30 El arcoiris antes de la tormenta

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En cuanto traspasé la puerta del hotel, fue Mats quien me recibió. Me preguntaba si se habría movido de allí desde el día anterior, aguardando para interrogarme.

—¡Hola, chef! —lo saludé. Al ver que no respondía, volví a mirarlo—. ¿Por qué tienes los ojos tan abiertos?

—¿Se puede saber qué te ha pasado?

Fruncí el ceño.

—¿Qué?

—No vas maquillada, tienes unas ojeras de panda que no puedes con ellas y ¡mira qué pelos! ¿Te han atracado? —Me cogió por los brazos y me escudriñó en busca de señales de violencia—. ¿Por qué sonríes tanto?

—La acampada ha sido divertida. —Le di un beso en la mejilla, así, porque sí—. Y tus sándwiches, increíbles. Gracias, Mats.

Iba a pasar de largo, pero el cocinero correteó para ponerse delante de mí.

—¿Estás drogada?

Bufé.

—Joder, Mats.

Entrecerró los ojos y me señaló con un dedo.

—¿Qué narices te pasa?

—Que soy feliz. —Me sorprendió lo ciertas que eran esas palabras. Por fin, no era una simple frase hecha que pudiera decirle a alguien para que no se preocupara por mí.

—¿Y por qué diablos eres feliz? —siguió.

—¿Y eso qué más da? ¡Vamos, baila conmigo, aguafiestas! —Lo cogí de las manos y empecé a dar vueltas.

Mientras Mats gritaba y me pedía que lo soltara, se escucharon pasos en las escaleras y, al segundo, apareció Mila. El chismoso de Hummels no tardó en reaccionar.

—¡Ah, Mila! Dile que se esté quieta, a ver si a ti te hace caso. —Me detuve entonces y me eché a reír cuando vi que el meneo aún le duraba. Parecía mareado—. Pero mira qué cara de fumada lleva. Claro, ¡qué se puede esperar de ir a una acampada con ese inconsciente de Jann!

Me reí más fuerte, algo que no ayudó a mejorar mi imagen.

—Me parece que esa cara de satisfacción no es por la droga —observó Mila, que había arqueado las cejas y sonreía con picardía—. ¿Todo bien, no?

Me lo preguntó con doble intención, como era de esperar, y sabía que lo decía por Sven.

—Más que bien —le dije, me acerqué a su barriga y la toqué—. ¿Y ustedes?

—Cada vez más gordas, pero por lo demás, todo igual. ¿Querrás ir a ducharte, no?

—¿Tanto apesto?

—No, no tanto —respondió.

—Vale, entendido. ¿Hablamos luego?

—Sí, luego hablamos —intervino Mats—. Pero sube ya y haz algo con ese pelo.

¿Aún seguía ahí?

Sacudí la cabeza y me reí mientras, por fin, conseguía subir las escaleras hasta mi habitación. Demasiadas emociones en poco más de veinticuatro horas. ¿Qué me estaba pasando? De acuerdo, me gustaba Sven. No, me encantaba, pero... ¿sería algo más? Solo había estado enamorada una vez, o había creído estarlo.

Ahora me conocía más a mí misma, era más consciente de cómo era y de lo que quería. Y, en ese momento, lo que quería era empezar algo con Sven. Sin prisas, saboreando cada encuentro. No quería correr demasiado, pues tenía miedo de que, al final, todo acabara siendo una perfecta ilusión que se esfumaría al despertar una mañana cualquiera. Dios, estaba paranoica.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora