13 Parejas en conflicto

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Los días siguientes fueron prácticamente una copia de los anteriores, con la única diferencia de que yo cada vez me sentía más perdida. Y había ganado una cuñada o, mejor dicho, casi una hermana. Y casi también una sobrina.

Con León las cosas iban de mal en peor, porque su actitud ya no se debía a un primer impulso, a la rabia inicial. Había tenido días de sobra para asimilar que su hermana había vuelto, y continuaba tratándome con una indiferencia que cada vez me dolía más. Lo veíamos poco por el hotel, pero cuando estaba, hacía como si yo no existiera.

Con los gemelos había decidido tomar algo de distancia. No me apetecía estar en medio de esos dos, aguantar las tonterias de uno y los silencios incómodos del otro. Algo me decía que, si no me apartaba, se convertirían en un verdadero dolor de cabeza. Y, sinceramente, ya tenía bastante. El peor era, sin duda, Sven. No tenía ni idea de lo que me estaba pasando con ese chico. Cuando era una niña, Sven siempre era amable conmigo. No solíamos hablar mucho, y no me tomaba el pelo como su hermano, pero alguna vez me preguntaba por las clases y me sonreía para saludarme. Hasta que, un día, todo cambió. Bueno, no sabría decir exactamente cuándo. Aproximadamente, en mi último año de instituto. Se volvió más distante, más callado, más taciturno. A lo mejor le pasó algo traumático. Un desengaño amoroso, tal vez. Quizás una chica le había roto el corazón y ahora nos odiaba a todas en silencio.

No le di mayor importancia, en ese tiempo tampoco me afectó demasiado. No era más que una chica de diecisiete años y él tenía veintidós. No teníamos nada en común, no éramos amigos.

Pero ahora... No sabía qué pensar. ¿Por qué me importaba tanto que me hablara o dejara de hablarme? Me hacía sentir otra vez como una niñita tonta, como si no fuera alguien a quien tener en cuenta. Quizás tuviera un trauma con lo de la edad.
En cualquier caso, Sven y su frialdad eran un misterio para mí, y me irritaba no averiguarlo. Porque, de acuerdo que era distante en general, pero conmigo parecía tener un problema personal. Me evitaba, pero a veces lo sorprendía observándome de forma extraña. Cuando se daba cuenta de que lo había pillado, bajaba la cabeza y seguía trabajando. Dios... Y luego las raras somos las mujeres.

Un mensaje del hombre al que había querido con toda mi alma.

«Te echo de menos, Hania. Perdóname, por favor», decía. Suspiré, hastiada, y dejé que las lágrimas salieran libremente. Desde que me había largado de su lado, había recibido mensajes suyos casi a diario. Pero, en los últimos días, la frecuencia se había incrementado. Quizás estaba aburrido, quizás ya se había cansado de su entretenimiento.

Ya no sabía ni qué sentir. Ese hombre me había destrozado la vida, lo había dejado todo por él y había resultado ser una enorme y gran decepción. Al principio, había creído que él también había renunciado a mucho en este pueblo, pero con el paso del tiempo me había cuenta de que era una persona egoísta que, seguramente, habría encontrado alguna otra excusa que no fuera yo para abandonar a su familia. Que me echaba de menos... ¡Tenía gracia! No había parecido que lo hiciera unas semanas atrás. La imagen todavía me revolvía el estómago, era incapaz de pensar en ello sin sentir ganas de vomitar.

Me limpié las lágrimas con rabia mientras abría la puerta y, al salir, me tropecé con alguien.

—¡Perdón! —exclamó Sven, que me había cogido por los hombros para no tirarme.

Me aparté de mala gana.

—¿Qué haces aquí arriba? Creía que no salías del sótano.

El chico frunció el ceño y yo aparté la mirada para limpiarme el resto del llanto con todo el disimulo que pude conseguir, que no fue mucho.

—¿Estás bien? —me preguntó con lo que me pareció preocupación. Sí, ya, a mí no me iba a engañar ese hombre de hojalata.

—Perfectamente.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora