37 Una princesa y otro granjero (Final)

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En realidad, a Mila no le quedaba otra que confiar en mí. No era la situación ideal, ni de lejos, pero era lo único que había. Y no iba a permitir que aquello saliera mal.

Le di un beso en la cabeza antes de lavarme las manos en el cubo para después rociarlas con alcohol. Le puse las manos en las rodillas para separarle bien las piernas y me coloqué en el centro. De refilón, percibí que ahora mi vestido era bicolor. La falda estaba marrón y asquerosa. Me limpié el sudor con el dorso de la mano, con cuidado de no mancharme los dedos.

—¿Qué haces, Hannia? —preguntó Mats a mis espaldas con la voz tan aguda como la de un niño. Tal vez un tono más.

—Me va a depilar no te jode —le contestó Mila—. ¿Tú qué crees?

Mats vino corriendo para coger a Mila de la mano y darle su apoyo, pero su curiosidad innata hizo que se asomara un poco al estropicio que se estaba desarrollando sobre el suelo cubierto de paja y, por un momento, creí que se iba a echar a vomitar.

—Me estoy poniendo malísimo.

—No, la que se está poniendo mala soy yo —le contesté—. Y por tu culpa.

—Mats, querido —empezó a decir Mila—, sabes que te quiero y todo eso, pero lárgate de aquí ahora mismo y deja de poner nerviosa a mi comadrona.

El hombre se llevó la mano al pecho y se puso en pie.

—Sí, mejor me voy, porque me he empezado a marear.

—Ayúdame aquí, hombre —le pidió Sven.

—Que me estoy mareando te digo —insistió el cocinero.

—¡Venga! Esto es un animal, estás harto de descuartizar corderos.

Me giré un momento a tiempo de ver cómo Mats hacía un esfuerzo descomunal por acercarse a la pobre oveja.

—Dios mío, ya sale —observó.

—Piensa que es como rellenar un pavo, pero al revés —le aconsejó Sven.

—Bien, acabas de conseguir que ya no vuelva a probar el pavo nunca más —le soltó el otro—. Muchas gracias.

—No seas remilgado, Hummels, creía que tenías más estómago.

El cocinero refunfuñó, pero intuí que comenzaba a colaborar ante las indicaciones del gemelo.

—¿ Sven sabe algo sobre partos de ovejas? —me preguntó Mila.

Me encogí de hombros.

—No tengo ni idea, pero, visto así, yo tampoco sé mucho sobre partos de personas.

—¿Se supone que eso tiene que tranquilizarme?

Me mordí el labio.

—Perdona. Tengo unos cuantos conocimientos teóricos, calma.

Resopló y aguantó como pudo otra contracción. Tenía muchas y muy seguidas, y la puerta de salida parecía estar lista para la evacuación.

—¡Le veo la cabeza! —grité entusiasmada.

Miré a Sven y a Mats con una sonrisa enorme.

—Puedes hacerlo —me animó el gemelo.

Mats me miraba con cara de no creer demasiado en esa afirmación, pero terminó levantando el pulgar. «Vamos».

—Vas a tener que empujar mucho y muy fuerte, Mila —le advertí.

El pelo se le había pegado a la cara por el sudor y las lágrimas le habían empapado las mejillas. Estaba agotada y dolorida, pero me miró con determinación antes de comenzar a empujar. Un grito desgarrador salió de sus labios a la vez que otro maldito trueno crujía sobre nuestras cabezas. Grité con ella, como si así le pasara mis fuerzas también.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora