07 El cocinero casi asesino

145 15 2
                                    

La recepción era un maldito aburrimiento. Sí, vale, estar detrás del mostrador era mucho más relajado, tranquilo y limpio que trabajar en el granero, pero parecía que las horas iban hacia atrás. Llevaba solo media mañana y ya había contestado a todos los correos, archivado algunas reservas para verano y contado los pétalos de cada dichosa flor del jarrón azul.

En aquel momento, me encontraba navegando por la web del hotel. Era sencilla y el diseño no estaba mal, pero faltaban bastantes fotografías de los alrededores. Quizás un día me tomara la libertad de hacer algunas para ver si a Mila le podían interesar.

¿Cuál sería mi siguiente paso? ¿Qué camino debía escoger? Estaba hecha un lío, pero lo único que tenía claro era que necesitaba dinero. —¿Y esa cara tan triste?

Levanté la vista hacia Mats, que traía una bandeja en las manos con algunos pastelitos.

—No es tristeza, es aburrimiento. —Bueno, no era del todo mentira—. Creo que la recepción no es lo mío.

Él chasqueó la lengua y me puso la bandeja en las narices.

—Esto es lo que tú necesitas, bonita.

—¿Hacerme camarera? —bromeé.

Sacudió la cabeza, como si no me hubiera entendido.

—¡Azúcar, tonta! —exclamó con una sonrisa. Como vio que no me servía uno de sus apetitosos dulces, cogió uno y me lo metió en la boca sin preguntar—. Come, estás muy delgada.

Rompí a toser y provoqué un confeti de migajas a diestro y siniestro pero, al final, logré tragar el pedazo de bocado que me obligó a morder.

—¿Es que quieres matarme? ¡Casi me atraganto! —me quejé.

—Desagradecida.

Abrí mucho los ojos. ¿Qué le pasaba a ese chico? En fin, seguí mascando y tragué el bocado asesino. Buenísimo, para qué negarlo.

La puerta del antiguo sótano se abrió y los gemelos aparecieron empapados en sudor.

—¡Eh, Sven, Mats nos trae la merienda! —exclamó Lars con júbilo antes de abalanzarse sobre el cocinero.

—¡Estate quieto, manolarga! —se quejó el otro.

Giró sobre sí mismo para evitar que el gemelo alcanzara los pasteles, pero, al final, su esfuerzo fue en vano. El otro cogió dos a la vez y se los metió en la boca como el bruto que era.

—¡Animal! —lo acusó Mats—. ¡No eran para ti!

Lars se largó entre risas con su botín y Mats volvió a la cocina farfullando para sí mismo. Sven, en cambio, se había quedado atrasado para atarse los cordones del calzado. Cuando se incorporó, pareció darse cuenta de que se había quedado a solas conmigo.

—Hola —le dije, como si acabara de llegar.

Para mi sorpresa, me dedicó algo parecido a una sonrisa mientras alzaba la mano para devolverme el saludo. Se rascó la cabeza y miró dudoso hacia la puerta, consciente de que tenía que pasar por mi lado para salir. Dio un par de zancadas sin perder el contacto visual conmigo. Tragué saliva, ¿por qué cada vez que nos cruzábamos me miraba con esa intensidad? ¿Lo había hecho siempre y yo no me había dado cuenta? Deseché esa idea en cuanto apareció. No, aquello tenía que ser algo nuevo, y no sabía a qué venía.

—Así que ahora estás en recepción.

Ajá. Eso auguraba una gran conversación.

—Parece que sí —respondí yo.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora