29 Besa el cielo

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Me desperté con una sensación extraña en la boca del estómago, aunque bonita y reconfortante. Parecía irreal, como si no fuera mía, como si no me perteneciera. Sin embargo, tenía la certeza de que era algo efímero, tan vulnerable y quebradizo como una fina hoja de cristal. O quizás estaba desvariando porque aún no había desayunado.

Estaba sola en el colchón, pero con la tranquilidad de saber que él no se podía haber ido, sino que estaría ahí mismo, al otro lado. El frescor de la mañana me dio la bienvenida. Sven estaba de espaldas, sentado en una de las sillas, con la vista puesta en el lago y una taza de café humeante en una mano. Se había puesto una camiseta. Sí, claro, ahora.

—Buenos días —saludé a la vez que levantaba los brazos para estirarme—. Qué madrugador.

Le acaricié el hombro, sin saber muy bien qué más hacer. Sin embargo, no hizo falta nada más para que él atrapara mi cintura y me sentara sobre sus rodillas.

—Me gusta ver amanecer —dijo y me dio un suave beso bajo el lóbulo de la oreja que me erizó la piel.

—Podrías haberme llamado —comenté mientras apoyaba la cabeza contra la suya y le rodeaba el cuello con el brazo.

—Estabas preciosa durmiendo.

Me separé ligeramente y lo miré con los ojos entrecerrados.

—¿No querrás decir que estaba preciosa callada?

Sonrió.

—Eso también.

Le di un pequeño codazo cariñoso y volví a mirar al lago. ¿Qué tendría el agua que parecía calmarnos con solo estar ahí, delante de nosotros?

—Te recuerdo que podría retirarte mi perdón —lo chantajee.

—Sí, pero ¿sabes lo que no podrás retirar? Todos los besos que me diste anoche.

Me derretí por dentro allí mismo.

—Podría no darte más —continué sin nada de convicción ya.

Debió de notarlo, porque en lugar de contestar, me besó en los labios como si con aquello pusiera punto y final a esa tontería.

—¿Decías? —preguntó.

—Ya no me acuerdo.

Su risa me acarició la mejilla y yo estuve a punto de meterlo a la tienda otra vez. Sus ojos me miraban hambrientos. Me humedecí los labios y observé los suyos, entreabiertos. Metí los dedos entre sus mechones, despeinados y revueltos por el aire y las vueltas que habíamos dado la noche anterior. Recordar cada sensación, cada caricia y roce, cada beso húmedo y apasionado, me estaba provocando una taquicardia.

Lo cogí de la nuca y apoyé mi frente en la suya. Cerré los ojos para aspirar su olor, que ahora se había mezclado con el aroma a café. Rozó su nariz con la mía  y a rozar mis labios, la burbuja estalló en mil pedazos.

—Dios mío, ¡qué dolor de cabeza! —exclamó Emilia .

Nos apartamos de golpe, sobresaltados. Ni siquiera habíamos oído la cremallera de la tienda.

—No grites, por favor —pidió Jann, que salió detrás de ella frotándose la cara.

—Vaya, qué románticos se han levantado Romeo y Julieta —murmuré.

Sven torció una sonrisa y nos ofreció café.

—Sí, gracias, lo necesito más que... —Emilia se interrumpió y nos miró. Sus ojos se abrieron desorbitados, también sus labios. Nos señaló a uno y a otro—. ¿Qué es eso?

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora