14 Reproches y una batalla campal

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Me miré al espejo y suspiré. Había llegado el momento. Salí al jardín y los vi de lejos, sentados en una mesita con el mantel blanco y un farolillo en el centro. Mi hermano estaba de espaldas, así que no me vio llegar hasta que Mila se puso en pie.

—Ah, ya estás aquí.

Leon pareció sorprendido. Sorprendido y enojado.

—Mila, ¿qué es esto?

—Esto es tu hermana —repuso ella con altanería—. Y va a cenar con nosotros.

—¿Perdón?

Di un paso atrás.

—Creo que es mejor que me vaya —le dije a Mila—. No ha sido buena idea.

—Desde luego —coincidió mi hermano.

La chica se cruzó de brazos y nos miró con cara de perro de presa.

—Siéntate, Hannia —me ordenó en tono autoritario—. Vamos a cenar los tres juntos, en familia, y si a alguno se le ocurre dejar tirada a una mujer embarazada...

No hizo falta que acabara su amenaza. Fuera lo que fuese, no sería nada bueno. Algo me decía que Mila era de las que creían en la venganza.

Me senté; Leon se removió incómodo y gruñó algo que no entendí. Mila le lanzó una mirada asesina y a mí una sonrisa amable que traté de devolverle. Estaba tan nerviosa que sentí que podría desmayarme. De hecho, eso habría estado bastante bien.

—Qué buena noche ho y—empezó a decir mi cuñada—. ¿No les parece?

Los dos asentimos pero no levantamos la vista de nuestros platos. Después de varios minutos de monólogo, soltó el tenedor de golpe y nos sobresaltó.

—Bueno, se acabó. ¿Es que no van a decir nada?

—¿Para qué? Ya estás hablando tú por nosotros y por el pueblo entero —le recriminó mi hermano.

Ella entrecerró los ojos.

—Cariño, no me fastidies.

Reprimí una sonrisa y León suspiró.

—Vale, perdona. ¿Qué quieres que te diga? Llego agotado de todo el día para cenar con mi novia, y me encuentro con esta encerrona.

—Tiene razón —le dije yo a Mila—. No pinto nada aquí.

Hice de nuevo un amago de largarme

—Leon, si vuelves a decir algo así, voy a ser yo la que se largue. —Suspiró—. Chicos, no he querido inmiscuirme hasta ahora en su relación, pero esto ha empezado a ser ridículo. ¿Cuánto tiempo más tienen pensado seguir así?

—Hasta que ella se vuelva a ir —respondió mi hermano—. Y, conociendo sus antecedentes, eso puede pasar cualquier día de estos.

—Muy gracioso —dije entre dientes.

—No era un chiste.

Lo miré con rabia y respiré hondo. Tenía ganas de clavarle el cuchillo en la mano. Estaba ahí, muy cerca de la mía, podría hacerlo sin problemas.

Mila se llevó la mano al estómago y siseó.

—¿Qué pasa? —le preguntó su enamorado, claramente preocupado.

—Creo que tengo que ir al lavabo —dijo ella y se puso en pie.

—Voy contigo.

La chica alzó una ceja.

—Cielo, creo que prefiero estar a solas cuando vomite... o lo que surja. —Luego nos señaló a ambos con el dedo—. Si se les ocurre moverse los haré trocitos y se los daré a Porky.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora