33 Cerrar ciclos y abrir otros

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Estaba enfadada. Con Sven, con Toni, con el mundo entero. Pero, sobre todo, conmigo misma.Mila tenía razón: era yo la que necesitaba gestionar mis sentimientos.

¿Por qué le había confesado a Sven lo del aborto? ¿De verdad había sido absolutamente necesario? Podía haber salido con otra cosa, haber disimulado, pero no. ¿Por qué? Esa pregunta me estaba matando, porque tenía la sensación de que, en realidad, había sido a propósito, que había querido contárselo precisamente a él.

Lo que me llevaba a una conclusión importante: yo confiaba en Sven. Tal vez, más que en nadie, aunque pudiera parecer extraño. A pesar de todo, era la persona con la que me sentía a salvo. Pero, por mucho que me hubiera gustado, no podía borrar el dolor y el rencor, la ponzoña que se estaba cargando nuestra relación, a pesar de los sentimientos. Tener un poco de orgullo estaba bien, pero tener demasiado... Eso era un error. Lo sabía, y aun así, no podía hacer nada por evitarlo. Yo que me había creído mejor que el señor Darcy, el del libro, ese hombre complicado al que me costaba entender. ¿Y ahora? Tenía que comerme mis palabras.

Mientras miraba por la ventana de la habitación, tomé una decisión dolorosa: al fin había llegado el momento de largarme de allí. Lo había sabido desde el primer día, pero me había ido convenciendo de que aquello no estaba tan mal, de que podría reconstruir mi vida alrededor de esas personas que tanto significaban para mí.

Pero el pasado siempre volvía, era algo que había llegado a aprender muy bien. Ya fuera en forma de personas o de errores. Ese pueblo me recordaba todo lo que había ido mal en mi vida y, para ser sincera, ver a Sven  cada día no iba a ayudarme a pasar página nunca. Sentía que, por mucho que me costara, lo único que necesitaba ahora era poner distancia y oxigenarme. Dejarme de relaciones y compromisos, tomar aire y dejar de pensar tanto.

Antes de pasar esa página, había otro capítulo que necesitaba cerrar, una carga que tenía que soltar de una vez por todas. Cogí el teléfono y sonreí al comprobar que había dudado en los últimos números. Mi memoria empezaba a fallar, y eso era buena señal.

—¡Hannia! —exclamó la voz con urgencia desde el otro lado.

—Hola,Toni.

Apenas estaba nerviosa. Al contrario, me sentía segura y decidida.

—¡Por fin! Llevo semanas llamándote. Oye, cariño, perdóname por lo que pasó, yo...

—Para,Toni, basta —lo corté—. No te he llamado por eso.

Se hizo un breve silencio.

—¿Dónde estás?

Sonreí.

—En casa.

—¿Cómo que en casa? ¿Acabas de llegar? Espera y voy para allá ahora mismo.

—No estoy en París —le aclaré—. Me refiero a en casa, la de verdad.

Su voz sonó ronca al responder.

—¿Has vuelto?

—Solo temporalmente —confesé—, pero te he llamado por algo más importante.

Algo que tengo que decirte cuanto antes.

—¿Qué ocurre?

—He visto a tu hijo —empecé—. Es un niño precioso y sano que no ha dejado de preguntar por su padre en estos cuatro años.

No dijo nada. El muy imbécil se quedó callado. Quise pensar que era porque estaba emocionado, pero no fue eso lo que me pareció cuando contestó.

—¿Has visto a Claudia?

—Sí, la he visto —repuse—. ¿Es que no has oído nada de lo que te he dicho? ¡Tienes un hijo de cuatro años!

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora