08 Mi mejor amiga volvio

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Mi madre llevaba un buen rato haciéndome preguntas sin parar. Yo trataba de ser paciente, pero estaba poniéndome al límite.

—Mamá, ya te lo he dicho —insistí—. Ahora trabajo allí.

—Sí, lo sé, pero tienes el coche de tu padre. El hotel no está lejos. De niña incluso ibas andando —me recordó, todavía algo dolida.

Me sentía un poco culpable por no quedarme con ellos en casa, pero no estaba preparada para hacerlo. No quería decírselo, pero sin la oferta de Mila, no sabía cuánto habría aguantado en aquel dichoso pueblo.

—Es mucho más cómodo así —le dije—. Vendré a verlos a menudo, si no me haces sentir fatal cada vez que entre por la puerta.

Ella se mordió el labio y suspiró.

—Vale, está bien. —cedió al fin—. Es que hace tanto que no te tengo aquí. Temo que, algún día...

La tomé de las manos.

—No voy a irme a ninguna parte —le aseguré—. Al menos, no sin avisar.

Esa respuesta no pareció tranquilizarla, así que me apresuré en cambiar de tema.

—Por cierto,Mila es estupenda —comenté.

—Ah, sí que lo es —respondió, más relajada—. Es una mujer fuerte y generosa, aunque eso ya lo debes haber notado.

—Sí, desde luego.

—Y habla muy claro, ¿verdad? Con pasión. Debe ser porque es española.

Sonreí y recordé la lengua de mi cuñada.

—Es genial. Entiendo por qué le gusta a mi hermano.

—Gustarle... ¡Lo tiene totalmente loco, hija! Esa chica ha sido una bendición para esta familia. Cuando ella llegó, comencé a notar un cambio en él, ¿sabes? Parecía más... feliz.

Me sentí en deuda con Mila. Yo había destrozado a la familia cuatro años atrás y ella, con sus palabrotas y sus tacones, había conseguido traerles algo bueno.

—Y ahora vamos a ampliar la familia —le recordé—. No puedo creer que vaya a tener una sobrina.

Mi madre sonrió y dio palmaditas.

—¡Voy a ser abuela!

La ilusión brillaba en sus ojos avellana. Un pinchazo me atravesó el pecho, pero traté de ignorarlo. Me pregunté si habría reaccionado así también cuando yo...

Deseché la idea; ya no tenía sentido pensarlo.

—Serás la mejor abuela del mundo —le aseguré.

La cara de felicidad de mi madre no tenía precio. Allí, sentada junto a ella en el sofá de mi antigua casa, tuve auténticas ganas de echarme a llorar. Necesitaba cambiar de tema cuanto antes, así que le pregunté por mi padre. Al fin y al cabo, había venido a verlos a los dos.

De nuevo, esa sombra triste en su rostro.

—Hoy no tiene un buen día —explicó—. Está arriba, descansando.

—Voy a subir un momento.

Al menos, quería verlo y darle un beso antes de irme.

—Espera, hija. —Me giré al pie de la escalera y la miré—. No te asustes si... Bueno, esta mañana no me ha reconocido.

Pude sentir el dolor de mi madre porque también era el mío, a pesar de que lo había dejado aparcado desde que había llegado. Los problemas con mi hermano, mi adaptación al hotel y a sus habitantes habían tenido mi cabeza tan ocupada que apenas había pensado en la enfermedad de mi padre.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora