03 Revivir es volver a sentir

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León

No me lo podía creer. Estaba aquí. Mi hermana había vuelto después de cuatro malditos años sin dar señales de vida. ¿Cómo se suponía que tenía que sentirme al respecto? ¿Aliviado? ¿Contento? Porque yo solo podía sentir un rencor que casi me quemaba.

Hacía tiempo que se me había pasado la rabia inicial de todo aquello. Cuando fantaseaba con la posibilidad de que volviera, estaba convencido de que sería capaz de dejar todo a un lado y recuperar el tiempo perdido. Pero no había sido así. Ahora estaba casi más enfadado que hacía cuatro años, no tenía ni idea de por qué. Verla sin esperármelo había sido como recordar cada uno de los días que habíamos pasado añorándola y torturados por la incertidumbre. Aún no entendía cómo había sido capaz de hacernos todo aquello.

Lo único positivo de su vuelta, aparte de saber que estaba bien, era que había vuelto sola. Si hubiera aparecido ese cabrón también, lo habría echado del pueblo a patadas. Maldito pervertido. Le di un golpe al volante, frustrado.

Y, por si fuera poco, Mila seguía ahí dentro con ella. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Hacerse su amiga? No, ni hablar. ¿No se daba cuenta de que esa niña malcriada acabaría largándose el día menos pensado? No quería que también ella tuviera que sufrir una pérdida. Ya habíamos tenido bastante.

Me estaba poniendo de los nervios, así que toqué el claxon varias veces. Por suerte, Mila salió a los pocos segundos, sola. La observé caminar con la cabeza bien alta. Por su gesto, no parecía nada contenta, y tenía la intuición de que yo tenía la culpa, para variar. Aun así, me fijé en el movimiento de sus caderas, que mostraban lo decidida y sexy que era. Embarazada estaba preciosa.

Abrió la puerta de la camioneta y se sentó sin siquiera mirarme.

—¿Qué? —le pregunté yo y puse en marcha el motor.

—Es tu hermana —respondió al mirarme con esos ojos suyos tan oscuros.

—Sí, lo sé, a mí no se me ha olvidado. Supongo que no podemos decir lo mismo de ella —mascullé. Volví a enojarme.

Mila suspiró.

—Leon ... —Alargó el brazo y me acarició la nuca, un gesto que me volvía loco.

—No me hagas eso —dije y sacudí la cabeza—. Es juego sucio.

Por el rabillo del ojo, la vi sonreír, así que le puse la mano en el muslo, más relajado. Ya creía que la tensión empezaba a desaparecer, cuando volvió a la carga:

—Cariño, yo te entiendo, pero también hay que entenderla a ella —dijo.

Dejé de tocarla para poner las dos manos en el volante. Apreté el cuero con fuerza y miré al frente.

—Mila, déjalo ya —atajé—. Te lo pido por favor, estoy demasiado enfadado para ser coherente.

Otro suspiro. La vi girar la cara hacia el cristal de su ventana.

—Está bien —aceptó—, pero esto no ha acabado.

Por supuesto que no, era consciente de ello. No había hecho más que empezar.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora