiado.

No quería broncas ni dramas, y Mats había resultado ser propicio para todo aquello. No me apetecía darle ni un pequeño motivo para que estallara, puesto que seguramente lo acabaría haciendo por sí solo. Pero prefería retrasar esa desgracia todo lo posible.

De pronto, me dio una palmadita en la frente.

—¡Boom! Se te ha quemado el pollo.

—¿Qué pollo? ¿Qué dices?

—El pollo al horno que estabas preparando para diez comensales. Se te ha quemado porque no sabías dónde iban los dichosos guisantes. No puedes perder el tiempo en la cocina, Hania. Piensa, usa tu cabecita rápido. Es de lógica y, además, lo acabamos de repasar.

Los guisantes iban a ir sobre su cabeza como me volviera a dar otra de sus palmaditas de atención. Enfurruñada, cogí el bote y lo puse junto a las alcachofas.

—¡Mal! ¡Fatal!

Dejé caer los brazos a un lado, hastiada.

—¿Y ahora qué? Son verdes, ¿no? Las alcachofas también.

—Ah, pues entonces podemos ponerlos fuera, porque hay verde también. ¿Quieres que los subamos a la rama de un árbol?

Tomé aire y lo expulsé por la nariz muy despacio.

—Está bien... —comencé a decir con una paciencia infinita—. ¿Dónde van los guisantes, querido chef?

—Con las legumbres, desde luego.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora