20 El secreto es estar siempre presente (Sven vs Felix)

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Aun después de la segunda copa, seguía sintiéndome culpable por Claudia y su pobre hijo sin padre. Me maldecía una y otra vez por no haber sido más racional en el pasado, por haberme dejado llevar por unos sentimientos que habían nacido y crecido con una velocidad inusual. Nunca le había prestado realmente atención hasta que se convirtió en socio de mi padre y empezó a pasar tiempo en casa. Desde el principio, congenió con mi hermano y salían de copas o charlaban en numerosas ocasiones. Era amable conmigo, me gastaba bromas y me llamaba por apelativos cariñosos que no despertaban las sospechas de nadie. Al fin y al cabo, yo tenía diecisiete años y él más del doble. Era como el amigo que te cubre cuando te emborrachas. Y, para cuando fui consciente de lo que implicaba nuestra relación en la sombra, ya estaba enamorada de él y ciega como una imbécil.

Odiaba recordarlo todo con tanta claridad, con tanto lujo de detalles.

—Necesito otra copa —le dije a Emilia.

—Si aún no te has acabado esa —observó ella.

Apuré el contenido del vaso de un solo trago y empecé con la siguiente. Mi amiga me sacó a bailar otra vez, pero, cuando ya empezaba a divertirme de nuevo, apareció el dichoso Jann y Emilia se olvidó de mí.

—¡Has venido! —lo saludó con efusividad.

Jann pareció algo cohibido cuando la otra se le echó encima, aunque por los tumbos que daba mi amiga, debió de entender que se le había ido un poco la mano con el alcohol. El chico la sujetó de la cintura y le sonrió con... ¿Con qué? Eso no era simple amabilidad. ¿El alcohol me hacía ver cosas raras o el bueno de Jann-Fiete Arp había empezado a bailar con mi mejor amiga una canción pop?

Empecé a aburrirme de golpear con la punta del pie el suelo al ritmo de la música, mientras esos dos seguían bailando y riendo como si fueran grandes amigos (o quizás algo más), así que decidí que había llegado el momento de dejarlos a lo suyo y volver a beber.

—La ardillita tiene sed esta noche, ¿eh?

—Déjame en paz, Lars —le dije de mala gana—. No he bebido lo suficiente como para aguantar tus bromas.

—Eso tiene fácil solución.

El chico pidió dos Jägermeister y me ofreció uno. Tras pensarlo un momento, decidí que tomármelo era buena idea.

—¡Esa es mi chica! —exclamó.

Seguí bebiendo y me dejé llevar por ese idiota borracho que se creía un gran bailarín. Se movía sin soltar la copa, echando a perder la mitad de su contenido. Y lo peor de todo fue que me arrastró a mí a la pista de baile. Lars se acercaba demasiado, ponía su mano en zonas en las que no debía, y yo no hacía más que pararle los pies. Me caí en uno de los giros y me tiré todo el alcohol sobre el pecho.

—¡Ah, mierda!

—Esa camiseta deja poco a la imaginación, preciosa —dijo Lars.

Le hice un gesto obsceno con el dedo corazón y él se inclinó para ayudarme entre risas, pero iba tan borracho que acabó en el suelo junto a mí. Sus ojos brillaron por el deseo y el alcohol. Su cara se había acercado mucho a la mía, me fijé en sus labios entreabiertos cuando lo tuve demasiado cerca. Por un momento, se pareció demasiado a Sven. ¿Iba a besarme? Porque yo no quería que lo hiciera. ¿Quería? Lo tenía tan cerca que ya solo veía el verde de sus ojos, el mismo que danzaba alrededor de las pupilas de su gemelo. De ese gemelo que me traía de cabeza y al que me moría por besar.

Sacudí la cabeza y me aparté. Lars no era Sven, por mucho que se parecieran.

Una mano apareció de la nada y tiró para ponerme en pie. Me di de lleno contra un pecho firme y alcé la vista. Los mismos ojos de antes, solo que no lo eran. Sven me miraba con un enojo considerable.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora