Se estaba tan a gusto allí que era difícil mantener un estado de enojo permanente, así que decidí que podría, simplemente, dejarme llevar. Interactuar un poco no hacía daño a nadie. Además, cada vez que soltaba alguna frase que Emilia consideraba fuera de lugar, me caía un codazo o una mirada asesina.La mesa estaba llena de restos de ensalada de patatas, sándwiches y latas de cerveza. El alcohol y la brisa veraniega estaban consiguiendo que me relajara. Solo un poquito. Al terminar, las chicas nos pusimos a tomar el sol y los chicos decidieron jugar a las cartas. Al cabo de un rato, se unieron a nosotras. Jann se puso al lado de Emilia, y Sven, al lado de Jann. Así que allí estábamos, los cuatro tumbados, con los ojos cerrados, tostándonos como unas cuantas salchichas en la barbacoa.
Supe que Emilia se había dormido porque comenzó a murmurar incoherencias, como siempre que empezaba a soñar. En cuanto a Jann... Bueno, fui consciente de que también había caído porque, sencillamente, comenzó a roncar.
—Vaya panorama —murmuré.
Levanté la cabeza para comprobar si Sven también se había dormido, pero lo vi sonriendo con los ojos cerrados. Dispuesta a mantener la mente ocupada para no hacer algo de lo que pudiera arrepentirme, volví a coger el dichoso libro. Pero entonces, cuando no había leído ni dos páginas, vi por el rabillo del ojo que Sven se levantaba. «Por favor, que vaya al baño. Que vaya al baño».
No vino a hablar conmigo, sino que se sentó en la orilla del lago y comenzó a lanzar piedras al agua mientras pensaba en Dios sabía qué. En lugar de estar tranquila, empecé a preguntarme por qué narices no me buscaba para retomar nuestra conversación. ¿No se suponía que quería decirme algo? ¿Por qué no aprovechaba ahora que los otros estaban dormidos? ¿Se habría arrepentido? ¿Me iba a dejar en ascuas para siempre?
Mierda, mierda y más mierda. Era una loca indecisa a la que los pensamientos le pesaban más que la ropa mojada. Me harté de dar vueltas mentales, de observar la espalda desnuda de Sven y sus carambolas con las piedrecitas. Por mí, podía quedarse ahí todo el día, a solas con sus pensamientos. Esos pensamientos secretos e indescifrables que a mí no me importaban.
Cogí el teléfono, me puse en pie y decidí que era un buen momento para sacar algunas fotos más. La luz anaranjada del atardecer empezaba a despuntar y me mostraba un lienzo perfecto y nostálgico, digno de cualquier pared.
—¿A dónde vas? —dijo una voz a mis espaldas.
La estatua lanza piedras se había movido y ahora estaba a menos de un metro de distancia.
—A hacer algunas fotos para el hotel —respondí. ¿Por qué se me había disparado el corazón de esa manera?
—¿Puedo acompañarte?
«No.»
—Bueno.
«Estupendo». ¿Por qué había aceptado? ¿Qué esperaba obtener de su compañía? Era una inconsciente, una chica incoherente con muchos problemas mentales. Para mi alivio, se puso la camiseta antes.
—Va a ser aburrido —le advertí.
—No creo.
Dios. Vale. Unas cuantas fotos y media vuelta en quince minutos.
Al principio, me acompañó casi en silencio. Me hizo alguna pregunta sobre los filtros que utilizaba al captar las imágenes, pero nada demasiado molesto. Por un momento, se me olvidó que tenía que odiar a ese chico y me vi en medio de una pequeña charla sobre fotografía. Ya me creía completamente a salvo, cuando se paró en seco, justo detrás de mí.
—Tengo que decirte una cosa.
Y ahí estaba. Segundas intenciones. Ni paseo, ni interés en la fotografía, ni nada.
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Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )
FanfictionSegunda parte de Todo apesta incluido tú