LeónLa llamada se había cortado y mi respiración con ella.
—¡Mierda!
Apreté el botón de rellamada, pero fue inútil; el celular estaba apagado o fuera de cobertura. Me apresuré a marcar el teléfono de emergencias para pedir una ambulancia, pero el cacharro se me resbaló por culpa de mis dedos temblorosos. «Joder». Eché un vistazo de nuevo a la carretera antes de recuperarlo; los coches no se habían movido ni un milímetro.
—¿Oiga? —dije al escuchar una voz muy baja al otro lado. Mi cobertura tampoco era gran cosa—. ¡Necesito una ambulancia! ¡Mi mujer está de parto!
Le di la dirección del hotel a la teleoperadora, que me aseguró que intentarían acudir lo antes posible, pero que por culpa de la tormenta les iba a resultar difícil.
—¡Le digo que hay una embarazada dando a luz en un granero! ¿Es que no lo entiende?
—Cálmese, señor. Dígame, ¿puede ver algo ya?
—Sí, un montón de coches que van a acabar hundidos en el agua.
—¿No está usted con su mujer? —preguntó ella extrañada.
—¡Pues no! ¡Estoy intentando llegar!
Mi hija estaba a punto de nacer y yo me lo iba a perder. No iba a estar al lado de Mila cuando la viera por primera vez, no iba a poder arroparla nada más salir, no podría decirles que cuidaría de ellas para siempre.
Sentí un nudo en la garganta, un agujero enorme que se abría imparable en mi pecho.
—De acuerdo, tranquilícese —insistió la chica con una calma desesperante—. Ya hemos dado el aviso para que...
La llamada se cortó también, dejándome con cara de idiota y el teléfono colgando en mi mano. Empecé a apretar el claxon como un histérico. El guardia que tenía unos metros delante me hizo un gesto para que me tranquilizara. Sí, ya sabía que no serviría de nada que pitara, pero ¿qué esperaba? Tenía que desahogarme de algún modo o acabaría atropellándolo a él.
Se acabó. Metí la marcha atrás y me desvié hacia un camino que atravesaba el bosque y que era demasiado estrecho para la camioneta, cuyos laterales estaba rascando con las ramas. Los pitidos del resto de conductores me acompañaron un buen trozo, pero no me importó. Solo quería llegar hasta ellas. No estaba lejos, quizás a unos veinte minutos. Pisé el acelerador a fondo en la oscuridad. «Por favor, que no se cruce ningún animal». Iba con las largas y pitando todo el rato para avisar de mi presencia. De repente, noté que la camioneta se hundía en algo y levanté el pie del acelerador.
—¡Carajo! ¿Y ahora qué?
Abrí la puerta y bajé, empapándome por completo. Barro. Barro por todas partes.
—¡Esto no puede estar pasando! —grité al cielo.
Me subí otra vez a la camioneta, pisé a fondo y traté de sacarla de allí. Empezó a salir humo del capó, y aquello no se movió en absoluto. Apagué el motor y cogí las llaves de mala gana. Agarré el teléfono, me lo guardé en el bolsillo del pantalón y volví a bajar. Cerré de un portazo y le di una patada con todas mis fuerzas en la rueda. Mierda de camioneta.
Me hice con una linterna que llevaba en el maletero y eché a correr entre los árboles. La ropa me pesaba por el barro y el agua, que tampoco me permitía ver apenas. Los músculos me quemaban mientras volvía a marcar el número de Mila
sin detenerme.Apagado.
«Ya voy, princesa. Ya voy.»
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Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )
FanfictionSegunda parte de Todo apesta incluido tú